La vida me ha demostrado desde siempre que hay amores, afectos y nexos que tejen lazos mucho más fuertes que los sanguíneos. Así fue como mi hermano y yo, hijos de padres emigrantes de la Ciudad de México, crecimos en Xalapa lejos de toda la familia consanguínea, pero rodeados de abuelos, tíos y primos putativos con quienes hemos compartido la existencia en los buenos, malos y peores momentos.

Entre mi familia por elección, además, se encuentran mis Padrinos y sus hijos, con quienes el amor nos convirtió en primos.

En estos tiempos, aceptar ser madrina o padrino de alguien pareciera fácil, sin embargo implica una gran responsabilidad pues no basta con acompañar durante la celebración en cuestión, dar los recuerdos o el pastel; en realidad se pacta un compromiso de amar, guiar y proteger al apadrinado de la misma manera que lo harían sus papás, de ahí las palabras ahijado, compadre y comadre; sin embargo, para muchos esto significa sólo cumplir un protocolo social.

Papá dice que todos los ahijados se parecen a sus padrinos y de verdad quisiera que eso sea cierto pues he tenido la fortuna de contar con seres maravillosos entre ellos, quienes de verdad me han hecho parte de su familia, me han enseñado un poco de la esencia de la vida y, sobre todo, me han acompañado como a una hija en los momentos más importantes.

Particularmente hoy necesito hablar del matrimonio que aceptó llevarme a bautizar junto con mis padres, y es que desde esta mañana tengo un nudo de esos que hacen que te duela la garganta y que, por lapsos, le abren la llave a mis ojos, pues el celular timbró a las siete con la noticia de que Manolo había decidido alcanzar a Rosy en algún punto del universo y, desde entonces ha sido imposible frenar tantos recuerdos.

Me dispongo a escribir. Para que fluya la energía enciendo la fuente que me regaló hace diez años mi Padrino Humberto y para concentrarme le doy repeat a Para Elisa de Beethoven, la pieza que mi madrina Rosy solía tocar al piano, la misma que sonaba en aquel pisapapeles que me llevó cuando me recuperaba de mi operación de las anginas.

Arrastrar el lápiz siempre me ayuda a calmar el dolor, pero confieso que hoy no encuentro por dónde empezar pues no hubo tiempo de procesar que Él partiría.

Vienen a mi mente los cientos de domingos que, tras quedarme en su casa a pijamada, me llevaron al sauna del Club, a las charreadas, a la playa o a desayunar con las tías, primos, abuelitos y más, como verdadera integrante de los Téllez.

De mis juguetes favoritos fueron los que ellos me llevaron para hacer más llevadera mi recuperación la vez que salí volando de la avalancha: un pizarrón rojo con amarillo y mi rainbow bright que aún conservo.

Durante mis días de la universidad, los favoritos siempre fueron los jueves, pues sin importar qué, alguna de mis primas pasaba por mí a la escuela para que fuera a comer con ellos, teniendo incluso el privilegio de elegir lo que guisarían para la ocasión.

Los viernes de pizza, las noches de cartas, las retas en el atari y, años más tarde, en el wii; el karaoke, las tardes de piano o las noches de bohemia, las risas, los chistes, los postres, las persecuciones de mi Padrino por toda la casa para “comerse mi oreja”, sus visitas llenas de amor en cada siniestro que he tenido –que no han sido pocos-; Nieve, Cash, las charlas y consejos respecto de todos los temas… no hubo negocio que pusiera del que ellos no fueran mis clientes, desde la venta de hielitos a mis seis años, de pan de muerto a mis nueve, la plata en la universidad, o los pays y los perfumes ya más grande.

Recuerdo la chispa en los ojos de mi Padrino cada vez que me decía que ya me casara, que me embarazara y le diera un nieto, que cuando llegara con esa noticia Él me regalaba la cuna y la sillita, a lo que invariablemente le seguía mi risa nerviosa y alguna frase con  la certeza de que aún no era tiempo de ninguna de las dos cosas.

Siempre presentes en cada uno de mis cumpleaños, recitales, obras de teatro y, finalmente en mi debut en stand up. Esa fue la última noche que nos vimos, nuestra última foto, no así nuestra última comunicación.

¿Cuánto amor puede salir del corazón de una persona? Porque desde que les conocí no hubo un sólo día que no llenaran de amor a todos quienes les rodeamos.

La vida me ha demostrado desde siempre que hay amores, afectos y nexos que tejen lazos mucho más fuertes que los sanguíneos, es el caso de mis Padrinos de bautizo, Rosy y Manolo y, por consiguiente, de mis primos. Hoy partió Él a una vida mejor. El dolor es muy grande, lo que me indica que debo trabajar el desapego, soltar, dejarlo ir y sacar fuerza para que desaparezca este nudo en la garganta que, por lapsos, abre la llave de mis ojos, aunque tengo la certeza de que algún día nos volveremos a encontrar, hasta entonces… buen viaje.

In Memoriam Manolo y Rosy Téllez.

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina

Xalapa, Veracruz.