La de la cámara de Leticia Arriaga Stransky, ha sido una lente trashumante, a lo largo de su vida, lo mismo se ha aventurado por la selva de concreto newyorkina que por las selvas, bosques y costas mexicanas. De entre todo los rincones que ha explorado, hay uno que la embrujó y que ha recorrido casi en su totalidad a lo largo de 20 años: Veracruz.
Pero Leticia no se ha constreñido al registro fotográfico de la geografía, se ha internado en las entrañas de la historia, la cultura y la ecología veracruzanas. Con todo el conocimiento adquirido, ha publicado seis rutas turísticas que cubren buena parte de nuestro territorio, en ellas no se limita a dar cobertura a los sitios de interés, va más allá, desentraña la historia de la conquista de México, exhibe las características ecológicas del bosque de niebla y de las altas montañas, revela la importancia del cultivo de la vainilla en la región del Totonacapan, explora las minucias del son jarocho y conduce a sus viajeros por la biografía de Rafael Guízar y Valencia, mostrando no solo al clérigo santificado sino al ser humano solidario y comprometido.
La fascinación por la aventura y por el registro de sus pasos, empezó a gestarse cuando dos alpinistas, uno de ellos, además, alquimista, se encontraron en la nieve.

Entre alpinistas y alquimistas

Voy a empezar mi historia un poquito atrás de mí: mi papá y mi mamá eran alpinistas y así se conocieron. La mamá de mi mamá era cubana y su papá era checo judío, pero mi mamá creo que creció sin religión porque me acuerdo mucho que me llevaba a Cruz Blanca, por La Marquesa, y me decía si te quieres confesar, ve a confesarte abajo del arbolito, y me hizo un tour de iglesias para que yo escogiera mi religión, no me la inculcó. La familia de mi papá, según tengo entendido, eran Cristeros de Toluca, la hermana de mi papá fue monja y querían hacer sacerdote a mi papá, pero se atravesó mi mamá y dijo ¿cuál sacerdote? (risas), entonces hubo un choque familiar.
Yo crecí con mucha libertad, afortunadamente, además tuve la fortuna de tener un papá fotógrafo. Cuando tenía 12 o 13 años, lo veía que se pasaba todo el día en el cuarto oscuro y decía ¿qué está haciendo ahí? Me empezó a enseñar cómo hacía sus fotos, entonces, antes de aprender a manejar la cámara supe lo que era la ampliadora, la magia, la alquimia de la fotografía, vi cómo hacía sus químicos. Era un gran maestro, hacía un gran trabajo y daba clases en el Club Fotográfico de México, en la Zona Rosa. Me llevaba a hacer fotos de paisaje a Tlamacas, en el Popo -era su lugar favorito-, y me empecé a meter más y más en la fotografía.
Siempre fui muy inquieta, me gustaba el patinaje sobre hielo, lo hice durante muchos años, nada más que me equivoqué de país (risas), luego me metí al buceo. Estudié agronomía y diseño gráfico y en diseño gráfico fue donde me percaté de que se podían hacer maravillas con la foto. Mi padre me regañaba porque a los 20 años llegaba y le decía oye, necesito hacer una foto de una flor de cempasúchil con gotitas de rocío y un fondo de papel amate, él pensaba que me la habían pedido en la escuela, pero me la habían pedido en una agencia de publicidad y ya me la habían pagado (risas) -ahí empecé con mis dotes de ventas-, entonces, lo ponía a sufrir. Yo no sabía ni cómo hacerla pero así aprendí. Mi padre, que en paz descanse, es un icono para mí, de hecho, cuando presenté la primera edición de la Ruta de la Niebla, en el 98, vino a mi presentación, y cuando presenté en Veracruz la primera edición de la Ruta del Son, también estuvo presente.
Mi mamá murió cuando yo tenía 15 años, tuvo un accidente y dejó de caminar. Me marcó mucho esa injusticia, imagínate, no poder caminar después de ser alpinista, eso no se lo deseo a nadie y determinó mucho mi necesidad de viajar, de conocer, de investigar.

