Un seminario propio de mi profesión me lleva a abordar el autobús con destino a la Ciudad de México. Confieso que mientras compraba el boleto y confirmaba mi estancia allá a uno de los percusionistas más talentosos que conozco, por un momento mi corazón se estrujó pues apenas el miércoles la alerta sísmica se activó en falso. Por varios minutos me quedé congelada mientras a mi mente bajaron aquellas imágenes con las que durante 32 años he revivido una y otra vez aquel 19 de septiembre en el que, producto del terremoto, los mexicanos nos hermanamos para resurgir como el fénix.
Por la hora, las paradas continuas y el lento tránsito del autobús sé que ya estamos en la Capital del País. Sin aviso previo, la charla que sostengo hasta Tabasco se interrumpe: ¡Mariana está temblando horrible! y tras este mensaje se desencadena la cascada de familiares y amigos que preguntan cómo estoy y quienes, afortunadamente, se reportan en buen estado.
Mis amigos de protección civil son los primeros en hacerme saber la magnitud preliminar y el epicentro. Lo cierto es que por el movimiento, en el autobús no lo sentimos, sin embargo las malas noticias vuelan y algunos viajeros se ponen nerviosos, mientras que otros comienzan a llamar por teléfono a sus afectos. Intento guardar la calma y, sobre todo, dar tranquilidad a mis papás y hermano quienes desde Xalapa escriben con angustia: en dónde te vas a quedar; mantén llaves, celular y lámpara a la mano; por favor repórtate, atenta, entre muchas otras recomendaciones que me dejan ver su inquietud. No puedo evitar pensar que en 1985 mi hermano estaba solo en Xalapa mientras que mis papás y yo vivíamos el sismo en el entonces Distrito Federal, siendo esta vez a la inversa.
En la terminal, las noticias, internet e incluso el taxi, el único tema es el sismo, el pánico, las cifras preliminares…
Me hospedo a sólo unas cuadras del Ángel de la Independencia. Para entonces ya comienzan los reportes de las afectaciones en Juchitán, Oaxaca, Chiapas, Tabasco.
En otras noticias, se habla también de Katia, Irma y José, los tres huracanes que representan mayor peligro para México, Estados Unidos y el Caribe…
Las dos horas de sueño transcurren en calma. Previo al inicio del seminario, la unidad interna de protección civil transmite el video con las medidas de seguridad, señala las salidas de emergencia y pide que identifiquemos al personal de apoyo. Quizá debería sentir miedo, pero lo cierto es que no, sin embargo sí tengo un nudo que me oprime la garganta intentando hidratar mis ojos por los daños, pero me resisto.
El whatsapp se satura de mensajes que alertan ante la “predicción” de una réplica de mayor magnitud a las 17 horas del viernes ocho de septiembre. Una de las tantas cosas que aprendí durante mi paso por la Secretaría de Protección Civil, tanto de mis compañeros, los cursos, como al editar el libro de la Red Sísmica, es justo que los terremotos no son predecibles, de manera que no me canso de repetir esto una y otra vez a quienes redistribuyen el mensaje alarmista.
Pese al acontecimiento, mi estancia en la Gran Ciudad es tan normal como todas, con la diferencia única de prestar más atención a las noticias que minuto a minuto van actualizando las cifras de heridos, comienzan a hablar de decesos, pérdidas materiales y; en materia de huracanes, como Katia se fortalece e Irma hace que desaparezca el mar en una playa de Las Bahamas.
Las imágenes de las inundaciones en Estados Unidos, Cuba, la propia Ciudad de México; de la mortandad de peces, flamingos; casas derribadas pero, sobre todo, de personas sufriendo, invaden las redes, los noticieros y todas las vías de comunicación posibles.
Hay demasiado dolor, necesidad. Con velocidad el País completo nos organizamos para instalar centros de acopio, solicitar donación de agua, ropa en buen estado, comida enlatada, artículos de aseo, alimento para bebés y mascotas, cobertores. Podríamos decir que en ayudar somos expertos, tenemos dominado el tema porque, de modo natural, los mexicanos somos solidarios no sólo con nuestros consanguíneos, sino incluso con Países vecinos que lo han necesitado, es así que estábamos por enviar apoyos al del norte.
Sin embargo, me pregunto, por qué sólo nos organizamos ante las desgracias. Si bien es cierto que los sismos son un movimiento natural de la tierra, también lo es que las inundaciones, la furia de huracanes y tormentas sí son resultado de la deforestación, de la contaminación, del cambio climático consecuencia de los desechos industriales, automotrices y hasta humanos. Que cada vez hay menos árboles que detengan la intensidad con la que viajan los vientos huracanados, que somos inconscientes y tiramos basura en las calles que tapan las alcantarillas de la ciudad, que hacemos nada ante la realidad de que las grandes industrias tiran sus desechos al mar contaminando las aguas y poniendo en peligro a las especies como el manatí, por poner un ejemplo, del que el pasado siete de septiembre se celebró el día marcado en el calendario para protegerle.
Por qué si tenemos certeza de que muchas de las grandes tragedias de nuestro País son consecuencia de nuestros actos, malos hábitos, mala educación ambiental y de nuestras malas decisiones, no nos organizamos -con la experiencia que tenemos para eso- y comenzamos a tomar acciones preventivas y a poner soluciones a los daños ya causados, y cuando hablo de grandes tragedias, en verdad me refiero a todas aquellas que nos han dañado, porque México necesita reconstruirse pronto, no como hicimos en el sismo del 85 que 32 años después aún hay edificios en escombros sin limpiar, no como hicimos con el huracán Karl que todavía no terminamos de reparar los puentes caídos, sino levantarnos, reinventarnos y fortalecernos como las grandes potencias, como Japón después del tsunami, como el México de personas fuertes, trabajadoras, inteligentes y que amamos a nuestra Patria porque nosotros somos quienes la hacemos.
Y mientras sigo tarareando aquella canción de Silvio que traigo clavada en la cabeza desde hace ya no sé cuántos días, me despido sí invitándote a donar, a sumar manos, a dar albergue, a mandar víveres que serán ese curita que tanta falta hace en las zonas afectadas; pero también exhortándote a reflexionar y a unirnos como los verdaderos compatriotas para hacer de este México el País que merecemos, para reforestar, para migrar a las energías limpias y hacer todo lo necesario para frenar cuanto antes el gran daño que hemos causado, para dejar de necesitar curitas porque finalmente, juntos, encontremos la medicina que nos ayudará a sanar. La era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor y hay que acudir corriendo pues se cae, el porvenir…
Liz Mariana Bravo Flores
Twitter: @nutriamarina
Xalapa, Veracruz.