«… Mimí era una graciosa muchacha
que debía con seguridad simpatizar
y congeniar de manera particular con
os ideales plásticos y poéticos de Rodolfo.
Veintidós años; menuda, delicada…
Su rostro era como un esbozo de figura
aristocrática; sus rasgos eran de una admirable finura…

«La sangre de la juventud corría caliente
y vivaz por sus venas y teñía de rosáceo
matiz su piel transparente con el candor
aterciopelado de la camelia…

«Esta belleza enfermiza sedujo a Rodolfo…
pero lo que más le hizo enamorarse
como un loco de la señorita Mimí fueron
sus manecitas, que ella, con todas las faenas
domésticas, sabía mantener más blancas
que las de la diosa del ocio».

(La bohème. Giuseppe Giacosa y Luigi Illica)

A mediados del siglo XIX, el escritor francés Henry Murger publicó una novela por entregas en un periódico parisino, la versión completa se publicó en 1849 con el nombre Les scènes de la vie de bohème. Casi medio siglo después, Giuseppe Giacosa y Luigi Illica retomaron la historia para hacer el libreto con el que el que Giacomo Puccini, en 1896, dio a luz una de las obras más emblemáticas del repertorio operístico universal, La bohème.

En 2008, Robert Dornhelm hizo un portento cinematográfico a partir de la obra que venía atravesando los siglos de mano en mano. Y digo portento porque salió victorioso del gran reto que implica trasladar la ópera a la pantalla grande, con apego fiel al texto y la música originales pero sin limitar el resultado al registro simple del hecho escénico.

Ante la imposibilidad de incidir en la dramaturgia, abocetar el trazo escénico, consensuar la actoralidad, determinar el tiempo y el espacio, Dornhelm se avino al único recurso que le pertenece en exclusividad, el manejo de la cámara, herramienta a la que asignó el papel de ojo omnisciente. En el filme, la lente es narradora, y es la mirada del director y la de los espectadores y la de alguna divinidad que, en la primera escena, observa desde las alturas y después desciende para emplazarse en la Noche Buena parisina de 1830 antes de llegar a su destino, la gélida buhardilla en la que inicia la historia de cuatro jóvenes diletantes -el poeta Rodolfo (Rolando Villazón), el pintor Marcello (George Von Bergen), el músico Schaunard (Adrian Eröd) y el filósofo Colline (Vitalij Kowaljow)- y una bella adolescente costurera, Mimí (Anna Netrebko), condenada a muerte por la mano implacable de la miseria y por los reclamos melodramáticos de una trama que, siguiendo los cánones del romanticismo decimonónico, precisa de la fatalidad para sublimar el amor.

En el primer acto, con movimientos ágiles, encuadres puntuales y sobreposición de planos, el cineasta logra recrear el desenfado de los jóvenes celebrantes y la posterior intimidad del encuentro entre Rodolfo y Mimí, personajes designados para protagonizar un amor tan súbito como intenso, tan dichoso como fatal.

En dos siguientes actos, las tomas se abren para registrar los efectos de dos personajes tácitos pero determinantes: en el segundo, la navidad y su alborozo; en el tercero, el invierno y su impiedad.

La fotografía de Walter Kindler acrecienta a la eficacia visual. El manejo sobrio y equilibrado de la imagen, la resolución cromática y el manejo de la luz, arropan el desarrollo de la trama y logran una serie de capturas instantáneas dignas de una exposición. Las escalas monotonales de grises y colores ocre permiten al fotógrafo transmitir la crudeza del invierno y, en el desenlace, la sordidez de la decadencia. Solo en tres momentos se vale de la expresividad de los colores cálidos: en el primer acto, cuando enfatiza la pasión mediante el vestido rojo de Mimí; en el segundo acto, en el que los muros del Café Momús y los vestidos de Musetta y Mimí subrayan el ambiente de bacanal; en el tercer acto, cuando aparece Musetta con un vestido violeta, color asociado a la vanidad y a la sexualidad pecaminosa. Durante toda la obra, la iluminación y el maquillaje son aliados imprescindibles para enfatizar el carácter y el humor de cada escena.

El director se muestra a través de pequeños guiños: en la primera escena, un niño que juega con la nieve observa a una mujer que sacude una frazada desde el balcón y corre atemorizado, esa imagen anticipa la primera intervención de Colline: ya se manifiestan / los signos del Apocalipsis. Cuando Mimí y Rodolfo descienden las escaleras, se asoma la fatalidad personificada en una vecina curiosa e inquisidora. Y los flashback en disolvencia con los que encubre las escenas de entrega carnal y da verosimilitud a la nostalgia en los momentos de evocación.

El final es sublime, tras sus últimas palabras -¿Lloras? Estoy bien / ¿Por qué lloras así? / ¡Aquí, amor, siempre contigo! / Las manos calientes… dormir-, Mimí o su alma o su esencia o lo que de ella permanece, mediante el artificio del travelling, emprende el ascenso. Mientras cadáver permanece en un diván color de rosa, la duela, con la distancia deviene tronco de árbol. El hálito levita, libre ya de las penalidades corpóreas, y desde el aire observa a Murger, a Puccini, a Giacosa, a Illica, a Dornhelm, a Netrebko , a Villazón, a sus casi dos siglos de existencia y también te mirará a ti, lector, si acaso ves la liga que anexo. Si lo haces, obtendrás a cambio un par de horas de plena dicha estética.

¡Mimiiiiiiiiiii…!

* * *

Ficha técnica:

Título original: La Bohème
Año: 2008
Duración: 115 min.
País: Austria
Director: Robert Dornhelm
Guion: Giuseppe Giacosa, Luigi Illica (Ópera: Puccini)
Música: Giacomo Puccini
Fotografía: Walter Kindler
Reparto: Anna Netrebko, Rolando Villazón, Nicole Cabell, Tiziano Bracci, Boaz Daniel, Stéphane Degout, Adrian Eröd, Ioan Holender, Konrad Huber, Gerald Häussler, Vitalij Kowaljow, Mario Steller, Ernst-Dieter Suttheimer, George Von Bergen, Nicolas von der Nahmer
Productora: Coproducción Austria-Alemania
Género: Musical | Ópera

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