De la obra de José Saramago: Caín

El jardín del edén

“ Cuando el señor, también conocido como dios, se dio cuenta de que adán y eva, perfectos en todo lo que se mostraba a la vista, no les salía ni una palabra de la boca ni emitían un simple sonido, por primario que fuera, no tuvo otro remedio que irritarse consigo mismo, ya que no había nadie más en el jardín del edén a quien responsabilizar de la gravísima falta. En un acceso de ira, sorprendente en quien todo lo podría solucionar con otro rápido fíat, corrió hacia la pareja y, a uno y luego al otro, sin contemplaciones, sin medias tintas, les metió la lengua garganta adentro”.

Y es así como este órgano de fuerte musculatura y poderosa movilidad fue colocada al hombre y la mujer, y que con ella hacen más daño o bien, que con las acciones corpóreas que pudieren realizar. Este hidrostato muscular, es el órgano destructor o  constructor de consciencias. De degustación de lo que alimenta al cuerpo y alma. Pero he ahí el castigo de este Dios, que este elemento proporcionó al hombre, para destruirse o construirse  a sí mismo. Una palabra, forma la consciencia del pensamiento desde la condición primaria de la concepción.   Y es que el pensamiento es el mismo ser, porque se es lo que se piensa.

Y es aquí que la definición de la palabra, esgrimida desde la antigüedad, la que pretende profundizar  el juicio del mismo ser humano, aun por las más profanas acciones de los vocablos, productos de la ira, como en su momento irritado el “dios, de adán y eva” provocó la sentencia de los destinos del hombre, a través de la palabra.

Vuelta a la vida

“No nací para esto, piensa Caín. Tampoco había nacido para matar a su propio hermano, y aun así había dejado el cadáver en medio del campo con los ojos y la boca cubierta de moscas, a él, Abel, que tampoco para eso había nacido. Caín le da vueltas a la vida en su cabeza y no le encuentra explicación. Véase a esta mujer, como es fácil percibir, se complace en ir retardando el momento de la entrega, palabra por otro lado altamente inadecuada, porque lilith, cuando finalmente abra las piernas para dejarse penetrar, no estará entregándose, estará, sí, tratando de devorar al hombre, al que dice, Entra. Caín ya entró, ya durmió en la cama de lilith, y, por más increíble que nos parezca, fue su propia falta de experiencia en el sexo lo que le impidió ahogarse en el vórtice de lujuria que en un solo instante arrebato a la mujer y la hizo gritar como posesa. Le rechinaban los dientes, mordía la almohada, luego el hombro del hombre, cuya sangre sorbió.

Aplicado Caín se esforzaba sobre el cuerpo de ella, perplejo ante aquellos movimientos y voces desgarradoras, pero, al mismo tiempo, otro caín que no era él observaba el cuadro con curiosidad, casi con frialdad, la agitación irreprimible de los miembros, las contorsiones del cuerpo de ella o de su propio cuerpo, las posturas que la cópula, por sí misma, solicitaba o imponía, hasta el apogeo de los orgasmos”.

Con la fuerza de la lengua, recorrió sus piernas, lleno de pasión, con intensidad, con suave brusquedad, despacio, hacia los pies de esta Eva que se estremecía húmeda de deseo, deambulando entre sus plantas  y entre los dedos del pedestal que sostiene la fuerza de su erección, que le permite atravesar profundamente las barreas de su alma.  Insaciable energía de la creación, inagotables eyaculaciones de marasmo de estrellas, de un Adán consentidor de los deseos que perturban el aliento hasta alcanzar la extenuación. Así se forja la vida, así de incipiente, en pasiones eróticas, es la resurrección.  Así a cada instante se vuelve a la vida. El silencio de las constelaciones vira al rededor de dos seres que han violentado el paraíso y que en justificación; el propio hombre crea o hace a su Cristo histórico para redimirse en el pecado, en el que lleva la penitencia.

Y es que la crucifixión de aquel ser, desde su tormento, desde el Cenáculo hasta el huerto de Getsemanía, donde oró y sudó sangre, hasta la casa de Anás donde fue interrogado, pretende disuadir los deseos del hombre, convirtiéndolos en pecado, y esa es la parte en que el hombre es voluntarioso en su existencia, por la sobrevivencia, porque ni las injurias padecidas en la casa de Caifás, ni los falsos testimonios, que le azotan coronandos de espinas, el deseo carnal, que es el deseo del alma, permiten la condena a la inexistencia, porque este Calvario de frustración vuelve al hombre en sí, en su misma representación crucificado de cuerpo y alma.

Aforismos

De Indalecio, el carpintero: Nunca hables de tu pasado con quien no te conoce…confírmalo con quien te ha conocido.

Del Cigala: Si te acaricio la cara…tienes que darme un beso.

De Jevs: Las más de las veces contarle la sonata de tu vida a un pasajero…es descargar las maletas que te van pesando.

De Celia Cruz: La vida, si es un carnaval.

De WhatsApp: La mejor memoria sigue siendo un lápiz.

De un conocedor: Los pies guardan las pasiones del alma.

Jevs en el Camino a Compostela: Si caminas con tu destino, encontrarás la nada…camina en busca de tu destino.

De San Emilio, en su obra “De la superficialidad”: ¿Quieres saber quién eres…mira a tu rededor.

De namorada: Me gusta Amor.