El periodista y narrador cubano Carlos Manuel Álvarez conversó con Universo sobre la intención de su quehacer periodístico, su opinión sobre los recientes cambios políticos en la isla y de porqué una vez que salió de ahí no se instaló a vivir en Estados Unidos.
El joven estuvo en esta ciudad capital a principios de mayo para presentar La tribu (Sexto Piso, 2017) en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2018, obra en la que reunió crónicas de la mayor de las Antillas que dan cuenta de muy diversos temas durante el periodo 2014-2016, que algunos denominan “periodo del deshielo”.
Su quehacer tiene el aval y elogio de prestigiados periodistas latinoamericanos como Leila Guerriero y Martín Caparrós; es fundador, junto con otros periodistas, de la revista cubana independiente de periodismo narrativo El Estornudo; ha colaborado en OnCuba Magazine y Cubadebate, y publicado en revistas como El Malpensante y Gatopardo.
¿Se puede ser anticastrista y a la vez periodista objetivo?
Yo no me definiría como de una generación anticastrista. Creo que la generación más anticastrista cubana es la que se enfrenta y padece directa y más drásticamente el castrismo. Mi generación, en cualquier caso, es del posanticastrismo y del poscastrismo. Una generación que tiene una relación con los poderes en Cuba con Fidel Castro, no de adhesión, no de apoyo sino de cuestionamientos, de rechazo; que es en cualquier caso, no a Fidel Castro, sino lo que merecería cualquier político.
Pero en la relación más personal, la que pasa más por los afectos, mi generación si bien también hereda ese conflicto, es de modo más diluido, no tan drástico y frontal. Por ejemplo, cuando yo crezco –en mi adolescencia y adultez– y empiezo a tener un poco más de conciencia crítica hacia lo que pasa alrededor de mí ya Fidel Castro está incluso fuera del poder político, es un anciano que no está al frente del país, que no da esos discursos de largas horas que daba anteriormente; es más bien una figura casi caricaturesca.
Entonces, la relación con una figura de ese tipo pasa por otros órdenes, pero no digamos por el amor o el odio más clásico o más intenso. En ese sentido no hay esa relación.
Por otra parte, creo que uno puede tener cualquier filiación política y luego hacer el ejercicio del periodismo de acuerdo a los fundamentos que éste exige. Todos tenemos una posición política determinada y cuando uno está ejerciendo la profesión propiamente y no está, digamos, en calidad de ciudadano o ser crítico o ser social, uno sabe justamente cuáles son los patrones que habría que respetar para tener una mayor calidad y rigurosidad ética y moral; en ese sentido, uno es capaz de ir contra su filia si fuera necesario.
Yo no entiendo el ejercicio del periodismo sólo como la reivindicación de mis convicciones políticas, de mis gustos estéticos más amplios; lo entiendo como un ejercicio que puede ir muchas veces en contra de lo que yo creo y pienso.
¿Cuál es la finalidad de publicar obras como La tribu si no se están leyendo en Cuba?
En realidad, no tengo muy claro si habría una finalidad precisa de por qué se escribe y por qué se publican libros. En cualquier caso, la respuesta sigue siendo la más simple y más honesta: se escribe para que se lea, para que lean cuatro, diez, 20, pero para que alguien lea.
Son escasísimos los libros que de alguna manera cambian la historia de la humanidad. El Capital (de Karl Marx) es uno y El Contrato Social (de Jean-Jacques Rousseau) es otro; pero ésa no es la razón por la que uno escribe libros o por la que uno se entrega a la literatura.
Es un oficio que me parece está mucho más allá de cualquier finalidad práctica. Porque si uno se guía sólo por los resultados directos que esto traería, desistiría de antemano porque la literatura o escritura de libros de crónica no es algo que te va a reportar dividendos prácticos, materiales a corto plazo como para justificar el ejercicio de este oficio. En cualquier caso, sería un fracaso rotundo. Está más allá de qué impacto tiene o los efectos inmediatos, porque en ese sentido uno desistiría.
¿Qué opinas de los cambios políticos que se han dado en Cuba, como la toma de protesta del nuevo presidente Miguel Díaz-Canel?
