En medio de la vorágine me instalo al centro de la plaza que, localmente, alude a la veneciana. Para acompañar mi escritura pido un calpis y me coloco la bendita diadema que me ayuda a sustituir la bulla por algo mucho más grato que, al menos por hoy, será Yo-Yo Ma.

Tengo por costumbre observar el entorno, las mesas, quiénes están, cómo se comportan e incluso, en ocasiones, parar oreja para saber de qué platican, los tonos de voz que emplean, identificar modismos o algún caló particular. Eso lo aprendí a lo largo de toda una vida haciendo teatro, mis maestros solían recomendarlo como estudio para la construcción de personajes y es natural que, después de 20 años, se me haya hecho hábito.

Tristemente, en el paisaje las mesas son rodeadas por personas que, sin importar sexo, edad, atuendo, color de piel o de cabello, en vez de conversar entre sí, mirarse a los ojos, ver los colores de la comida que les sirven… prefieren clavar la vista en la pantalla de un teléfono inteligente o una tableta.

Viene a mi mente Inmensa Soledad, la canción en la que Edgar Oceransky comienza diciendo: Justo ahora con tantos avances tecnológicos, casi todos encaminados a comunicarnos más y acercarnos más; es cuando más incomunicados estamos. Coincido absolutamente con esa sentencia y, además, he sido víctima de la forma en que la tecnología nos aísla.

Niños que en vez de jugar, tocarse, sudar y reír juntos prefieren sentarse a ver películas o jugar con el teléfono o la tablet que, en los más de los casos ya es propia y no la de sus papás.

Mi discusión con quienes amo es que si tenemos tan poco tiempo para coincidir y compartir cara a cara, para abrazarnos, olernos, sentirnos la piel y escuchar nuestras carcajadas, por qué gastarlo en ver Facebook, en platicar por whatsapp con personas que no están físicamente ahí, o en buscar videos.

Con esto no quiero decir que jamás chateo o que soy anti redes sociales, desde luego que no. Dedico –no sé si esté bien o no- al igual que la mayoría de la población, muchas horas a este tipo de comunicación. Vivo con el teléfono en la mano pero, cuando tengo oportunidad de disfrutar de un encuentro en vivo y a todo color con alguien, de sentarme a comer, a tomar un café, o simplemente a disfrutar de unos minutos de charla, procuro a toda costa hacer a un lado el celular. Tristemente esto no siempre es posible por las exigencias laborales, sin embargo, cuando puedo lo hago, pues me parece una absoluta falta de respeto tener a otra persona en frente y preferir mirar una pantalla, me resulta deshumanizante y, personalmente, me eriza los cabellos dedicar tiempo para compartir con alguien que no puede despegar los ojos del celular.

Confieso también que, al menos en dos ocasiones me estrellé por chatear mientras caminaba. La primera contra una reja de hierro macizo que hizo que mis lentes salieran volando y yo quedara viendo, literalmente, estrellitas; la segunda contra un poste de luz.

Es cierto, la tecnología nos facilita la comunicación con quienes están lejos, gracias a ésta también podemos tejer nuevas amistades, se dan los noviazgos virtuales que, como antaño, en vez de mandarse cartas se chatean y hasta hacen facetime; nos permite mantenernos  conectados con quienes están en otros Países, Ciudades o, en la propia Xalapa pero que, por las obligaciones y carreras de ambas partes, es difícil coincidir con frecuencia para disfrutar de una charla; sin embargo, también es verdad que cada vez son más las familias que se sientan a comer y dejan de platicar entre sí; las parejas que se van a la cama, la comparten en espacio pero no en esencia, pues cada quién platica con alguien fuera de ese entorno a través de letras y dibujos de las diversas Apps destinadas a comunicarnos o a incomunicarnos.

En muchas de las reuniones se interrumpen las risas y las charlas para tomar las fotos que se subirán en ese preciso momento al Facebook para que todo el mundo se entere con quiénes nos hemos reunido y qué estamos comiendo.

Dejamos de apreciar un concierto, una fiesta, un discurso por grabar todo, por transmitir en vivo a través de Periscope y twittear la liga para que todos nuestros seguidores vivan del mismo modo que nosotros ese evento.

Viene a mi mente una noche hace unos meses, en la que acompañé a mis afectos a despedir a un familiar muerto y, en plena sala de velación, un señor veía pornografía en su celular mientras acompañaba a los deudos. Indignante y sin palabras.

Me pregunto si de verdad eso es compartir, si eso es vivir en plenitud los momentos, si de verdad la tecnología nos conecta o nos separa de la sociedad, de nuestras familias, de nuestras parejas. Si de verdad estamos dando el uso adecuado a las redes sociales y a la tecnología, o es que estamos ante nuevas adicciones.

Yo-Yo Ma sigue tocando. Aquí se ha hecho de día y de noche una y otra vez, pero por ahora debo salir corriendo para alcanzar a ver, en vivo y a todo color, a los jóvenes zapateadores en el teatro del estado.

 

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina

Xalapa, Veracruz.