El año pasado, el Ayuntamiento de Xalapa publicó un espléndido libro de fotografías, Los Ilustres Xalapeños, una colección de más de un ciento de retratos de otros tantos personajes emblemáticos de la ciudad, logrados por el buen oficio de Luis Ayala, fotógrafo xalapeño formado como Dios manda, porque Dios manda -o al menos mandaba hasta el siglo pasado- que los fotógrafos debían estar en el justo medio que, más que dividir, hermana al artista y al artesano.
La semana pasada lo invité a platicar para esta columna. Llegó a mi estudio con un ejemplar de su primer libro, Historias Fragmentadas, un trabajo que captura la religiosidad no solo de la gente, sino del ambiente que envuelve las ceremonias de las que descree pero que anhela.
«Tengo 23 años haciendo foto como profesional -me dijo-, estudié la Licenciatura en Artes con Especialidad en Fotografía en la Universidad Veracruzana y desde una semana antes de salir de la Facultad, ya era fotoperiodista, fue un trabajo que tomé como muchos otros que hice para ayudarme. Cuando eres estudiante estás muy mal económicamente y ahí vas sacando lo que sea y yo dije va, voy a ser fotógrafo de periódico un ratito, y me quedé 23 años y todavía no sé si voy a cambiar o no de trabajo». Pudo llegar hasta ahí porque vivió en una película de Fellini.

Luci del varietà

Yo soy xalapeño, en mi familia no hay ningún antecedente de gente que tenga que ver con las artes ni con la música, porque también me gusta la música. Yo crecí con una madre soltera y tres hermanas, mi infancia fue la mejor infancia que puede tener un niño y yo creo que por eso soy fotógrafo, porque fue muy cinematográfica, vivíamos en una colonia muy pobre de Xalapa, en el barrio de San Bruno, y mi madre tenía que ver cómo sacaba para alimentar a los cuatro hijos, entonces se iba a trabajar y nos dejaba solos o vendía comida en la casa.
La casa estaba por donde ahora está la clínica del ISSSTE, eran grandes terrenos, no existía nada, ni el Fovissste, lo único que había más adelante era el Seminario pero para llegar había que caminar tres kilómetros, realmente no había nada, eran puros llanos y en uno de sus llanos llegaba el circo. Ahora que te cuento esto me encuentro que viví mi infancia como si fuera una película de Fellini, ese neorrealismo italiano estaba allí.
Las personas que trabajan en las redacciones de los periódicos, hoy están en un periódico, mañana están en otro y con el tiempo todos se conocen, en el circo pasaba lo mismo, llegaban unos, luego llegaban otros y algunos decían en esa casa venden de comer e iban a comer a mi casa. Yo tenía seis años y en la mesa se sentaban enanos o malabaristas y luego en el patio de la casa estaban haciendo sus actos o ensayando o había unos que se cargaban. Entraba un tipo y le decía mi madre:
-¿Me da permiso de cambiarme?
-Sí, pásale
Y cuando salía ya era un payaso y se sentaba a comer con nosotros.
Teníamos una mesa muy grande y me llamaba mucho la atención ver a Tony, que era el marido, a la mujer, no me acuerdo del nombre, y a su hijo de dos años, enanitos los tres. Sentarme a comer con todos estos personajes y vivir ese mundo era formidable.
En la tarde y en la noche el circo es alegría, es fiesta, pero en las mañanas es una cosa muy especial, recuerdo que tenía un amigo que era el fotógrafo y aparte era pulseador -el pulseador es el que carga a uno, lo avienta al aire y cae parado en sus espaldas-, pero en las mañanas hacía labores de todo tipo, mi hermana, que es dos años menor, y yo íbamos en las mañanas y nos decía a ver, ayúdenme a lavar al hipopótamo. ¿Te imaginas lo que es eso para un niño?, bañas al perro pero no bañas al hipopótamo. Nos daba una cubeta y una escoba, con la escoba le tallábamos, luego lo enjuagábamos y le dábamos de beber. Siempre nos invitaban y, claro, en la función de las cuatro de la tarde estábamos en primera fila. Todo eso influyó en mi vocación de fotógrafo.

La fraternidad del 77

Esa es la parte más agradable de mi infancia, estoy escribiendo un texto que se llama La fraternidad del 77. El título me encanta, yo nací en el 66 y esto que te estoy platicando fue en el 77, además, la calle en la que vivía se llamaba Fraternidad y el número de mi casa era el 77, entonces estoy escribiendo todas esas memorias, esas historias diarias de mi infancia en un libro que espero terminar, no sé cuándo, pero me gustaría que fuera pronto.

