El país vive tiempos realmente violentos pero no imposibles de resolver; sin embargo, la solución no llega porque la intención parece ser precisamente lo contrario. De manera indistinta, delincuencia y autoridades buscan obtener un beneficio –económico y electoral, respectivamente-, de la violencia, por eso es que hoy nos regalan con generosidad el miedo para mañana vendernos muy cara la seguridad.

Y para calmar las buenas conciencias de los aplaudidores en turno, esos que se han convertido en lo que criticaban, que se refugian en las redes tratando de justificar lo evidente, pidiendo unidad con un bidón de gasolina en la mano, les diré que sigo tan convencido de que el gobierno no provoca la violencia, como lo estoy de que se aprovecha de ella.

Si nos abstenemos del debate politizado, ese que tanto divierte a los personajes que hoy se disputan la plaza entre ellos -y dentro de poco lo harán a través de sus hijos-, debemos tratar de entender lo que está pasando. Y para eso, debo referirme a una serie de reflexiones acerca de lo que es el miedo y como está operando en nosotros, en estos aciagos días para nuestro país y nuestro estado.

No es necesario interpretar cuando la fuerza está en la expresión original, por ello, lo comparto del muro de Liza F. Hume:

“El miedo es la gran enfermedad del S. XXI. El miedo es la enfermedad más sutil y destructiva de todas las enfermedades humanas. El miedo mata nuestros sueños. El miedo mata esperanzas. El miedo nos hace enfermar. El miedo hace que nos detengamos a la hora de hacer algo que, sabemos de sobra que somos capaces de hacer pero que no hacemos por miedo al fracaso. El miedo nos hace mantener relaciones destructivas, el miedo hace que dejemos de vivir nuestras vidas y nos convierte en «almas en pena».

Y yo me pregunto: ¿Cuál es el beneficio? ¿Cuál es el beneficio de permitir que el miedo te detenga? ¿Cuál es el beneficio de renunciar a tí mismo? De no vivir la vida que deseas? ¿Cuál es el beneficio para ti? ¿Cuál es el lado positivo?

Son múltiples las teorías existentes para explicar el miedo. Bennet (2005) destaca la función de la economía de consumo, que debe crear un mercado de productos contra el miedo, para lo cual se precisa esa dosis de inoculación de miedo social (algunos ejemplos podrían ser las alarmas, las vacunas, o las armas en sociedades como la norteamericana).

Jean-Pierre Dupuy (2002) encuentra una explicación en “la irrupción de lo posible en los imposible” que se ha manifestado en hechos como los atentados del 11-S o el terremoto de Fukushima.  Danner (2005), en la misma línea lo expresa señalando que “lo inconcebible, lo inimaginable, se ha vuelto brutalmente posible”.

Lo que es evidente, es que nos han inculcado el miedo como asignatura. Porque no hay nada mejor que tener una sociedad sumisa. Una sociedad que no piensa, no siente, ni padece. Una sociedad esclava creyendo ser libre.” Brutalmente cierto.

Por eso es que la marcha del domingo no sólo fue por Mara; fue por muchas otras xalapeñas. Fue por nosotros mismos, por todos a los que nos abraza el miedo, porque si tenemos miedo a enfrentarnos solos a esta violencia, entonces lo haremos juntos. Ese fue el verdadero mensaje. Las redes no sólo mostraron indignación, sino que han volcado una inusitada solidaridad para la autoprotección. Hay quien está dispuesto a cuidarlas aún sin conocerlas.

Para quienes han perdido a un ser querido, sólo queda la esperanza porque ya no creen en la justicia. Los nombres de las víctimas no se han olvidado como acusan quienes serviles intentan polarizar a la sociedad. El dolor y el sufrimiento de sus familias permanecen. En ellos sobran los protagonismos fatuos.

Hoy tenemos miedo de salir a la calle, no importa la hora y el lugar. Tenemos miedo de que nuestros hijos vayan a la escuela o salgan a divertirse; tenemos miedo de llevarlos a jugar a un parque e ir en familia a un restaurant; no nos sentimos seguros en el estacionamiento de un centro comercial, y muchas veces, ni en nuestra propia casa. Los hombres tenemos miedo porque nos sentimos vulnerables ante la incapacidad de proteger a nuestra familia; y las mujeres tienen miedo por el simple hecho de ser mujeres.

Hoy ya no tenemos miedo al fracaso o al desamor; dejamos atrás el temor a un futuro incierto, el miedo a la pobreza o el infortunio cotidiano. Hoy sólo tenemos miedo por estar vivos.

Por eso, cuando nosotros aceptamos el miedo y pagamos por la seguridad –lo mismo a través del voto que con el pago de una extorsión- para que no nos pase nada, en realidad nos está pasando todo. Hemos entregado nuestra voluntad y nuestra conciencia. Lo demás es sencillo para quien nos infringe el miedo.

Es por eso, que en esta sociedad indignada, temerosa y fragmentada, nuestros verdugos vivirán hasta que nosotros mismos hayamos vencido nuestros peores temores.

La del estribo…

  1. Uno de los peores errores del gobierno anterior, es que todo se hacía en función de las elecciones. Estaban tan obsesionados por mantenerse en el gobierno que se olvidaron ejercerlo. Ahora pasa lo mismo. Nadie pide a la autoridad que marche con la sociedad –lo que sí sucede en los países con democracias reales-, sino que por lo menos respete el luto social ante la desgracia. Ojalá el cónclave partidista les haya servido de algo. La realidad la conocerán el próximo verano.
  2. El nombramiento de Lorena Mendoza como nueva titular de la Comisión de Atención a Víctimas es un mensaje claro del gobierno a los colectivos que buscan a sus familiares desaparecidos: No queremos nada con ustedes. Lejos quedaron las promesas de campaña y los reconocimientos.