Un estudio realizado en el Instituto de Neuroetología de la Universidad Veracruzana (UV) demuestra que los sentidos olfativo y gustativo son los primeros que funcionan y se activan durante los primeros minutos del nacimiento, pues los bebés son capaces de detectar componentes químicos presentes en el líquido amniótico y en el calostro, principalmente.
Así lo informó para Universo la investigadora Ana Gloria Gutiérrez García, adscrita desde hace 22 años a esta casa de estudios y quien trabaja sobre la línea de generación y aplicación del conocimiento (LGAC) Neurofarmacología y neuroquímica de la conducta, con el proyecto “Participación del sistema olfativo en la conducta emocional”.
El propósito de sus indagaciones, realizadas a lo largo de diez años, es conocer cómo nuestra conducta se modifica ante la percepción de olores, feromonas, sustancias de alarma o de afinidad, atracción y preferencia.
“Al igual que otras especies tenemos un sistema olfativo funcional antes y después del nacimiento que nos hace capaces de detectar algunas sustancias químicas y sobrevivir en esa etapa tan vulnerable del desarrollo.”
Ante la curiosidad por saber qué origina el apego y reconocimiento de un bebé hacia su madre durante los primeros minutos de nacido, un primer estudio se enfocó en identificar sustancias químicas que fungen como señales o claves olfativas en el líquido amniótico, calostros y leche materna.
“Se ha visto que el recién nacido trepa por el vientre en busca del seno materno para empezar la succión”.
Sobre lo anterior, han surgido diversas teorías psicológicas sin ningún tipo de hipótesis de comprobación, dijo la especialista en el área de Psicobiología y en Neurociencias de la Conducta, egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Precisó que durante el desarrollo de este trabajo respaldado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), UNAM y UV, se tomaron muestras de 24 mamás y de sus respectivos bebés, cuya conducta fue evaluada después de darles a oler torundas (pequeñas pelotas de algodón) impregnadas con diferentes fluidos biológicos como calostro, leche o líquido amniótico.
Mientras olían los fluidos de otras mamás, los recién nacidos no mostraron ningún gesto, situación contraria al momento de tener contacto con los de sus madres, pues tuvieron más reacciones de orientación.
“Medimos qué expresiones faciales tenían cuando eran expuestos al olor, cuando era de su mamá mostraban mucha preferencia, hacían movimiento de succión”.
Por ello, para saber qué mediaba ese tipo de conductas, se analizó el líquido amniótico, el calostro y la leche materna como fluidos maternos trasnatales.
Esta investigación, apoyada por la Unidad de Servicios de Apoyo en Resolución Analítica (SARA) y estudiantes del posgrado en Neuroetología de la UV, reveló que en dichas sustancias hay ciertos componentes químicos cuya proporción es similar en cada uno de estos tres fluidos.
“Creemos que son pistas o claves olfativas con las que el bebé se encuentra fuera del vientre y le son familiares porque estuvo con ellas conviviendo varios meses”.
Se trata de ocho ácidos grasos encontrados en la misma proporción en el líquido amniótico y en el calostro, principalmente.
Por tanto, una combinación compleja de estímulos químicos, incluido el olor del ácido mirístico ─ácido graso saturado que se encuentra en especies animales y vegetales─, puede integrar señales sensoriales que guían a los recién nacidos al seno materno.
“Nuestros hallazgos también sugieren que hay mecanismos filogenéticos endógenos que permiten la identificación de nutrientes esenciales”.
Estos ácidos grasos, que se detectan en el líquido amniótico, así como sus combinaciones son comúnmente encontrados en muchas fuentes naturales de nutrición y algunos productos cosméticos, agregó.
Dicho hallazgo apoya el uso de cosméticos para bebés y cuidado de la piel que tienen una composición similar, como el aceite de coco.
Mensajeros químicos
Ana Gloria Gutiérrez, quien es catedrática de la Facultad de Psicología de la UV, también trabajó en otra investigación basada en el sistema olfativo y ansiedad a través de un modelo animal.
El objetivo fue demostrar que hay sustancias químicas liberadas al entorno (a través de la orina y heces) que pueden fungir como mensajeros químicos de alarma y modificar nuestra conducta, ya sea generando miedo o ansiedad, y son comunes no sólo en los vertebrados sino también en invertebrados, como abejas y hormigas.
“En nuestro caso estresamos a la rata y analizamos si había algo en su orina que podía fungir como un mensajero de comunicación de alarma a otro individuo de la misma especie”.
También se exploraron los circuitos neurobiológicos implicados en esta respuesta, los cuales involucran principalmente a la amígdala basolateral, una estructura cerebral involucrada en la respuesta al miedo, explicó.
De esta forma se determinó que la rata secreta en su orina varios compuestos y sustancias volátiles, entre ellas una cetona de siete carbonos conocida como 2-heptanona, la cual también es empleada por las hormigas para dispersar a las otras cuando hay situaciones de peligro o amenaza en su entorno.
“Es posible que estas sustancias de alarma estén presentes en nuestro entorno y contamos con un sistema olfativo capaz de captar dichas sustancias y toda una vía neurobiológica que desencadena un estado de miedo o ansiedad ante el peligro eminente”. Por tanto se puede afirmar que el “miedo huele”.
Creemos que los humanos podemos percibir este tipo de sustancias y cambiar nuestro comportamiento sin darnos cuenta, tanto en situaciones de alarma como en aquellas de afinidad, puntualizó.
Claudia Peralta Vázquez/Prensa UV