La otra forma de mirar

La fotografía es, antes que nada,
una manera de mirar.
No es la mirada misma.
(Susan Sontag)

Siempre estudié en escuelas públicas hasta que terminé en la Universidad [Veracruzana]. Antes de ser fotógrafo, no sabía ni por qué, pero quería ser biólogo marino y me inscribí en la Facultad de Biología, pero no podía estudiar Biología Marina porque el único lugar donde la ofrecían era en Los Cabos, entonces me salí de la escuela y me puse a trabajar, trabajé dando clases en una telesecundaria cuando tenía 17 años (risas).
Además de la biología, yo tenía el gusanito de la fotografía y un gran amigo que se llama Guillermo Arce me dijo si quieres ser fotógrafo, lo mejor que puedes hacer es inscribiste en la Universidad.
Ahora debe haber otras, no sé, pero en ese tiempo, la Universidad Veracruzana era la única en todo Latinoamérica que te daba un título de licenciatura, aunque realmente yo nunca he creído en los títulos. En la Facultad tuve una formación muy agradable con maestros como Miguel Fematt, José Marón Pérez, Daniel Mendoza, ellos venían de Nacho López y son gente muy importante de la fotografía en México. La escuela tuvo un gran auge, había grupos muy importantes.
La Universidad me dio un espacio muy importante y me formó, pero después conocí a Max Fund, un fotógrafo argentino que llegaba de Buenos Aires y había trabajado para la BBC, para Magnum, para Black Star, para Sigma, para las agencias importantes de prensa. Nos hicimos amigos y me dio clases por cinco años a la par de la Universidad, formamos un grupo de fotógrafos independiente que tuvo un buen auge, nos fue muy bien, crecimos mucho. Esa es básicamente mi formación, he tenido otros maestros como Oweena Fogarty y fotógrafos importantes.

El padrino, del libro Historias Fragmentadas, de Luis Ayala

El momento decisivo

Cuando salí de la Facultad me puse a trabajar como periodista, yo creía que iba a ser pasajero y ya tengo 23 años haciéndolo, y si tuviera que regresarme, creo que haría lo mismo. Tuve la fortuna de trabajar en algunos medios pero no han sido muchos, realmente he trabajado en tres periódicos en 20 años, no soy de ir para un lado y para el otro. En el primero trabajé dos años y cerró sus puertas, en el segundo trabajé 10 años y cerró sus puertas y en el tercero trabajé 10 años y cerró sus puertas. Trabajé en un periódico muy interesante que se llamaba La Crónica, era un periódico muy independiente. Después trabajé en un semanario que después se volvió diario, un periódico muy chiquito que se llamaba Marcha y que cerró hace poco. La ventaja de trabajar ahí es que cubría mis órdenes de trabajo y después tenía mucho tiempo libre, y el director, que es una gran persona, me dijo si puedes conseguir otro empleo, yo no tengo problema, mientras me cubras a mí, puedes hacer más.
En esos años yo era un soñador y viajaba por todos lados, realmente no necesitaba dinero para viajar porque ahorraba un poquito y con eso me iba cuatro o cinco días o una semana a algún lado, la ventaja de trabajar en ese periodiquito era que el director era muy elástico conmigo, cuando le decía que me iba a ir por un tiempo me decía pues vete, y cuando regresaba le decía oye, ¿me das trabajo?, y me decía bueno, ya llegaste, ponte a trabajar.
En esa época me conseguí una corresponsalía a nivel nacional acá en Veracruz, era corresponsal de la agencia Notimex y después de un tiempo es agencia me mandó a Roma.

God is a concept

God is a concept
By which we measure
Our pain
I’ll say it again
God is a concept
By which we measure
Our pain
(John Lennon)

Yo era ateo y no quería serlo, es una cosa extraña porque normalmente es al revés, pero yo quería ser creyente como todo mundo porque veía que la gente lo disfrutaba y salía aliviada de la iglesia y yo salía con muchos conflictos cada vez que iba a misa, cuestionaba un montón de cosas pero yo no quería ser así y buscando esta parte documental -pero mi trabajo no es documental para nada-, me fui por cinco años a viajar por algunos estados del país haciendo fotos de las fiestas patronales y al final me di cuenta de que no fotografié nada de las fiestas patronales (risas), lo único que fotografié fue la devoción de la gente, así de simple. No conté nada de la Noche de muertos en Janitzio, ni de las procesiones de Oaxaca o Tlaxcala o Veracruz o las Fiestas de negros en Naolinco o Xico o Teocelo, nada de eso, encontré otras cosas.

Todos los clicks conducen a Roma

Yo, de muy chavo soñaba con irme a París, hasta estudiaba francés y todo esto, y por azares del destino salió la invitación para irme vivir a Roma para ser corresponsal de Notimex allá. Como muchas cosas, fue irme a la aventura sin saber qué iba a pasar, me fui con el portafolio de las fotos que había tomado en las fiestas patronales, con una maletita muy pequeña de ropa y mi equipo, y en ir y venir estuve viajando como ocho años. Conocí Italia, aprendí el lenguaje, trabajé en muchas cosas que me permitían vivir.
Un día, en la playa llamada Stintino, en la isla italiana de Sardegna, en el Mediterráneo, me encontré a un amigo suizo que había estado en Xalapa, Sam Knaus, fue una cosa muy rara encontrarnos al otro lado del mundo y me invitó a irme a Suiza, yo ya estaba un poco cansado de estar en ese rol y estaba por venirme a México, cuando me invitó, me la jugué, perdí mi boleto de avión de regreso y me fui a Suiza.

