Ayer, durante el coloquio “Vulnerabilidad, violencia y perspectiva para la paz”, organizado por la facultad de Filosofía de la Universidad Veracruzana, se hicieron algunas muy serias reflexiones sobre lo que significa la violencia en México. Tal vez una de las más graves, es que el Estado mexicano se ha vuelto permisivo y la sociedad cada vez más tolerante.
Hasta ahora, son muy pocos los investigadores que no se refieren a la guerra contra el narco impulsada por el gobierno de Felipe Calderón como el principio de un nuevo y devastador escenario de violencia –en México hay más muertos que en cualquier otro país, incluso en los que están en guerra-, que nos ha llevado a una descomposición social casi absoluta.
Como política pública, la estrategia calderonista fue un absoluto fracaso: los índices de violencia se dispararon lo mismo que el consumo de drogas. El número de muertos alcanzó una cifra nunca antes vista. En ese entonces, en el país se identificaban al menos 7 cárteles de la droga; doce años después, resultado de su fragmentación, se cuentan más de 400 grupos de delincuencia organizada diseminados hasta en los rincones más apartados del país.
Con la utilización de las fuerzas armadas hubo un serio deterioro de estas instituciones al ponerlas en contacto directo con la guerra en las calles. Es excepcional una guerra que dure tantos años. Por esto es que los soldados ya están cansados.
El gobierno de Peña Nieto tampoco encontró una solución adecuada. Ya no se volvió a hablar de una guerra contra el narco, sin embargo, se mantuvo la estrategia de mantener a las fuerzas armadas en las calles y los operativos para detener a los principales capos del país. Así, con la detención de uno, el grupo criminal se dividía y emergían tres o cuatro más. De continuar la tendencia, en este sexenio podría haber más muertos que en el anterior.
Ese fue precisamente el argumento sobre el que giró la conferencia universitaria de este lunes. En la crónica hecha por Ángel Camarillo de Al Calor Político, se refiere al planteamiento hecho por el investigador Alfredo Zavaleta Betancourt, quien asegura que con políticas de “dejar morir”, el Estado aplica una limpieza de “elementos desechables” de la sociedad en medio de la crisis de violencia en el país.
Según Zavaleta, la gobernabilidad política se reduce al hacer vivir, mediante políticas públicas cada vez más precarizadas, o hacer morir, considerando desechar una parte de la sociedad. Hay una mutación de la sociedad mexicana con una tendencia más evidente a la desaparición de personas y a la muerte.
Y me referiré a su argumento central: “el dejar morir es el principio de la nueva gobernabilidad de los vivos sobre los muertos”. Es, dicho de otra forma, una política pública que materializa la muerte, al dejar que “los delincuentes se maten entre ellos”, como si eso fuera un acto de justicia. Es la supresión del estado de derecho por el Estado mismo.
Es cierto, el gobierno no escoge a quienes van a morir, deja que la violencia lo decida. En ello radica su empoderamiento. Es una especie de darwinismo criminal de la selección natural o la supervivencia de los más fuertes. De esta forma, los gobiernos restan importancia a la violencia porque aseguran que se trata sólo de enfrentamientos entre delincuentes.
Así lo dijo Duarte y así lo ha dicho Miguel Ángel Yunes; pero antes que ellos lo dijeron Felipe Calderón, Enrique Peña, y tantísimos gobernadores que han delegado la responsabilidad de un nuevo statu quo -ellos deciden qué impuestos imponer, que mercado negro establecer, que zonas son seguras y cuáles son sus territorios- a la delincuencia organizada. Eso explica fenómenos como el de Tamaulipas o Michoacán.
Por eso las muertes se multiplican y muy pocas de investigan. Acaso aquéllas de alto impacto generan una respuesta inmediata de la autoridad; pero estos efímeros y selectivos logros sólo sirven para ocultar el basurero que se encuentra debajo de la alfombra del sistema de justicia en México.
Hoy la sociedad se ha fragmentado. Por una parte, la clase política, soberbia y enriquecida, siente que no será alcanzada –ni ellos ni sus familias- por la violencia, cosa que ya vimos que no es así. Por nuestra parte, la sociedad no está luchando colectivamente para esto deje de suceder, sino que de manera individual procura que no les pase.
La muerte se ha convertido en una política pública en México. No se puede culpar a uno; no se puede decir que es en una región o sólo en un periodo determinado, porque de algún modo, la sociedad misma ha aportado la materia prima: víctimas y victimarios. La muerte prevalece sobre la justicia y es mucho más fuerte que el respeto a la vida.
En todo caso, la clase política tiene mucha responsabilidad en lo que nos ha pasado. Y no se trata de enfilar baterías a los partidos políticos, porque todos han adolecido de la misma ambición y la misma indolencia. Es evidente que la renovación de los poderes públicos no nos traerá soluciones en el corto plazo.
Como hemos dicho, esto se trata de una guerra. Y en las guerras no mueren los generales sino los soldados. La guerra se acaba cuando los enemigos pactan la paz. Es hora de pactar la paz o terminaremos devorándonos a nosotros mismos.
Las del estribo…
- Piden abrir una carpeta de investigación en contra de los agentes de la FGE que ayer intentaron detener por error a una persona en La Parroquia de Veracruz. Si ser incompetente es un delito, más de la mitad del gabinete estatal estaría sujeto a investigación, empezando por el jefe de los susodichos.
- La naturaleza se ha ensañado con los veracruzanos. Sin fenómeno natural a la vista, las condiciones meteorológicas han provocado un desastre silencioso; como ladrón en la noche, el agua ha llegado para inundar una cantidad muy importantes de municipios y regiones. Y si la economía ya estaba paralizada, hoy Veracruz se ha vuelto un estado triste y desolado.