Malthus se equivocó. El economista inglés predijo hace doscientos años que para estas fechas el crecimiento de la población superaría la capacidad de producir alimentos en el planeta. La catástrofe no ha llegado, pero mirando bien, nos hemos librado por poco.
En 1970 la población humana era de 3 mil 700 millones de seres humanos, la mitad que hoy, y el 35 por ciento moría de desnutrición. En 2017, a pesar de tener el doble de bocas que alimentar, las personas que mueren de hambre han descendido al 15 por ciento. El milagro solo ha sido posible con la tecnología, esa actividad humana que tiene la mala costumbre de arruinar todas las predicciones catastrofistas.
Mientras la población se duplicaba, la “revolución verde” que empezó en la segunda mitad del siglo XX, hizo que la producción agrícola se multiplicara por tres gracias a las nuevas variedades de cereales, el uso de fertilizantes, pesticidas, control de la irrigación y la mecanización de las tareas del campo. Nada mal para un arte que no había cambiado esencialmente en los 10 mil años anteriores.
Pero el milagro no ha salido gratis. El precio es la deforestación, la contaminación, la destrucción de hábitats y la extinción de especies, además de una producción tanto agrícola como ganadera que no es sostenible a largo plazo.
El crecimiento de la población se ha desacelerado, pero aún así llegaremos cerca de los 10 mil millones de humanos en 2050, y es probable que la cifra se estabilice ahí. La pregunta no es si podremos alimentar a toda esa gente, algo que parece garantizado en un mundo donde ya mueren más personas por sobrepeso que por desnutrición. La pregunta es si podremos alimentarnos sin destruir la vida en el planeta, y nosotros con ella. Para conseguirlo, nuestro menú del día va a tener que cambiar.
¿HABRÁ FILETES?
Un informe de la FAO del año pasado indica que las dietas vegetarianas o con un menor consumo de carne tienen las mayores garantías de sostenibilidad en el futuro. La producción de carne es en efecto la parte más controvertida de la ecuación, y no es para menos: la forma industrial de producir carne, especialmente en EU, es un disparate sin paliativos. Pero también lo es la agricultura industrial.
En aquel país, millones de vacas se crían en corrales atestados en los estados del sur, comiendo pienso de maíz y soja que las engorda rápido. El pienso proviene de las enormes plantaciones de cereales del medio oeste del país. Unos cereales que se fertilizan con nitratos sintéticos, producidos en un sucio proceso que consume grandes cantidades de petróleo.
Mientras tanto, el estiércol de las vacas texanas, en lugar de fertilizar los campos de forma sostenible, se vierte en los ríos y termina en el golfo de México, alterando el ecosistema marino y matando a los peces en miles de kilómetros a la redonda. El ciclo natural del nitrógeno, en el que los animales comen plantas y otros animales, y las plantas comen animales muertos, se ha roto.
La primera pieza que hay que arreglar es la agricultura, y por muy romántica que parezca la idea, la agricultura ecológica no es la respuesta. Renunciar a las técnicas industriales implicaría producir alimentos únicamente para 4 mil millones de personas, y serían necesarias 3 mil millones de vacas adicionales para poder fertilizar los cultivos.
La respuesta es más tecnología. Huertos verticales que producen cosechas dentro de naves industriales, iluminadas con luces led y consumiendo muy poca agua. Nuevas variedades de plantas que producen más kilos de alimento con menos recursos, menos pesticidas y menos fertilizantes. Productos agrícolas que contienen más nutrientes por cada kilo, especialmente proteínas, vitaminas y minerales. Mientras que un mundo vegano es una solución poco realista, la dieta del futuro contendrá más plantas y menos animales, pero sin renunciar a los nutrientes.
Para conseguir todo esto, la manipulación genética de las plantas es inevitable, no solo porque garantiza nuestra supervivencia en el futuro, y nos traerá alimentos más nutritivos y más sabrosos, sino porque la humanidad ya lleva diez milenios haciéndolo.
La diferencia entre un cereal híbrido conseguido con un injerto y otro en un tubo de ensayo está solo en el ojo del observador. Las patentes de genes y el abuso de las multinacionales son un terrible problema social, político y económico que necesita una solución global, pero la comida del futuro, sea patentada u open source, será mutante.
El aprovechamiento del suelo es otro de los factores limitantes, ya que solo el 10 por ciento de la superficie de la tierra es arable. Pero por otro lado, el 26 por ciento son pastos que no se pueden convertir en plantaciones de comida humana, pero sí pueden sostener vacas. En el futuro habrá solomillos, pero serán escasos y solo podrán ser sostenibles si dejamos que las vacas coman hierba y fertilicen el suelo con su estiércol.
Los cerdos son otro ejemplo del despropósito de la producción actual de carne. La dieta normal de los cerdos consiste en restos de comida. En su lugar, se les está alimentando con grano, comida humana, por miedo a la peste porcina. Solo con esterilizar los desechos se reduciría el coste y las emisiones en un 50 por ciento. Los cerdos y las aves son mucho más sostenibles, gramo por gramo de proteína, que las vacas, consumiendo hasta cinco veces menos recursos.
La búsqueda de proteínas no puede detenerse ahí. Una vaca consume 6 mil litros de agua y 5 kg de pienso por cada 100g de proteínas. En comparación, la misma cantidad de proteínas de grillo solo necesita diez veces menos recursos. Esto hace a los grillos incluso más sostenibles que la soja. Si superamos la barrera del asco, que solo es cultural, en el futuro nos encontraremos nuestro plato lleno de gusanos, grillos, y por qué no, también cocodrilos, avestruces, canguros y otras muchas especies animales.
¿Y el pescado? Si en tierra firme hace milenios que controlamos los animales y las plantas, en el mar seguimos siendo depredadores. Los avances tecnológicos solo han servido para pescar más, llevando a las especies al borde de la extinción. Al igual que la caza es una rareza en nuestros platos, los pescados del futuro provendrán de granjas, y se calcula que para 2090 la pesca será innecesaria, o imposible.
Si ya controlamos el ADN de las plantas en laboratorio, ¿por qué no prescindir de los animales? En 2013 se anunció la primera hamburguesa creada a partir de células madre, tejido muscular de laboratorio, indistinguible de la carne picada normal excepto en el precio. Esa happy meal salió por unos 325 mil dólares. Dos años después, el mismo equipo pudo producir el mismo resultado por 12. El proceso para crear toneladas de carne en enormes placas Petri, sin emisiones, por una fracción de los recursos, y sin crueldad, está a la vuelta de la esquina.
Por supuesto, todo puede salir mal. El cambio climático puede llegar a la humanidad antes que la sensatez, y desencadenar emigraciones masivas, guerras, y esta vez sí, hambrunas y la muerte de millones. Tenemos una oportunidad de evitarlo, y disfrutar de nuestros grillos a la plancha para cenar.