Tlapacoyan, Ver.- El día que Azucena fue asesinada, fue el mismo en que sus vecinos, familia y amigos se cansaron de la violencia que venían viviendo desde hacía muchos meses.
Bajo una lona blanca, sus familiares murmullan una exigencia de justicia que hace poco llevaron a las calles; cuentan los robos, los secuestros, las extorsiones, que se han convertido en el pan nuestro en Tlapacoyan.
Adentro de una pequeña y humilde casa, aún están los vestigios de lo que fuera el féretro de Azucena Méndez Bonilla, la última de tres jóvenes que fueron asesinadas en solo un fin de semana en el municipio citrícola.
La noche del domingo esa rabia y coraje los llevó a ellos y a cientos de personas más a bloquear carreteras, que fueron desbloqueadas con la promesa de un diálogo para este miércoles.
Desde el anonimato, porque aparte del enojo y la indignación subsiste el miedo, la familia y amigos cuentan como ella había salido a buscar a sus hijos a la escuela. Desde entonces no se volvió a saber de ella, hasta que su cuerpo fue encontrado en un paraje.
Las cadenas de whatsaap que circularon para que ayudaran con su búsqueda y las denuncias no fueron suficiente para encontrarla aún con vida. Ahora sus dos hijas juegan en donde hace unas horas estaba su cuerpo inerte.
Ella se convirtió en una más de las víctimas de feminicidio en la entidad veracruzana (pues su cuerpo fue encontrado en la vía pública), que se suman a las 23 que hasta abril convertían al estado en el que más casos se habían presentado en el país, durante el año.
“Ella no tomaba, no fumaba”, dice su aturdido esposo que acaba de regresar de Estados Unidos, a donde la falta de empleo lleva a cientos de tlapacoyenses año con año según dicen ellos mismos.
“Primero era un taxista que estaba metido en eso, hombres (…) ahora son mujeres, mujeres que no están en nada de eso”, contó un vecino, a quien el asesinato de Azucena y otras dos mujeres también consternó.
Para ellos el problema comenzó hace cerca de tres años, cuando en la zona se dejó de poder caminar por las noches. Pero se agravó hace uno cuando la Marina y la Fuerza Civil se fueron del sitio dejando solo a Policías Municipales que, según dicen, solo funcionan para robar a los borrachos.
Las calles oscuras muestran un Tlapacoyan desolado, donde la exigencia de justicia y seguridad resuena aún en el silencio de una noche solitaria.
Ana Alicia Osorio/Avc