En mi playlist de esta noche suena la danza húngara no. 5 de Brahms y una infusión de vainilla invade mi olfato y paladar.

Estamos a 10 días de que Papá Noel, San Nicolás, Father Christmas, Père Noël, Babbo Natale, el hada Befana, el Tió de Nadal, el Apalpador, el Olentzero, Christkind, Dez Moroz acompañado de Snegúrochka; Jultomten, Hotei-osho,  los 12 duendecillos Yule Lads o, en Países como México, Santa Claus y/o el Niño Jesús lleguen a millones de casas en todo el mundo para repartir regalos a los niños, quienes con anticipación realizan sus cartas con las peticiones. Mi pregunta es, ¿qué juguetes o solicitudes encabezarán esos enormes listados este año?

Aún tengo envarados abdomen y mejillas de tanto reír en una posada en la que los adultos revivimos aquellos juegos con los que, por generaciones, construimos nuestra infancia y con los que desarrollamos creatividad, estrategia, coordinación, destreza, trabajo en equipo, el espíritu competitivo, imaginación, nos ejercitamos, entre muchas otras habilidades que adquirimos con los pasatiempos de antaño, mismos que se han ido perdiendo y que, en su mayoría, desconocen los niños de hoy.

Un poco tiene que ver la inseguridad que se sufre actualmente en las calles, por las que es imposible permitir que los pequeños salgan a jugar con los vecinos a las traes, encantados, stop, metitas, una pelota, carreritas ya sea con los cochecitos de juguete, las bicicletas, patines, avalanchas o con las propias piernas.

Otra causa es el avance de la tecnología que ha desarrollado infinidad de consolas, juegos y dispositivos que motivan a niños y grandes a tener los ojos pegados a una pantalla.

Y una tercera razón que considero ha hecho que se pierdan algunos de los juegos que llenaban las fiestas infantiles, horas de recreo o tardes de reunión, es que de cierta forma eran transmitidos de generación en generación y muchos padres por su trabajo, falta de tiempo o de interés no se dan la oportunidad de compartir momentos de juego con sus herederos.

Cuántas horas pasamos con nuestros amigos inventando cómo subir a los árboles, jugando burra tamalera, a las sillas, cebollazos, jalando una cuerda entre dos equipos sólo con la intención de medir fuerzas… brincando en el avión, la cuerda o el elástico; aventando canicas, el trompo, valero, yoyo, haciendo girar el hula hula, volando papalotes, enscondidillas, látigo, gallinita ciega, ponle la cola al burro.

Recuerdo que con las bolsas del súper mi hermano y yo hacíamos paracaídas que amarrábamos a sus muñecos y mis barbies para aventarlos por la ventana y mirarles descender lentamente o, si el paracaídas fallaba, en cuestión de segundos.

En las fiestas infantiles de aquellos años no había juguetes inflables, sino concursos de quién se comía más rápido una dona que colgaba de una cuerda, o quién llegaba más rápido a la meta brincando dentro de un costal, saltando al tiempo de un compañero al que nos ataron un pie, o cuidando que no se cayera el huevo de la cuchara que transportábamos en nuestra boca.

Esos eran nuestros juegos, para lo cuales no se necesitaba mas que imaginación y, si acaso, un gis, lápiz, papel, una bolsa, pero sobre todo, necesitábamos amigos y creatividad.

Así es que en nuestras listas de regalos figuraban las muñecas, los carritos, bicicletas, patines, walkie talkies, máquinas de helados, raspados y hornitos mágicos, juegos de mesa, playmobils, fabulosos fred, la casita del árbol, los makikos, patinetas, avalanchas, patines del diablo, los pequeños ponys, super héroes, cuentos, plastilina o masita moldeable, peluches y una larga lista más de cosas que la única energía que necesitaban para accionarse era la de un niño, no así la de las pilas o corriente eléctrica.

Quisiera tener acceso a las cartas de los niños de hoy, aunque estoy segura que en su mayoría, sus peticiones están llenas de juguetes caros que, además de requerir baterías, obligan a la niñez a sentarse en una silla a ver cómo funciona por sí solo, sin tener la oportunidad de interactuar, inventar historias, voces, personajes… sin embargo mantengo la esperanza de que, en algún lugar del mundo y/o en un día no tan lejano, esas cartas se vuelvan a llenar de solicitudes que les ayuden a desarrollar todo aquello que logramos nosotros alguna vez, hace no sé cuánto tiempo ya.

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina