El mensaje del mandatario veracruzano al presentar el paquete de iniciativas para crear el Sistema Estatal Anticorrupción es un discurso que suena bien, una pieza oratoria que vuelve al tema que ha sido, es y seguirán siendo el favorito del gobernante, el que le dio votos en el 2016 y que supone será igual en la elección del 2018: la corrupción brutal de los últimos doce años, el castigo a los culpables y el cambio que llegó con la alternancia.
Solo que la realidad se impone y ese discurso suena ya vacío, reiterativo y carente de correspondencia entre lo dicho y lo hecho. No refleja lo que ha sucedido en los diez meses que tiene Miguel Ángel Yunes al frente del gobierno de Veracruz.
Un mensaje maniqueo donde quienes no ven el cambio o cuestionan la falta de resultados: “añoran, la corrupción y opacidad de las que participaron durante administraciones pasadas”.
Que no se equivoque el mandatario. Los veracruzanos que padecieron la catástrofe que significaron los gobiernos de Fidel Herrera y Javier Duarte no añoran el pasado. Pero tampoco creen que vivimos un cambio.
Los datos duros de la violencia y criminalidad sin control, la profunda crisis económica que mantiene paralizada la economía local, el quiebre de expectativas, los auténticos empresarios quebrados a quienes les regatean los pagos por servicios prestados, la legión de desempleados y jóvenes sin oportunidades que hace lo que puede para sobrevivir en los tiempo del yunismo, tampoco son defensores del viejo régimen. Confiaron en ofertas de campaña, compraron el discurso de que venían tiempos mejores para Veracruz y hoy se arrepienten de haber creído en quimeras.
La división de poderes y el sistema de equilibrios y contrapesos entre los mismos sigue siendo una aspiración, a contrapelo de la creencia del mandatario. El Congreso local sigue funcionando como un mercado de votos, en el que se paga para comprar mayorías a modo y violentar la propia normatividad interna del Legislativo en aras de mantener un férreo control del órgano de gobierno de ese poder y de las comisiones que revisarán las cuentas públicas del gobierno en turno. Igual que en el pasado inmediato.
Con la alternancia, pese a tener la fuerza legal, ha faltado la voluntad política para proceder, sin distingos ni excepciones, contra los que aún disfrutan de fueros y privilegios. No se ha respondido cabalmente a la demanda social de no impunidad. Ahí están quienes formaron parte de manera notable del régimen anterior, esos sí cómplices del saqueo, hoy convertidos en aliados y nuevos compañeros de viaje comprometidos en la aventura y obsesión sucesoria; operadores políticos y electorales a quienes se perdonó a cambio de prestar sus servicios al nuevo régimen.
Los miles de personas que fueron despedidos de la administración pública no fueron beneficiarios del “festín de la corrupción que lastimó profundamente nuestra vida institucional”, eran empleados públicos, burócratas de muchos años, cuyo único pecado fue haber tenido un empleo gubernamental, y que hartos de constatar día a día el saqueo y los abusos de quienes eran sus jefes votaron por un cambio que nunca llegó y ya no esperan. Aborrecen el pasado como aborrecen ya la decisión que tomaron en las urnas en el 2016.
El mal de la corrupción efectivamente se extendió como humedad, como dijo Yunes Linares, y está en todas partes, pero no se ven ganas de erradicarlo de verdad y a fondo. La auténtica procuración de justicia sigue esperando mejores tiempos. Igual que en el pasado inmediato.
El afán de conservarse en el poder es un mal endémico en quienes detentan el poder. Eso la historia lo ha demostrado, aquí y en China. Hoy como ayer la prioridad es asegurarse los votos para tener permanencia en el ejercicio del poder. De ahí el solapamiento, la impunidad y la complicidad que sean necesarios para alcanzar sus objetivos. Igual que en el pasado inmediato.
“No hay cambio dicen, quienes antes participaban cotidianamente en el festín de la corrupción”, sentenció el mandatario.
O estás conmigo o eres un corrupto, es el mensaje. Bonita cosa.