Un nuevo estudio publicado en la revista Journal of Neurology Neurosurgery & Psychiatry revela evidencia de un vínculo entre la actividad física y la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), lo que respalda la idea de que un historial de ejercicio vigoroso puede aumentar el riesgo de desarrollar este raro trastorno neurológico.
La ELA, también conocida como enfermedad de Lou Gehrig, ataca principalmente las células nerviosas motoras, o neuronas, que regulan los músculos detrás de los movimientos voluntarios, como caminar, hablar y masticar.
La investigación, realizada por miembros de un gran proyecto europeo que estudia la ELA, examinó a sujetos en Irlanda, Italia y los Países Bajos. Y es importante destacar que los expertos no defienden la reducción del ejercicio físico, pues se ha demostrado que la actividad física protege contra problemas de salud que son mucho más comunes que ELA, como la diabetes, varios cánceres y enfermedades cardiovasculares.
Las posibles causas
Este raro trastorno comienza a presentarse con rigidez y debilidad en los músculos, pero avanza gradualmente hasta el punto en que el cerebro ya no puede controlar el movimiento voluntario y los pacientes pierden la capacidad de comer, hablar, moverse y finalmente respirar.
Aún se desconoce la causa exacta de la ELA y por qué afecta a algunos grupos de personas más que a otras. Sin embargo, la evidencia sugiere que los genes y el medio ambiente (exposición a sustancias químicas tóxicas, dieta, traumas físicos…) están involucrados.
El vínculo con la actividad física surgió a partir de unos pocos estudios de casos particulares; el más famoso fue el del jugador de béisbol estadounidense Lou Gehrig, de ahí que la enfermedad también lleve su nombre. Pero la evidencia que relaciona la actividad física con el ELA no ha sido concluyente, y los autores del nuevo artículo sugieren que la razón principal es que los estudios se han establecido de manera diferente y han usado distintos métodos.
Para su investigación, los científicos analizaron los datos sobre los sujetos reclutados para un «estudio de casos y controles» que se llevó a cabo por el proyecto EURO-MOTOR que compila un «modelo de ELA informático robusto y validado» mediante la generación de «conjuntos de datos cuantitativos a gran escala».
Los datos provienen de cuestionarios validados cumplimentados por 1.557 adultos que acababan de ser diagnosticados con ELA, y 2.922 personas sin la enfermedad como sujetos de control. Los participantes, que vivían en Irlanda, Italia y los Países Bajos, fueron emparejados por edad, sexo y lugar de residencia y tenían más de 60 años.
Utilizando los datos que cada sujeto dio sobre la cantidad de tiempo por semana dedicada a cada actividad y cuántos años duró esa actividad, y refiriéndose a un compendio que proporciona puntajes MET para diferentes actividades, los científicos calcularon un puntaje de vida de la actividad física para cada persona.
El análisis del conjunto completo de casos mostró que la actividad física de por vida en horas de trabajo estaba relacionada con un aumento del 7% en el riesgo de ELA y un aumento del 6% en el riesgo con actividad física en el tiempo libre.
La combinación de ambos ejercicios (en el lugar de trabajo y en el ocio) dio un aumento general del riesgo del 6%. El riesgo global para todas las actividades físicas se tradujo en un 26% más de riesgo de desarrollar ELA en los sujetos que tuvieron los puntajes más altos de por vida en comparación con aquellos que tuvieron los más bajos, lo que apoya la idea de que el ELA es más común en atletas y deportistas profesionales.
Los autores señalan que debido a la naturaleza observacional de su estudio, sus hallazgos no prueban que la actividad física vigorosa en realidad cause ELA. Otros factores, como un trastorno metabólico o energético, o incluso un trauma o una dieta, «no se pueden descartar».
«No obstante, los datos son intrigantes y merecen una investigación más detallada caso por caso», explica Michael Swash, líder del trabajo.
Con información de Muy Interesante