Quizás el nombre de Carl von Linné o Carlos von Linneo (23 de mayo de 1707- 10 de enero de 1778) no es muy conocido hoy en día. Pero en su tiempo, la creación de la nomenclatura binomial, un sencillo sistema para ponerle nombre y apellidos a animales y plantas, le convirtió en uno de los científicos más relevantes del mundo moderno. El filósofo Jean-Jacques Rousseau dijo de él que era el hombre más grande sobre la Tierra. Johann Wolfgang von Goethe le consideró su mayor influencia, solo por detrás de Shakespeare y Spinoza. Su gran legado es haber ideado una forma universal y sencilla de nombrar a los seres vivos, sin la cual, la Ciencia no podría haber abarcado la impresionante variedad del mundo natural. Su logro es, en definitiva, haber creado la taxonomía, la ciencia que organiza la diversidad de la vida.
«A pesar de que han transcurrido casi 300 años desde la publicación de su obra, la figura de Linneo es casi como un mito para la Biología», explica a ABC José Luis Viejo, catedrático de Zoología de la Universidad Autónoma de Madrid. «Él es el padre de la nomenclatura y de la clasificación sistemática».
Nombre y apellidos
Su creación fue la nomenclatura binomial, difundida en 1753 con su obra Species plantarum, («Las especies de las plantas»). Como si se tratara del nombre y los apellidos de una persona, Linneo creó un sistema en el que asignaba a cada planta y animal un nombre, escrito en mayúsculas y en cursiva, para identificar el género, un grupo compartido por varias especies que comparten unos rasgos, y un segundo nombre, escrito en minúscula y en cursiva, para designar a la especie.
Antes de aquello, este médico y botánico sueco ya había publicado una nueva propuesta para organizar a las plantas y animales en una obra titulada Systema naturae, («Sistema natural»), publicada en 1735. Por entonces, ya habían aparecido otros intentos de organizar y ponerle nombre a los seres vivos, como los del francés Joseph Pitton de Tournefort o el británico John Ray. Pero mientras que estos sistemas desaparecieron, el de Linneo perduró al dividir a los seres vivos en géneros, que a su vez se agruparon en familias. Estas se separaron en clases, y las clases se dividieron en tipos (fila), colocados a su vez en reinos.
Crear al poner nombre
Algunos ven en Linneo la figura de un auténtico creador: «Para algunos pensadores, lo que no tiene nombre no existe», explica José Luis Viejo. Por ello, de alguna forma, «Linneo le dio una entidad a las cosas, como si él las estuviera creando».
Para lograrlo, este científico ilustrado combinó un trabajo meticuloso de observación y clasificación de plantas (y en menor medida, de animales), basado en los rasgos que podía observar, con un cierto sentido poético con el que buscarle nombres evocadores a los seres vivos. Así, por ejemplo, Linneo le asigna al humano el nombre de Homo sapiens, el «ser humano sabio» o «capaz de conocer», en contraste con el chimpancé, Homo troglodytes, el «ser humano» que «habita en las cavernas». O casos más curiosos, como el del hongo Phallus impudicus, que se ganó su apelativo por su descarada apariencia, «impúdica» o «falta de vergüenza», que recuerda indudablemente a un pene.
La base para la Evolución
Charles Darwin encontró en el padre de la taxonomía la base sobre la que construir la famosa teoría de la Evolución que explica cómo las especies cambian con el tiempo en respuesta al ambiente y a los otros seres vivos. Pero Linneo, un hombre del siglo XVIII, coetáneo por ejemplo del rey Carlos III, jamás lo hubiera sospechado. El sueco creía que las especies eran inmutables creaciones de Dios y que no sufrían evolución alguna.
A pesar de todo, «Linneo creó un sistema de jerarquía y clasificación como el de las muñecas rusas», explica a ABC Arturo Morales, catedrático de Zoología en la Universidad Autónoma de Madrid. «Él no pretendía hablar de parentesco, pero su clafisicación sugiere que hay una geneaología y un parentesco. Y eso a Darwin le vino como anillo al dedo». O, en palabras de José Luis Viejo, si bien Linneo era un fijista, dentro de sus ideas más clásicas y próximas a la Biblia había un evolucionismo implícito.
Sea como sea, antes de que la Biología sufriera una revolución gracias a la Evolución de Darwin, a la herencia de Gregor Mendel o a la teoría celular de Friedrich Theodor Schwann, Linneo transformó la Ciencia del siglo XVIII. Como cartógrafos en un mar desconocido, sus discípulos, a los que llamaba apóstoles, y él mismo, estudiaron y clasificaron miles de especies animales y vegetales. Así, contribuyeron, sin saberlo, a afianzar el concepto de especie que luego sería la base para la Ciencia posterior.
Hoy en día, la revolución de la genética permite clasificar a los seres vivos con códigos de barras basados en el ADN. A pesar de todo, según José Luis Viejo, los nombres linneanos aún no han muerto, porque permiten que esas entidades encuentren su lugar y no se queden en una mera entelequia.
Especies en honor de Freddie Mercury
Quizás, la clasificación de Linneo encuentra hoy la horma de su zapato en el mundo de los microbios, donde es imposible distinguir a bacterias o virus (que oficialmente ni siquiera se consideran como seres vivos) por su forma. En este pequeño mundo, el cambio es la constante más permanente, y el concepto de especie deja de tener el sentido que tiene en el mundo de animales y plantas.
Aun así, hoy en día los científicos siguen contando con manuales para decidir si el nombre propuesto por un investigador para una nueva especie de animal o planta es adecuado o no. Por ejemplo, se rechazan los nombres que aluden a personajes políticos o polémicos, o a figuras religiosas como Jesús o Mahoma. Es muy frecuente que los nombres de las nuevas especies hagan un homenaje a la mitología clásica o a su lugar de origen, o quizás a los sufridos familiares o amigos de botánicos y zoólogos. Incluso cuando hoy en día alguien escoge un nombre inspirado en la Guerra de las Galaxias o en Freddy Mercury o Shakira, y «trae al mundo» de lo conocido a una nueva especie, está haciendo en realidad un homenaje a Carlos von Linneo.
Con información de ABC.es