La esposa de un buen amigo, según me lo cuenta, recibió la semana pasada una llamada telefónica en la que una persona con acento caribeño le dijo que por el buen manejo financiero de sus tarjetas de crédito se había ganado varios regalos. Solamente tenía que acudir a un evento en conocido hotel del norte de la ciudad, el Gamma de Fiesta Americana. La voz impersonal del otro lado le aseguró que podía ir con toda confianza, porque “no le pedirían ninguna información adicional, ni que firmara algo”.
Nadamás tenía que presentarse, con alguna tarjeta de crédito, y recibiría sus regalos. Obvio, como marcan los cánones de los genios de la mercadotecnia, no le dijeron qué tipo de empresa era la que le ofrecía los presentes, ni en qué consistían éstos.
Mi buen amigo me contó también que su esposa entendió desde el primer momento que se trataba de alguna estratagema para tratar de venderle algún producto o servicio, y que hasta cabía el peligro de que intentaran defraudarla de alguna manera.
—Viejo, de todos modos estoy pensando en ir —le dijo la mujer—. Si es un fraude, tenemos la oportunidad de revelarlo y advertir a la gente. Vamos a hacerle de reporteros de tu amigo Levet y su columna “Sin tacto”. ¿Cómo ves? Asistimos, nos enteramos de qué va la cosa, y se la contamos para que lo publique.
Y, pues, como me lo platicaron se los cuento.
La empresa regaladora era una mayorista de paquetes turísticos: Majestic Tours de México, que convocó a muchos xalapeños tarjetahabientes para que recibieran sus regalos.
Desde el primer momento, nuestra pareja se dio cuenta de que la cosa no iba a ser totalmente gratuita, tipo que llegarían, les darían sus regalos y se irían tranquila y gozosamente (para hacer más atractivo el anzuelo, la telefonista de Majestic le había recomendado a la esposa que llevara a varios familiares “para que le ayudaran a cargar sus regalos”). Pero no. Llegaron, fueron recibidos en una mesa afuera del salón, tuvieron que contestar algunas preguntas como nombre y número de teléfono, y les pidieron que esperaran a que los llamaran. Junto con ellos habían acudido varias personas: una señora de edad acompañada de un vecino, una profesora y su hija, un señor jubilado que llegó solo, una pareja joven con su bebé…
El personal de la empresa estaba compuesto por mujeres jóvenes que pretendían ser atractivas y dos jóvenes entrados en músculos que podrían pasar por guapos para mujeres no muy exigentes.
Después de algunos minutos de espera, llamaron a nuestros amigos y una “ejecutiva” los llevó a una de las ocho o diez mesas que estaban acomodadas en el pequeño salón, les ofreció algo de tomar -“¿refresco, café, agua?”-, los sentó y empezó el numerito:
A leguas se notaba que la muchachita había recibido alguna capacitación y que estaba repitiendo el numerito que le hicieron memorizar. Tomó un block de hojas y empezó a escribir con grandes letras ciertas cantidades, que eran los descuentos en servicios turísticos que manejaba su empresa para sus clientes. Era, según esto, una batería de preguntas que solamente podrían ser contestadas con un “sí”. ¿Les gusta salir de vacaciones? ¿Les agradaría pagar solamente la mitad por el precio del hotel? ¿Obtener boletos de avión a precio de mayorista y con un 20% de descuento adicional? ¿Rentar autos a precios muy bajos? Y así por el estilo…
Cuando ella consideró que la pareja estaba debidamente engatusada, soltó el primer anzuelo: su empresa les iba a proponer un trato al que no podrían negarse; era simplemente que contrataran un paquete de descuentos por los siguientes diez años, con lo que garantizarían tener las mejores y más baratas vacaciones.
La “ejecutiva” siguió hablando un poco más sobre las maravillas del paquete, y concluyó que era tan ventajoso que solamente lo podían ofrecer ese mismo día. Así que, si no querían perderse esa oportunidad única, tenían que tomarla de inmediato.
Y aquí viene lo bueno: solamente tendrían que pagar ¡120 mil pesos!
Bueno, mañana les sigo contando porque se me terminó el espacio de hoy.
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