Cada mañana Guillermo Martínez se quita las legañas, salta de la cama y enciende las dos impresoras 3D que tiene en la mesa de su habitación. Desde las siete, una máquina teje un hilo de plástico blanco y la otra uno negro dando forma a las piezas de una prótesis de brazo. Poco después, este joven madrileño de 23 años se va a trabajar, pero no se olvida de su pequeño taller: supervisa a través de su teléfono las imágenes grabadas por una cámara que apunta a las impresoras. “Si algo va mal, las apago con el móvil. Si todo va bien, cuando vuelvo, a las seis, tengo en casa una palma de la mano o unos deditos”, explica.
Martínez guarda las piezas que crea en botes de cristal: está el de las palmas de las manos, el de los antebrazos o el de los dedos. Las da forma con ayuda de un secador y las junta con hilo de pescar y gomas de cepillo de dientes para crear sus prótesis de brazo. Con el objetivo de distribuirlas de forma gratuita a las personas que más lo necesitan, ha creado Ayúdame 3D. Tras entregar en verano cinco prótesis en Kenia y ver que eran “estupendas”, empezó un proceso de crowdfunding que ha cerrado en enero. Ha conseguido casi 4.000 euros y ya tiene 20 pedidos.
Esta es solo una de las múltiples organizaciones en el mundo que entregan prótesis impresas en 3D de forma gratuita. E-Nable, una ONG internacional nacida en Estados Unidos, es una de las más grandes: ya ha facilitado más de 1.500 manos artificiales a personas necesitadas de todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay al menos 100 millones de personas en el mundo que necesitan una prótesis, y prevé que esta cifra aumente en los próximos años con el incremento de personas mayores en la Tierra.
Cuando Elías Benítez, un paraguayo de 38 años, perdió la mano derecha en un accidente laboral en 2014, optó por una prótesis con un dibujo del videojuego Prince of Persia. Se la ofreció Po Paraguay, una organización sin ánimo de lucro de Paraguay, que ha entregado desde 2014 cerca de 250 prótesis de miembro superior en cinco países de América. “Lo más importante es el impacto emocional que tiene en quienes la llevan debido al nivel de personalización: pueden escoger el color, si la quieren de un superhéroe o de un Minion”, señala Fernando Vallese, uno de sus fundadores.
Benítez es consciente de que “una prótesis nunca va a suplantar lo que es la mano natural”, pero le da confianza. Cuando sufrió el accidente, dejó de ser carpintero y de hacer otras actividades como tocar la guitarra. Pero esto último cambió cuando Po Paraguay diseñó un accesorio que se puede poner en los dedos de la prótesis y permite tocar instrumentos. Ahora interpreta música paraguaya con el violín y rock con la guitarra. “Al accesorio se le pone una púa que te permite hacer punteo y rasgueo, aunque no puedes tocar arpegios”, sostiene.
A la limitación física, hay que sumarle la psicológica. David Aguilar, un joven de 18 años que vive en Andorra, recuerda como en el colegio le insultaban por no tener un brazo. “Te das cuenta de que te tiene que dar igual lo que te digan porque has nacido así”, sostiene. Su padre, Ferrán Aguilar, explica que el refugio de David a las burlas y al “no quiero salir de casa” era Lego. Ahora ha creado su propio brazo con más de 200 piezas de Lego de un helicóptero al que “siempre estaba quitándole polvo”. Con él puede coger objetos de hasta 400 gramos y hacer flexiones. Además, lo que en sus primeros años de vida supuso una limitación física, ya no lo es. “No podía cortar carne, atarme los zapatos o ponerme calcetines, pero ahora lo hago en un plis plas”, explica por vía telefónica desde su coche, que cuenta con una bola en el volante para hacer giros con una sola mano.
Aguilar se ha planteado en alguna ocasión si hacerse con una prótesis. A día de hoy considera que con una impresa en 3D, podría hacer lo mismo que con la de Lego. “Necesitaría una eléctrica y motorizada, pero con el precio que tienen no merece la pena”, afirma. Una prótesis de este tipo puede costar desde 3.000 a 50.000 euros, según señala Rafael Ortiz, miembro de la Junta Directiva de Federación Española de Ortesistas Protesistas y gerente de la Ortopedia Alcalá (Madrid).
Para él, estas prótesis no tienen comparación con las impresas en 3D, a las que califica como “meros juguetes”. Las prótesis mecánicas se activan con algún músculo — por ejemplo, la mano se cierra al levantar el brazo o girar la muñeca —, mientras que las electrónicas ofrecen muchas más prestaciones: permiten mover cada dedo de forma individual, devuelven el sentido del tacto o sujetan objetos pesados.
Ortiz señala que las impresas en 3D pueden resultar muy útiles en países en vía de desarrollo. En esta idea coincide Guillermo Martínez, que explica que la mayoría de las peticiones que ha recibido vienen de España, pero las personas que las van a recibir son de fuera. El joven considera que en un sitio donde para sobrevivir hay que trabajar esto es muy importante. «Por fin voy a poder agarrar un libro y escribir en la pizarra a la vez», le comentó en verano uno de los kenianos a los que esta prótesis ayudará en su día a día como profesor de secundaria.
La principal ventaja de las prótesis impresas en 3D es el precio. Plataformas como E-Nable, en Estados Unidos, o Trucos Optimistas, en España, permiten descargarse los modelos de forma gratuita y ponen en contacto a aquellos que necesitan una prótesis y quienes pueden ayudarles a diseñarla o imprimirla. Santiago Mas, creador de Trucos Optimistas, cuenta que a él construir una prótesis de dedo de Knick le cuesta menos de dos euros.
A Guillermo Martínez, las prótesis que fabrica en su habitación le cuestan menos de 35 euros. Allí, dos figuritas de Transformers que tiene encima de la mesa vibran y hay un zumbido constante porque las impresoras no paran de trabajar. Cada una le ha costado alrededor de 500 euros. Pero para él, la sensación de dar una prótesis y cambiarle la vida a una persona no tiene precio: “Tengo la tecnología que actualmente no está en todas las casas. Ayudar de esta forma es demasiado fácil como para no hacerlo”.
Con información de El País