Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, vigésimo cuarto Conde de Siruela, es conocido a nivel internacional y particularmente en el mundo editorial de habla hispana como uno de los impulsores más destacados del libro, como una creación artística a la que se suma el esmero en la edición con el talento literario.
Fundador a los 26 años del sello editorial Siruela, en donde figuras de la talla de Jorge Luis Borges e Italo Calvino crearon colecciones, actualmente Jacobo Siruela –como es reconocido en todas partes es responsable, junto con la artista Inka Martí, su esposa, de la editorial Atalanta.
En el marco de la XXV Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) Jacobo Siruela recibió la Medalla al Mérito de la Universidad Veracruzana (UV) y previo a ello comentó para Universo lo que significa la aventura editorial en los tiempos del aparente triunfo del libro electrónico, y de lo espantoso que sería que se acabaran las librerías y los libreros, y la cultura estuviera en manos de dos o tres multinacionales
Para aquellos lectores que no conocen la Editorial Atalanta, ¿cómo podría usted definirla?
Atalanta surgió en 2005. Es una editorial que está ubicada en el campo; hay muy pocas editoriales que estén ubicadas en el campo y es una editorial que hace 10, a veces nueve, libros al año. Está en una nueva corriente que ha surgido en España, sobre todo porque han surgido muchas pequeñas editoriales.
Cuando vendí la Editorial Siruela en 2003, hacía 40 libros y me decían que no había nada qué hacer, que todo estaba saturado, todo iba a caer en los grandes grupos. Yo dije: no lo creo; la situación es mala pero siempre hay posibilidades. Me dijeron que era un poco iluso.
Entonces comencé con el proyecto de Atalanta y no era un proyecto individual pues existía una situación de la que han surgido muchas editoriales jóvenes y pequeñas.
Creo que es muy importante en la cultura, sobre todo, la diversidad, es decir, que haya muchas editoriales independientes y pequeñas. Creo en la empresa pequeña, no en las empresas grandes, a mí las corporaciones no me gustan; en cambio, creo que las empresas pequeñas están cambiando de alguna forma nuestro entorno: editoriales, panaderías artesanales, tienditas que tienen una idea totalmente diferente y actual del mundo.
Cuando llegó el libro electrónico, nosotros también pensamos y al final decidimos no hacer este tipo de libros y me dijeron que era un reaccionario, un nostálgico y yo dije: “No, el libro del siglo XXI, al menos uno de los modelos, debe ser real y sensual, bien hecho”.
Es un poco más caro, dirán, pero pongamos la metáfora de los alimentos: los alimentos ecológicos siempre van a estar un poco más caros pero van a ser sanos, no van a estar gaseados, no van a ser cancerígenos y puedes pagar un poco más para tener un alimento mejor.
Pasa lo mismo con los libros, no son caros, porque si nosotros reflexionamos, por ejemplo: yo he tenido una discoteca y he tenido que tirar todos mis discos; tuve una videoteca y he tirado todos mis videos, luego los cedés y ahora vamos a volver al vinil porque resulta que era la mejor forma de escuchar música y la biblioteca sigue incólume para mí y para mis hijos y para mis nietos.
Los libros no tienen nada que ver con el progreso, no tiene nada que ver que sea un libro (físico) o un libro electrónico, eso solamente tiene que ver con el negocio y una serie de grandes corporaciones.
Quiero que eso lo tenga bien claro la juventud, que la tecnología es una cosa importante pero también estamos siendo utilizados a través de ella. Una tecnología tan sencilla como es un libro –por tanto lo actual, lo moderno, lo fecundo–, es el contenido, no el continente; entonces, el libro puede ser perfectamente actual y yo apuesto por el libro, las librerías y los libreros.
Si se hubieran acabado las librerías y los libreros, y la cultura estuviera en manos de dos o tres multinacionales sería espantoso, por eso para mí era un problema político el libro electrónico, mis compañeros no lo querían ver, creían que era el paso del barco de vela al barco de vapor; no era así, era un problema político porque se iban a acabar las librerías, la diversidad, las editoriales iban a estar en manos de unos pocos y eso sería, a mi gusto, la muerte de la cultura.
Usted ha mencionado que la labor editorial es un trabajo de artesanía, ¿pudiera explicarnos esta idea?
El trabajo editorial no es solamente descubrir autores, como se dice; también es fabricar un objeto y al hacerlo uno lo está transformando y desarrollando, por eso la responsabilidad del editor es tan grande. Si una traducción es buena o mala, si las correcciones se han hecho bien o mal, la caja del libro, la tipografía, si las cubiertas realmente tienen que ver con el contenido del libro o es algo gratuito, todo tiene importancia.
La labor del editor parte de tener y ser una labor intelectual en la que ahora también somos amanuenses electrónicos como antes eran los amanuenses, anónimos, porque cuando se hace un libro es una larga cadena de amanuenses electrónicos y anónimos, como en la Edad Media, que están haciendo eso. El éxito o el fracaso de un libro está en que ese proceso se haga bien o se haga mal, que el impresor y el traductor lo hagan bien, que no haya erratas en las traducciones; es decir, es un proceso artesanal y luego me gusta que en español, lo que no existe en otros idiomas, se diga arte-sano, es un arte sano y yo lo veo así.
Creo mucho en la artesanía. Pienso que en lugar de tener mesas en serie, sería bueno que los ebanistas hicieran una mesa y que tú tuvieras una mesa que fuera única, y que aparte de las formas tradicionales de arte (pintura, escultura, todo ese arte de los museos), también exista ese arte que tiene una función.
¿Por qué no la mesa, que tiene un diseño industrial, dejara de ser industrial, si puede ser una mesa hecha por un artesano, como un artista hace un cuadro? Yo defiendo mucho eso, defiendo la diversidad y defiendo los matices, porque son ellos los que dan color y profundidad a una cultura.
Desde luego que las editoriales deben hacer una labor artesanal y las nuevas pequeñas editoriales tienen ese espíritu original que tenía la edición.
“Tenemos conocimiento y nos falta sabiduría”
En conversación con Rodolfo Mendoza Rosendo, realizada el 29 de abril, Jacobo Siruela relató que su vida está absolutamente identificada desde muy temprano con los libros; que empezó a editar porque le gustaba leer, pero después vendió la editorial (Siruela) porque dejó de editar: “estaba un poco harto de leer por obligación. Quería retirarme y empezar a leer como en los inicios, cuando comencé a editar en Siruela, es decir, estudiando a fondo los temas.”
Hacer 10 libros al año requiere de una filosofía distinta, apuntó el también narrador y ensayista, “hay que tener una idea muy clara para no perderse en la relatividad del mercado”.
Refirió que en España ha surgido una importante cantidad de pequeñas editoriales en los últimos años y que Atalanta se articula con base en tres ideas que se reflejan en tres colecciones: la primera es la brevedad, por lo que se decidió no publicar novelas sino aforismos y cuentos.
Otra colección está dedicada a la memoria “porque la cultura, a la que comprendo como un todo, se articula con un ejercicio de memoria, estamos en una época global y hay que abrirse a todas las civilizaciones y todos los tiempos”.
Sin embargo, recalcó que “nunca hemos accedido a tanto conocimiento, pero nos falta la sabiduría que hemos tenido en otros momentos”.
La tercera idea es la del imaginario, “nos interesa mucho profundizar en las mitologías; pienso que todo está regido por el imaginario y aunque pretendemos vivir en un mundo racional, en el fondo el imaginario es el que gobierna, incluso el cientificismo cae en una idea, digamos, mítica”.
David Sandoval Rodríguez/Avc