Anhelos entre los rascacielos

Dentro de mis correrías y mis gustos por los viajes conocí Pátzcuaro, me gustó mucho, me enamoré de ese lugar. Mi papá era muy bueno para el cuarto oscuro y aprendí de él, en una época monté mi cuarto oscuro y les revelaba a los fotógrafos, en aquel entonces no había mucha gente que lo hiciera tan detalladamente. Me fue muy bien, junté una lana y me fui a Nueva York a tomar un taller que se llamaba Developing a Project Book, en la ICP (International Center of Photography).
Nueva York me fascinó y me quedé un año tomando fotos de todos los personajes que te encuentras en la calle allá. Me dediqué a caminar y caminar y tomar fotos de todas las diferentes culturas que hay las calles. Recorrí la ciudad caminando desde arriba hasta abajo, la isla de Manhattan me la sé de memoria, y tuve experiencias que me marcaron como una foto que tomé en la esquina de la 44 y la 5a Avenida, en pleno Midtown de Nueva York. Había un árabe vestido de blanco y atrás de él estaba la foto de Camel, le tomé una foto, nunca lo hubiera hecho, me atacó, me estaba ahorcando con las cuerdas de mi cámara, tuve un ataque de pánico pero no sé quién me mandó un ángel de la guarda, apareció un latino enorme, se acercó y empujó al árabe y le dijo que me dejara, fue suficiente para que aflojara las manos y yo pudiera quitarle la cuerda de mi cámara y pelarme (risas). Salí corriendo y fui a dar justamente a la galería del ICP, donde había una exposición de corresponsales de guerra de Vietnam, la vi y me solté a llorar. Ahí me di cuenta que yo no podía ser corresponsal de guerra, alguna vez lo pensé con tal de viajar pero me di cuenta de que no es nada fácil. Después de eso viví unos días con síndrome de persecución en Nueva York.

México lindo y desconocido

Ese viaje me marcó mucho porque dije si logré sobrevivir un año en Nueva York, con mayor razón puedo hacerlo en México. Regresé y empecé a publicar en México Desconocido, Caminos del Aire y Clío, estuve trabajando mucho tiempo haciendo documentales. Creo que una de las cosas que más valoro de México son sus tradiciones, la cultura tan diversa que tiene. Trabajé más de 10 años en México Desconocido haciendo artículos de diferentes partes, principalmente de Oaxaca y Veracruz.
En esa época, hice un artículo sobre las mujeres de Ocumiche para México Desconocido, las conocí en Pátzcuaro en las fiestas de muertos vendiendo sus figuritas de Ocumiche, son figuritas eróticas que tienen una historia sensacional: un artista llegó ahí y las influenció, y empezaron a hacer figuras eróticas.
Para ganarte la confianza de la gente de las comunidades, debes adaptarte a su mundo, estar dentro de su cultura un rato para que te suelten información, igual me pasó con las Huaves de Oaxaca, para hacer un artículo sobre las velas de Juchitán tuve que vestirme de teca y agarrar una borrachera con las juchitecas porque si no, no me hubieran dejado entrar a su cultura.
Haciendo un artículo sobre la quema del viejo en Catemaco, conocí Nanciyaga y creo que me embrujaron (risas) o algo me hicieron porque pensaba regresar a Nueva York pero me fui quedando, vivía en México e iba y venía cada mes o cada semana hasta que me compré un terreno en los Tuxtlas.
En 1991 me invitaron a trabajar en la campaña para gobernador y recorrí todo el estado, yo no quería dejar México porque tenía un departamento en la Condesa que me encantaba, estaba en uno de esos edificios antiguos de estilo art decó y la zona tiene su encanto, pero llegó un momento en que ya no pude mantener dos casas y tomé la decisión de venirme cuando Keyla Franco, que era Subsecretaria del Medio Ambiente en el gobierno de Miguel Alemán, me invitó a participar en un libro de áreas naturales protegidas. Me traje todas mis cosas y me quedé a vivir definitivamente aquí, eso fue, más o menos, en el año 2000. Quería quedarme a vivir en Catemaco pero me faltaba la Orquesta Sinfónica y muchas otras cosas. El primer lugar donde viví fue en Coatepec, después me vine a Xalapa y regresé a Coatepec.
En el 92 hice una exposición fotográfica en la galería Ramón Alva de la Canal que se llamó Vida y magia en Veracruz, luego hice una exposición que se llamó La gracia de tu mirada, eran puros rostros.

(CONTINÚA)

SEGUNDA PARTE: Por los caminos de Veracruz
TERCERA PARTE: De ruta en ruta, la vida se disfruta

 

 

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