¡Insomnio! Luego de mil vueltas sobre mi propio eje, el calor de la cama me obliga a salir de ésta. Bebo un té de hierbas relajantes con gotitas de pasiflora y, para acompañarme, reproduzco una y otra vez Noche del Acosador de John 5, virtuoso de la guitarra. Respiro…pero la calma que empiezo a conseguir se rompe cuando clavo la mirada en el piso de la sala y encuentro mechones de cabello por doquier. Si algo hay que no soporto, entre muchas otras cosas, son los cabellos en el piso pero… ¿en qué momento se me comenzó a caer de esta manera?
Los que saben dicen que sucede por estrés, aunque para ser honesta no siento estarlo.
Luego de deshacerme de los residuos capilares vuelvo al sillón donde inicio un viaje de regreso a cada una de mis acciones del día y semanas anteriores, es entonces que caigo en cuenta: lo que me resulta normal ahora es un ritmo de vida bajo permanente estrés, prisas, agendas contra reloj, desvelos, desmañanadas; desayunar, comer y cenar mientras trabajo; vivir con el celular en la mano o dormir con un canal del oído abierto por si suena e, incluso, soñar que estoy trabajando.
Hace un par de días un buen amigo me dijo: a prisa ni los calcetines. Lo cierto es que soy como el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas, vivo a prisa, corro tratando de llegar a tiempo a todos lados, no siempre consiguiéndolo. La realidad es que mi tiempo no está en mis manos, sino que depende de mi trabajo, de la rutina, los pendientes… Digo atesorar mi libertad pero en realidad soy esclava de eso y muchas otras cosas que me mantienen en un ritmo cada día más acelerado que reduce las oportunidades de compartir con la familia, amigos, de leer, escribir, aprender algo nuevo, salir a caminar o simplemente sentarse en la ventana para estar conmigo misma.
Me sirvo una segunda taza de té, aumento la dosis de pasiflora… Mi espalda y cuello exigen un masaje que al menos esta semana no ha de ser por falta de tiempo, y descubro que no sé hace cuántos años que corro hasta para llegar a una fiesta, que en promedio estoy despierta 20 horas diarias durante las cuales mi cerebro está constantemente pensando, imaginando, planteando escenarios, previendo, procesando… 20 horas que paso en su mayoría trabajando y que no me alcanzan para nada.
Lo anterior reduce mi tolerancia al mínimo, vulnera mi estómago, mi hígado y ahuyenta mi sueño… Sí, descubro que vivo constantemente estresada, pero definitivamente mi cara se desencaja por completo cuando me percato de que no soy la única persona del planeta sometida a este ritmo, que la mayoría de quienes amo, que están cerca de mi o con quienes comparto espacio (que no es lo mismo) también están en la hipnosis que nos han provocado los hombres de gris, ladrones del tiempo quienes, tal como sucede en Momo, nos hacen vivir sin darnos cuenta que lo hacemos, sin recordar lo que ocurrió ayer o esta mañana.
Y creo que la falta de tiempo y el estrés son sólo unas de las tantas causas de peso que hace que las personas nos vayamos deshumanizando, que las familias se desintegren, que en México la tasa de suicidios crezca exponencialmente cada año, que los índices de violencia física, verbal, sexual y de cualquier otra índole se desaten; que las enfermedades como hipertensión, migrañas, diabetes, cáncer y más ataquen con mayor frecuencia a niños, jóvenes o adultos de todas las edades; que las sonrisas que uno encuentra al paso sean las menos y sí, también de que se caiga el cabello y se vaya el sueño.
Preciso meditar más, trabajar la compasión, el desapego, ejercitarme y sí… cambiar en la medida de lo posible hábitos y rutinas.
Las manecillas avanzaron aceleradamente, el sol está por salir y el estrés erradicó por completo el efecto que debería provocar la pasiflora pero, aun cuando no logre conciliar el sueño, volveré a la cama a estirar el cuerpo, elevar las piernas y, al menos por una hora, descansar los ojos antes de levantarme para comenzar una nueva jornada porque a prisa ni los calcetines.
Liz Mariana Bravo Flores
Twitter: @nutriamarina
Xalapa, Veracruz.