México, creo en ti,
como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo, ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.
(Ricardo López Méndez)
Ahora la estupidez sucede al crimen.
(Luis Cernuda)
México, 2017 (y 16 y 15 y 14…): el olor de la tragedia. La indescriptible pena de cientos de madres que buscan a sus hijos en las fosas clandestinas que se multiplican como plaga por todo el territorio nacional. La angustia de los padres, familiares y amigos cercanos que hacen hasta lo imposible por dar con el paradero de la joven que abordó un taxi o una unidad del transporte público y no llegó a su destino. El dolor inenarrable de quienes van a reconocer un cadáver o reciben el reporte del forense que confirma que, efectivamente, esos restos pertenecen al ser querido que han buscado por tanto tiempo. El coraje, el dolor y la impotencia de los periodistas cuando se enteran de que un colega más ha sido cobardemente asesinado. La culpabilización de las víctimas. La exculpación de los responsables. Las amenazas abiertas o veladas a los disidentes o los informantes. La estupidez que sucede, antecede y coexiste con el crimen.
La insaciable corrupción. La cínica impunidad. Los ofensivos salarios y prestaciones de la clase en el poder. Los huracanes, los terremotos, los incendios forestales, la naturaleza ensañándose contra nuestra prepotencia y suicida insensatez. La impotencia de quienes tienen que cerrar su pequeño negocio porque llegaron a cobrarles derecho de piso y no hay autoridad que los proteja. La desesperación de los que se quedan sin empleo. La desesperanza. La crisis pavonéandose entre los escombros.
Podría seguir pero esos botones bastan para definirnos como sobrevivientes de este agónico 2017. Pese a todo eso, y por todo eso, en el 2018 hay que ser todo lo felices que nos sea posible porque -cito a Almudena Grandes- «la felicidad es la mejor manera de resistir». Hay que andar, los 365 días que se avecinan, sembrando flores y yerbas de olor en cualquier cachito de tierra que encontremos o en pequeñas macetas. Hay que ir por todos lados riéndose de cualquier bobada a cada rato. Hay que estar en todos los conciertos, las obras de teatro, las funciones de danza, las muestras de cine y las galerías de arte que podamos. Hay que vaciar las librerías y llevar sus letras hasta nuestros ojos. Hay que dejar las redes sociales y abarrotar los cafés con reuniones de cuates. No hay que permitir que haya una sola mesa sin vino y sin pan, una sola cama sin amor y sin sexo. Hay que inventar cientos de utopías y correr tras ellas y no parar hasta atraparlas. Hay que desparramar amor por todos lados. Hay que soñar un chingo. Hay que lograr, entre todos, que la tierra nuestra se carcajee pero no para envolver un dolor callado sino para festejar el retorno de la dicha.
El jazz bajo la manga se despide por este año pero regresa en enero, reencontrémonos entonces. Pásenla maravillosamente, hártense de felicidad.
¡Salud!
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