Dolor y risas, del libro Historias Fragmentadas, de Luis Ayala

Los vetustos Lepontinos

Amanece: se iluminan
los vetustos Lepontinos,
los aldeanos llevan leche
en los jarros blanquecinos,
y en los aires se dispersan
de los pájaros los trinos.
(Suiza. Ramón López Velarde)

Después de mucho batallar, conseguí que la agencia Keystone, que es la agencia más importante de Suiza y de muchos países del centro europeo, se interesara por mi trabajo. Yo llevaba todo mi trabajo en blanco y negro, en papel de fibra de algodón, impreso a mano todavía con la ampliadora, cuando lo vieron les pareció interesante y me dijeron tiene 15 minutos para su entrevista, yo hablo inglés pero no me gusta, hablaba más italiano y me trajeron un traductor que hablaba italiano y alemán, porque ellos se mueven con el alemán de Suiza, y después de 15 minutos mandaron a traer al jefe de la empresa, vio mi trabajo, que eran 50 fotografías, se maravilló y dijo no podemos dejar ir a este fotógrafo, es un artesano, tiene una visión latinoamericana de las cosas. Imagínate lo que era para ellos ver la fiesta de muertos en Janitzio, las fiestas patronales de Veracruz, de Puebla, de Oaxaca, de Tlaxcala, de todos esos lugares en los que anduve. Se enamoraron de ese trabajo y fue así que me quedé a trabajar con ellos como freelance, después me regresé y era corresponsal de la agencia Keystone en México, después vino la reestructura y se acabó.

Centinela, otra escuela

Después trabajé 10 años en un periódico que se llamaba Centinela, donde sucedió una cosa rara, siendo fotógrafo, durante los últimos tres años o algo así, terminé siendo el director del periódico. Era una cosa muy extraña porque normalmente los reporteros son los que llegan a ser directores porque crecen, se vuelven jefe de información, jefe de redacción y luego director, pues a mí me nombraron director. Era una cosa agotadora porque tenía que hacer juntas con ejecutivos, ver la imprenta, las ventas, la distribución, un chorro de cosas que ya no me permitían hacer mi trabajo fotográfico y tuve que renunciar en el punto más alto. El dueño no entendía por qué me iba y le dije me voy porque ya estoy cansado, y dejé el trabajo.
Ahora tengo una agencia con un amigo, se llama FotoJarocha, es una agencia gráfica en donde puedes tener acceso a los acontecimientos diarios en fotos, claro, hay notas pero todo es gráfico. Además soy corresponsal de la agencia Efe de España en Veracruz.

Los curiosos, del libro Historias Fragmentadas, de Luis Ayala

Historias Fragmentadas

Cuando regresé de Suiza, la esposa del gobernador de entonces, doña Christiane Magnani, me invitó a un desayuno. Su padre nació en un pueblito de Italia llamado Rimini, de eso hablamos. Después le enseñé mis fotos y le propuse que hiciéramos un libro y le dije que todo lo que saliera de la venta del libro, se lo regalaba para que lo usara para las casas asistenciales de los niños huérfanos. Ella estaba feliz, me dijo todo mundo me pide y tú vienes y me das. Era un poco plan con maña porque aprovechaba para publicar mi primer libro. Faltando dos meses para terminar el sexenio, empezamos a hacer el libro, fue de locos porque se hicieron las pruebas, no quedaron bien y al final la edición no es la mejor, pero cumple. Se hicieron 1000 ejemplares, ella los envió a mucha gente con una tarjetita que decía compra este libro, es para las casas asistenciales. Decía que era una donación voluntaria pero nadie dijo que no, costaba mil pesos, así que salió un millón de pesos y todo ese dinero se le quedó.
Yo estaba feliz y era una manera de pagar a toda la gente de los lugares a los que había ido, por ejemplo, en Oaxaca o en Chiapas, a donde llegaba tenía dónde comer y dónde dormir. Recuerdo que estaba en Puebla y llegué a un pueblito, una señora me vendió algo de comer y le pregunté:
-Oiga, ¿dónde me puedo quedar a dormir?
-No, mijo, aquí no hay hoteles ni nada, pero si quieres, te puedo poner un petate en la cocina y ahí te duermes
Esa noche dormí en un petate abajo de la mesa, fueron muy amables y no me quiso cobrar la noche, nada más le pagué la comida, entonces, cuando doné las fotos para el libro dije con esto estoy pagando a toda esa gente.
Es mi primer libro, se llama Historias Fragmentadas, se publicó en abril de 2004 y le tengo un cariño muy especial.
Después juré nunca más volver a hacer un libro, hacer libros en México es una cosa faraónica, te enfrentas a una burocracia increíble.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Los Ilustres Xalapeños
TERCERA PARTE: El vuelo de los peces

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