A mi mamá, por lo que ha sido
y por lo que será siempre
Más que la inseguridad incontrolable, la pobreza creciente o una economía atemorizada que empieza a dar tumbos en sus indicadores más sensibles –el precio del dólar y la gasolina, por ejemplo-, el principal problema del próximo presidente de México será reconciliar a una sociedad que está cada vez más polarizada.
Por primera vez, ayer en Querétaro, Andrés Manuel López Obrador pidió unión y una tregua a militantes de otros partidos para ganar las elecciones del próximo primero de julio. Al parecer ahora necesita de la estructura de otros partidos para garantizar lo que siempre ha dicho que es un triunfo seguro.
No pasaría de ser una ocurrencia más si no fuera porque el propio puntero en las encuestas parece darse cuenta de que él mismo soltó a un tigre que no le permitirá gobernar en caso de que llegara a la Presidencia. Aunque a sus simpatizantes les moleste escucharlo, López Obrador ha dividido al país entre quienes están con él y quienes están con la mafia del poder, esa gran masa social en la que caben todos sus adversarios.
Hace poco también dijo que quien no vote por él es porque está a favor de la corrupción y que pertenece a esa clase ciudadana oscura y deshonesta que no quiere un cambio en el país. Lo que parece empezar a entender es que está alimentando la animadversión de tres cuartas partes del país en su contra, así sea quien lleve la delantera en las encuestas.
Pongámoslo en números, por ejemplo. Según el INE, en el padrón electoral están inscritos algo así como 87 millones de mexicanos; según el histórico de participación en las elecciones presidenciales, generalmente salen a votar el 60 por ciento de los ciudadanos que tienen la posibilidad de hacerlo, algo así como 52. 2 millones.
Si esta cifra se repite, quiere decir que el próximo presidente de México podría ganar la elección con poco más de 20 millones de votos, dejando al resto de los candidatos el reparto de los 32.2 millones restantes. Eso significa en la matemática más simple, que más de 67 millones de mexicanos no habrían votado por el ganador, y por tanto, no estarán de acuerdo en muchas de sus decisiones de cómo gobernar a este país.
En las últimas elecciones eso había sido una dificultad que había generado un conflicto marginal. En efecto, muchos grupos y sectores de la sociedad no estuvieron de acuerdo con el triunfo de Enrique Peña Nieto, aun cuando las cifras fueron inobjetables; a lo largo de su administración tuvo que enfrentar ese amplio y mayoritario sector de la sociedad que no había votado por él, ya sea porque se abstuvo o porque entregó su sufragio a otro partido político.
Lo podemos ver así. Hasta ahora, las encuestas favorecen a López Obrador; en ese sentido, está claro que ha logrado generar un voto duro –que no necesariamente es exclusivo de la militancia de Morena-, con millones de personas que tienen enfado por la situación del país o por el entusiasmo contestatario de nuevas generaciones de jóvenes que son, por naturaleza, anti sistémicos.
¿Pero qué hará López Obrador –en caso de llegar a ganar- con los otros 67 millones de personas que efectivamente no lo quieren como Presidente? ¿Habrá entendido que el principal responsable de la división social del país es él y que eso le impedirá gobernar como pretende hacerlo? ¿Eso lo convertirá en el Presidente espurio que tanto criticó?
Y parece curioso, pero es un problema que no tienen ni José Antonio Meade ni Ricardo Anaya. En caso del triunfo de alguno de ellos dos, sólo tendrán que lidiar con la confrontación inducida de las hordas lopezobradoristas que acusarán fraude. El resto de esos 67 millones de personas se darán por satisfechas por el sólo hecho de que López Obrador no sea Presidente.
Por eso es que hoy AMLO pide una reconciliación; sabe que ha llevado la sangre al río y que ha hecho del camino de regreso un campo minado.
Ha dividido a los empresarios entre corruptos que lastiman al país y honrados; a periodistas entre los que reciben maíz con gorgojo y aquéllos honrados que se suman a su causa; entre quienes fueron miembros distinguidos de la mafia del poder y hoy gozan del derecho de la redención y aquéllos que son corruptos sólo porque él lo dice; entre recaudadores que han sido expulsados del paraíso y aquéllos que permanecen en él porque no han sido grabados por una cámara.
Andrés Manuel ha soltado al tigre; y en su camino, el primero que podría ser devorado es él mismo. Los números no mienten: la abrumadora mayoría de los mexicanos no queremos que sea presidente. Será la apatía de esa masa y no el apoyo popular la que podría llevarnos al desastre.
Las del estribo…
- Que el OPLE haya rectificado en la decisión sobre el perfil de los moderadores del debate de los candidatos a Gobernador debe reconocerse. No hay instituciones infalibles y lo deseable es que siempre haya espacio para corregir. A Luis Ramírez Baqueiro mi reconocimiento, con la certeza de que lo hará estupendamente.
- Que alguien le explique a la rectora que la transparencia y la rendición de cuentas no es un asunto de género, es un asunto de honestidad y de leyes. Cuando se alega violencia de género para evadir la responsabilidad de responder a la duda pública sobre el origen de sus bienes, sólo confirma que lo que se sospecha, en realidad así es.