Aún más incierto que el resultado electoral, es lo que pasará el día siguiente de la elección. ¿Cómo amanecerá el país el lunes dos de julio? ¿Qué pasará en las calles? ¿Cómo reaccionarán los simpatizantes de cada uno de los candidatos a la Presidencia? ¿Qué pasará en los estados donde el ganador de los comicios sea de un partido distinto a quien gane la presidencia? ¿Quién será el primero que alegue fraude? Hay barruntos de tormenta en pleno verano.

Salvo por la posibilidad de que la selección mexicana de futbol enfrente a la de Brasil ese lunes –todo dependiendo de los resultados de ambas escuadras este fin de semana-, el panorama luce poco alentador. El país está al borde de una polarización aún mayor, más allá de quien amanezca adelante en el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) ya que la condición de candidato electo la ostentará hasta varios días después.

En sentido estricto, sólo hay tres escenarios posibles: que gane AMLO, que venza Pepe Meade o que el triunfador de la elección sea Ricardo Anaya. La lógica supondría que el único que alegaría fraude es López Obrador, tanto por la ventajas que hasta ahora le dan las encuestas como por el hecho de que esta ha sido una estrategia ya anunciada: “quien suelte el tigre, que lo amarre”, ha dicho.

Pero si López Obrador gana, no quiere decir que el país vaya estar en paz. De hecho, es posible que sean los morenistas quienes, aun con el triunfo en la mano, generen una serie de conflictos, en esta especie de revancha social que empieza a asomar con preocupación.

Para el lopezobradorismo, todos son sus potenciales enemigos, sus adversarios, lo mismo por pertenecer a un partido distinto, como por el simple hecho de no compartir su forma personal y colectiva de pensar y actuar. No aceptan la crítica y son temerariamente intolerantes. Y para muestra un botón…

Hace cinco días, la periodista especializada en música Romina Pons, denunció una supuesta agresión dentro de una tienda Oxxo de la ciudad de México. De acuerdo con la publicación en su cuenta de Twitter, mientras esperaba su turno para pagar, se enojó porque otra persona se metió a la fila.

La periodista reclamó que respetara el lugar que le tocaba; tras ello, recibió una serie de golpes. Pons acompañó su denuncia con una imagen donde se aprecia su rostro ensangrentado. Romina escribió que su agresora dijo: “Pinche güera tu tiempo se acabó. Ahora que gane AMLO vales pura verga.” ¿Cuál tiempo, tiempo de qué? ¿Cuál es el derecho de agredir? ¿Cuál es el agravio que acusa la agresora?

De esta forma, en el primer escenario, si gana López Obrador, sus huestes se sentirán con el derecho divino de agredir, de criticar, de avasallar todo lo que se encuentren a su paso, lo mismo en el gobierno que en la sociedad. Y este derecho sería reclamado desde el primer día, con miles de militantes agrediendo comercios, edificios públicos, medios de comunicación o personas, sólo como forma de frenético festejo.

Segundo escenario. Instalado en el segundo lugar, con el voto útil de otros partidos y el de millones de indecisos, Pepe Meade da la campanada y logra una apretada victoria sobre el tabasqueño. En este caso no se pondrá a prueba el carácter del candidato ganador, sino del Estado mexicano. Según muchos analistas, lo que sucedió en el Paseo de la Reforma en el verano de dos mil seis sería una travesura de niños respecto a lo que podría pasar si AMLO pierde por tercera y última vez. El gobierno y la autoridad electoral serán puestos a prueba.

La posibilidad de que López Obrador pierda es real. De acuerdo a las encuestas, casi siete de cada diez mexicanos no votará por él, aunque tampoco se ha definido que por algún otro. En esta cifra se esconde el abstencionismo que siempre emerge en cada elección.

Aunque son una minoría electoral –hasta ahora todos los candidatos lo son-, un triunfo de Pepe Meade podría sacar a miles de simpatizantes morenistas a las calles, muchas de ellas no precisamente a reclamar fraude sino a escudarse en el vandalismo. A ellos López Obrador, ahora sí, les permitiría actuar a libre albedrío, forzando a que el estado haga un nuevo pacto con él. Pero Pepe Meade sería un presidente legítimo y tendría que restablecer un nuevo orden social.

El tercer escenario es el triunfo de Ricardo Anaya. Sería muy similar a un triunfo del priista; sin embargo, la caída en las encuestas, el abierto enfrentamiento con el gobierno, la división interna de los partidos que los postulan, entre muchos otros factores, pondrían al eventual presidente electo es una situación de absoluta fragilidad. Es difícil pensar que Anaya tenga la fuerza para enfrentar el hostigamiento de la oposición, lo que lo llevaría a una situación similar a la que sucedió a Felipe Calderón durante su toma de protesta. Este es el escenario menos probable.

En el caso de los estados, los resultados marcarán su propia coyuntura. Donde Morena no tiene mucho arraigo, aunque pierdan es difícil que salgan a las calles; pero en caso como el de Veracruz, la arrogancia saldrá a las plazas como sucedió el año pasado en que ganaron las principales presidencias municipales.

Casualmente, en todos los escenarios, las huestes morenistas resultan un riesgo evidente para el país… y lo serán también para López Obrador, sin importar cuál será su destino un día después de mañana, en ese dos de julio.

Las del estribo…

  1. Este sábado coincidirán en Veracruz los candidatos presidenciales Pepe Meade y Andrés Manuel López Obrador; el domingo, Ricardo Anaya hará lo propio. ¿Qué tiene Veracruz que, después de olvidarlo, ahora todos quieren con él?
  2. La compra de votos es una práctica generalizada; se realiza en todo lugar y por todos los partidos políticos. Como en el caso de las “mordidas”, se necesita de dos para que funcione: quien la da y quien la recibe. Cuando gobierno y autoridades presumen de la vigorosa democracia tenochca, esta práctica muestra nuestra pobreza social y política.