«Mamá, quiero ser youtuber» es una frase que hace apenas unos años sonaría a chino, pero que en muy poco tiempo se ha convertido en el medio de vida de muchos jóvenes (incluso niños) y oración recurrente para los que aspiran a convertirse en caras famosas en YouTube. Desde fuera, parece fácil: colocarse delante de un vídeo, contar lo que quieras, subirlo a la plataforma y esperar a que lleguen los seguidores y el dinero. El «coser y cantar» del siglo XXI.

Existen muchos ejemplos de éxito (¿quién, a estas alturas, no sabe de las andanzas de El Rubius?) y los datos del pasado año avalan la prosperidad de esta industria: en 2017, los youtubers generaron 127 millones de dólares (más de 105 millones de euros), un 80% más que en 2016 según datos de YouTube, Social Blade y Captiv8. Eso, sin contar con los contratos publicitarios paralelos. Una tentación que ha provocado «escuelas youtubers», familias enteras que viven enseñando su día a día o vídeos en los que aparecen cadáveres mientras los protagonistas ríen en los casos más extremos. Una cultura de la búsqueda del «clic», el «like» y el «follow» constante y masivo, que ha llevado incluso a suicidios. Pero, ¿es tan fácil ser youtuber? ¿solo influye la suerte? Y, la pregunta clave: ¿puede tener fecha de caducidad este fenómeno?

Rebelión de youtubers

La primera señal de que la «burbuja youtuber» podría estar llegando a su límite de aire se produjo en 2016, cuando YouTube cambió la política de pago a los creadores de contenido. Esta cuestión se agravó el pasado año con la crisis de anunciantes que sufrió la web tras los escándalos por contenido inapropiado. Las compañías querían elegir los vídeos en los que se insertaban sus anuncios y que no fueran a parar a canales en los que se podían relacionar con polémicas racistas, homófobas o incluso sexuales. Por ello, la plataforma integró la modalidad de las «white list» («listas blancas» en inglés), formadas por canales comprobados por las propias firmas en las que se incluiría su publicidad. También se endurecieron los mínimos para conseguir ingresos: de 10.000 visitas para arriba.

El pato lo pagaban creadores que, aunque no tuvieran nada que ver con esos contenidos, veían mermadas sus ganancias, ya fuera porque las empresas directamente les excluían de estas listas o porque el nuevo algoritmo penalizaba su contenido. Por ejemplo, uno de los youtubers españoles más conocidos, Wismichu, denunciaba que un vídeo suyo, con más de dos millones de reproducciones, apenas había conseguido 100 dólares en ingresos.

Así entraba el primer escollo para hacer más difícil la entrada en el «hall of fame» de YouTube a las nuevas estrellas, a pesar de las críticas de las «viejas» de «censura» por parte de Google, poseedor de la plataforma de vídeos.

Un medio en sí mismos

La creencia de que ser youtuber es un «pan comido» es algo que desde la agencia Vizz intentan desmitificar. «La mayoría lo hacen todo: se graban, editan, montan los vídeos y los suben. Son un medio en sí mismos», explica Mario Rigote, director de operaciones de la compañía que representa a youtubers como El RubuisWillyrexVegeta777 o Paula Gonu. «Para conseguir algo, hay que ser muy disciplinado porque tus propios seguidores te demandan vídeos. Todo esto no es por arte de magia, hay mucho trabajo detrás», afirma a ABC, alegando que, además, deben tener una estrategia pensada.

En España, según un estudio publicado recientemente por la agencia de comunicación Cohn & Wolfe y la plataforma Brantube, solo un 14% de los youtubers viven exclusivamente de esta práctica, y el 86% tiene que compaginarlo con otros trabajos. Este mismo análisis asegura que menos de la mitad de los youtubers tiene como principal objetivo ganar dinero con su canal, mientras que el resto lo considera más un pasatiempo que una profesión, aunque el 98% dice que estaría dispuesto a colaborar con las marcas, una cuestión muy polémica, por el halo de «independencia» que siempre ha rodeado a estos «influencers».

Rigote defiende que YouTube es una plataforma donde se suben multitud de contenidos, «desde canales infantiles hasta vídeos muy polémicos», pero que «es un error meter a todos en el mismo saco». «La plataforma lleva intentando parar los contenidos inapropiados desde hace mucho, porque tampoco sale beneficiada con ello. Al final, YouTube se nutre de la publicidad de las empresas, que es lineal, al contrario que las visitas, que tienen un crecimiento exponencial. Por ello, no se relaciona directamente el número de visualizaciones o la cantidad de vídeos que suben con los ingresos en publicidad de los youtubers», alega, asegurando que se trata de un arduo trabajo conseguir mantener un nivel de ganancias que les permita dedicarse en exclusiva a esta labor.

Pan para hoy, hambre para mañana

Como resultado de la feroz competencia que ha inundado las redes sociales en los últimos años y las restricciones de las diferentes plataformas cuando las polémicas han afectado a sus ingresos, algunos han optado por llevar al extremo de la ética y la moral sus contenidos. Nombres que han generado diversas polémicas son muchos: el español Jorge Cremades, PewDiePie (uno de los que más dinero generan), DalasReview o Paul Joseph Watson.

El último caso, Logan Paul, un joven de 22 años que viajó hasta el «bosque de los suicidios», en Japón, donde filmó un supuesto cadáver de una persona que se había ahorcado, mientras se mofaba con sus amigos de la situación. Las críticas fueron tales que se vio obligado a retirar el vídeo y pedir perdón, afirmando que no lo hacía por las visitas. Pero el daño ya estaba hecho. «Estos tipos de vídeos son “pan para hoy y hambre para mañana”: se viralizan pronto, pero no es una jugada inteligente», asegura el director de operaciones de Vizz, que explica que YouTube penaliza estos contenidos y «la audiencia tampoco se siente satisfecha».

Un futuro poco esperanzador

«En los últimos años hemos ido construyendo una sociedad donde las opiniones de otras personas sobre nosotros mismos son cada vez más importantes y, en esto, las redes sociales han contribuido enormemente», explica para ABC Xabier A. Sotopsicólogo sanitario de la clínica HM Virgen del Val. El experto hace hincapié en el colectivo adolescente, quien más consume este tipo de contenidos, y quien se «puede sentir más tentado a entrar en una especie de competición donde “todo vale” para conseguir ser más popular y obtener una opinión favorable por parte de otras personas».

Señala que siempre han existido estos «ídolos», pero que la diferencia ahora es que tienen al alcance herramientas tan usuales como los móviles e internet, ventanas abiertas a millones de personas en todo el mundo. «Estamos viviendo un fenómeno de escalada creciente, de competición y pugna por ser el líder más influyente o tener mayor poder. El pronóstico, si no se hace nada al respecto, no es muy esperanzador, puesto que cada vídeo “transgresor” constituye un peldaño más en la escalera hacia una sociedad con unos valores éticos reducidos a la mínima expresión», concluye.

Con información de ABC.es