Salvo los protagonistas y aquéllos que obtenían un ingreso considerable por el ritual, ningún veracruzano extraña ni por asomo aquellos informes de gobierno faraónicos, en que se paralizaban las oficinas públicas, se suspendían clases y se tendían largas vallas humanas desde el Teatro del Estado hasta el Palacio de Gobierno para observar el paseo del Tlatoani en turno.
Años después, tras la simulación de un informe de gobierno republicano y austero, los actos públicos se convertían en costosas fiestas privadas. Así fue principalmente durante las administraciones de Fidel Herrera y Javier Duarte, cuyas oscuras historias aún se cuentan entre los asistentes, hoy refugiados en fueros y amparos que les garanticen impunidad.
Por eso, nadie ha criticado el formato del Primer Informe de Gobierno de Miguel Ángel Yunes. No hubo excesos, tampoco acarreos de porrismos desaforados, ni largas columnas de suburbans blindadas desde el aeropuerto para traer a los invitados especiales, y menos aún, los cientos de felicitaciones en medios de comunicación pagados con recursos públicos. Sin embargo, la forma es fondo y la austeridad no está reñida con la pluralidad.
El evento de ayer fue en realidad una fiesta privada del Gobernador a la que sólo acudieron sus amigos más cercanos y no se tuvo la gentileza de invitar a la política, en un estado donde se supone hemos regresado a la normalidad republicana. Ayer vimos que no es cierto.
En cualquier sociedad medianamente democrática, el gobierno no tiene temor de convivir con la oposición y sus opositores. Así sucede en cualquier país del mundo occidental, incluso en lugares tan cuestionados como Venezuela o Cuba, donde la presencia de la oposición sirve, paradójicamente, para simular el ejercicio autoritario del poder.
Pero Veracruz se cuece aparte. A ciencia cierta, no sabemos si muchos actores políticos no fueron invitados o de plano decidieron no asistir. Entre ellos, los senadores y diputados federales, muchos diputados locales, presidentes municipales electos y en funciones –no sólo los hijos, por supuesto-. Los diputados de Morena –la segunda fuerza política del Congreso- sí hicieron público su malestar porque no fueron requeridos a la fiesta privada que se realizó en su casa.
Tampoco estuvieron presentes líderes políticos y de organizaciones sindicales, la mayoría de ellos identificados aún con el régimen que no termina de fallecer. Y se entiende que hayan sido excluidos del convite, porque su presencia hubiera dado una lectura errónea sobre una supuesta complacencia o complicidad que ni por asomo se quiere que se interprete. Es verdad que sólo a algunos molesta que poco a poco no quede piedra sobre piedra del castillo de la fidelidad, cosa en lo que el propio Yunes Linares podría estar equivocado. Siguen ahí, agazapados, a la espera de una oportunidad.
Vaya, ni siquiera hubo un representante del Presidente Peña Nieto –ni siquiera a través de los delegados en el estado-, a pesar de que en su informe Yunes Linares hizo un reconocimiento al gobierno federal por el apoyo en materia económica y de seguridad. Aún sin conocer las razones, no es buena noticia para Veracruz que su Gobernador no tenga una sana comunicación con el Presidente. Ya vivimos el episodio Calderón-Fidel.
Sin embargo, más allá de sus pasiones políticas, son los interlocutores políticos del gobernador. Muchos de ellos no están perseguidos por la justicia, y por lo tanto, representan sus contrapesos en el ejercicio de su función. Se trata de autoridades y líderes con los que debe tratar a diario, y en ese sentido, era un acto de civilidad política haberlos invitado.
No imagino, por ejemplo, al Presidente Peña yendo a la Cámara de Diputados y pedir que se excluya de su lista de invitados a bancadas parlamentarias completas. Habrá quien diga que ni siquiera asiste personalmente, pero en tal sentido, tampoco vulnera la autonomía y división de poderes que se supone que prevalece en nuestro estado.
También se extrañó la presencia de personajes destacados de la vida pública del estado: empresarios, comerciantes, académicos, directivos de universidades públicas y privadas, de medios de comunicación, líderes religiosos, representantes de consulados de países extranjeros, en fin, todos aquéllos que tienen un peso específico en la estructura social del estado.
Se trato entonces de un informe de gobierno frente al espejo, donde la censura prevaleció sobre la autocrítica. Un informe rendido frente a colaboradores que poco han hecho, y que en todo caso, ya conocían el contenido. Frente a nadie que se atreviera a alzar la voz. Una fiesta privada donde nada escapara a su control.
Al final del día, Miguel Ángel Yunes logró su objetivo: hacer sentir que sigue siendo el mismo de siempre, el de la rudeza, el del gobierno monocromático que sólo distingue entre aliados incondicionales y adversarios imperdonables. El pragmático del poder que somete en lo oscuro, y que en lo público, no le interesa ser reconocido como un demócrata. Total, nunca lo ha necesitado.
La del estribo…
- Hasta este miércoles por la noche, muy pocos medios habían destacado la información del primer informe de Gobierno. Muchos –en reciprocidad con el trato recibido-, lo ignoraron. Mal del gobernador y mal de los medios; un periodista puede –no debe- mantener diferencias con actores políticos pero nunca con la nota. Los veracruzanos merecen información no como canonjía del gobierno sino como una responsabilidad de los medios con su audiencia. Y con esa información, que cada quien evalúe y saque sus conclusiones.
- ¡Vaya coincidencia! Tras la difusión del video grabado por el ex gobernador Javier Duarte desde la cárcel, en el que asegura tener que “morderse” un huevo para no mentarle la madre a Miguel Ángel Yunes, muchos ex colaboradores recordaron los tiempos en que tenían que hacer lo mismo con él. Morderse el otro para no decir por qué está en la cárcel, ¿es su propia versión de “cimbrar a México”?