En el sentido más directo, están en el plano del maquillaje político. No hay cambios drásticos a nivel estructural. Pero uno supone que, incluso este relevo, esta entrega del poder a una generación nueva va a traer también un nuevo escenario político. Ni hoy ni en dos semanas ni en un mes, pero a la larga sí va a derivar en una circunstancia completamente distinta a la que venimos.
Se trata de una circunstancia en la que los Castro ya no están presentes, en la que la generación que hizo la Revolución ya no tiene protagonismo y en la que también el diálogo entre la ciudadanía y el poder político –espero– se exprese de otra manera; donde entren muchos más actores en juego, donde el escenario sea mucho más diverso y plural.
Uno sabe que estos cambios, si bien no de manera directa y concreta, a la larga van a terminar dando al traste también con lo que se supone que es el país y el poder político hoy. El cambio en Cuba va a ocurrir, lo quieran los políticos en turno o no, es algo que ya no está en sus manos. Es como habría que leerlo.
Fuera de la isla hay dos visiones: la Cuba restringida y limitada, y la de los logros en materias como salud y educación. ¿De cuál hablas en La Tribu?
La Cuba de hoy tiene mucho más de represión que de logros en educación y en materia de salud. Los logros en materia de educación y salud son parámetros que cada vez decrecen más, cada vez entran más en crisis y no mantienen los estándares que una vez tuvieron.
Si nos comparamos con nosotros mismos, digamos que la salud y educación pública en Cuba tiene niveles cualitativos o de servicios muchos más bajos de los que tuvieron hace 30 o 40 años. Por otra parte, la cerrazón política sigue creciendo o siendo la misma.
El libro, me parece, tiene de una cosa y de la otra, también hay cosas que no son ni sólo de la Cuba de la represión o de la educación y salud universal, sino que hay muchísimos otros lugares desde dónde mirar y contar Cuba. Eso es lo que más me interesa. Me interesa la Cuba que no se puede reducir a una cosa o a otra; la Cuba que es un concepto o un cliché en función de quién sabe qué intereses de fuera; o la Cuba que le interesa reivindicar a determinados actores.
En mi caso, no puedo atrapar o condensar sólo en estas manifestaciones específicas, me interesaría que tuviera ese efecto en el lector, que se enfrente a una Cuba que está también atomizada, que es mucho más diversa, que se expresa en otros órdenes que no es sólo el relato que te dicta la visión política.
Hay muchas otras maneras para contar el país que no pasan por la salud, la educación o la represión, sino que se expresan de una manera mucho más viva y vital. Desde La Tribu intento eso, que haya una Cuba que no se conoce sólo a través del estereotipo.
Desde 2015 vives en México, ¿por qué en este país y no en Estados Unidos?
En realidad, visité Estados Unidos antes de venir a vivir a México y francamente no me interesa vivir allá ni me sigue interesando. La primera vez que lo visité todo el mundo pensaba que me iba a quedar allá, es lo que suele pasar, pero a larga me sigo preguntando por qué.
Estados Unidos no me parece el mejor país donde uno pudiera vivir; en cualquier caso, yo me reconozco mucho mejor en Latinoamérica, viviendo en América Latina, recorriéndola, tratando de entenderla, que intentado vivir en un sitio como Miami, por ejemplo, que es el lugar que más cubanos tiene.
La visito, no tengo nada en contra de Miami, me interesa muchísimo entenderla, pero no entiendo por qué habría que llegar y decir “me quedo aquí”, porque no tiene absolutamente nada de llamativo, al menos para mí.
La Ciudad de México de lejos, este país de lejos, me parece un lugar mucho más interesante que los lugares en los que suelen vivir los cubanos en Estados Unidos. Voy, lo visito, me interesa mucho, es un gran país, con grandes claroscuros que me interesa mirar, pero aquí me siento mucho más cómodo.
¿Pese a los problemas que hay de libertad de expresión?
Me parece gravísimo el problema de la prensa en México: que se mate a periodistas, que la prensa o los grandes medios de comunicación estén en manos de corporaciones y respondan a esos intereses; pero es un problema que no pasa sólo en México, es transversal, un problema de la globalización.
Karina de la Paz Reyes Díaz/Prensa UV