Ayer me enteré que el futbolista Rafa Márquez y el cantante Julión Álvarez están siendo investigados por el Tesoro de los Estados Unidos por supuestos vínculos con el presunto narcotraficante Raúl Flores, detenido el 20 de julio pasado por la Procuraduría General de la República. Por lo pronto no podrán ingresar a aquél país y se pueden despedir de cualquier ingreso que tenga que ver con empresas gringas.
Como siempre que escucho noticias de este tipo, no doy mucho crédito hasta que voy conociendo los detalles, la información maciza. En una sociedad acostumbrada que nos pase de todo, ya aprendimos a no confiar en nada ni en nadie. Sin embargo, cuando el gobierno de los Estados Unidos le pone el dedo a alguien, es porque suele tener algo más que los pelos de la burra en la mano.
La nota de la investigación a estos dos personajes llega justo en el momento en que los noticieros están atascados de notas de justicia, desfalcos, desvío de recursos, malversaciones, y la persecución a los responsables, la gran mayoría de las veces políticos en fuga.
Los mexicanos nos hemos vuelto desconfiados al extremo. Desconfiamos lo mismo de la verdad que de la mentira. Desconfiamos de lo que nos dicen el gobierno y los partidos políticos –más bien, ya no lo creemos-, los medios de comunicación, las redes sociales y hasta de nuestro entorno familiar y de amistades. Suponemos que siempre hay algo oculto, una especie de segunda intención en todo lo que vemos y escuchamos.
La desconfianza es más fuerte que la razón. Y tampoco sé si la desconfianza está asociada a lo que nos ha pasado en las últimas décadas o está en las entrañas de nuestra idiosincrasia nacional. En esta especie de catarsis social, al amparo de las redes sociales, solemos difundir como cierto todo aquello que no creemos, pero que sabemos que ocasionará salpullido a más de uno.
En el caso de las noticias, por ejemplo, es tal la cantidad de información que nos llega, que es más fácil desconfiar sistemáticamente de ella que analizarla y procesarla para llegar a nuestras propias conclusiones. Pero la desconfianza es resultado no sólo de la desinformación de que somos objeto. Tiene un origen aún más obsceno que tiene que ver con la manipulación.
En un estupendo artículo, Juan Ramón de la Fuente, ex Rector de la UNAM, lo explica de la siguiente manera: “Hubo una respuesta dialéctica (deliberada en muchos casos) para manipular, controlar, distorsionar la información que circula en las redes cibernéticas. Los fines pueden variar, pueden ser económicos, políticos, sociales o personales. Pueden obedecer a estrategias mercantiles con fines de lucro, o bien tratarse de propaganda política o pertenecer simplemente a la categoría de escenas editadas, bromas de buen o mal gusto, memes, etc. Lo importante es que los contenidos no tienen censura alguna.”
Pero no todo es culpa de las redes. Aún las instituciones tradicionalmente más confiables, reconoce De la Fuente, han perdido autoridad: las iglesias, las fuerzas armadas, las universidades. Otras están en plena decadencia: la Presidencia, el Congreso, la Corte, los Partidos Políticos, etc. Tampoco se salva el sector privado, ni siquiera la familia. Y a nivel individual, unos más y otros menos, pero todos están erosionados por la desconfianza: el sacerdote, el médico, el maestro, el policía, el periodista, el juez, etc. Claro, hay excepciones que se distinguen precisamente por serlo, dice.
Desde luego, no puede atribuírsele de manera exclusiva a la desinformación la alta prevalencia de desconfianza que parece ser característica de nuestro tiempo. Las fuentes de la desconfianza pueden ser muchas, y eso explica también por qué esta se expresa de manera disímbola en la pluralidad individual y en la diversidad social.
Finalmente, el académico insiste en que todos necesitamos de alguien en quien confiar, sean individuos o sean instituciones, y mejor aún: que sean de ambos tipos. Pero ocurre que cada vez son más las instituciones que pierden credibilidad ante los ojos de una población en creciente desconfianza.
Por eso es que al final no le creemos a nadie. No le creemos a Duarte, ni al Gobernador, ni a los jueces, ni a los medios que difunden grotescamente cualquier cantidad de información, sin que esta sea confirmada. Tampoco creemos en la fuerza de un huracán si es el gobierno quien lo dice.
En los últimos días, el mandatario estatal ha manifestado su desazón en forma de reclamo –como lo hizo el Presidente Peña en su momento-, porque los medios y los ciudadanos no reconocen las “cosas buenas” que realizan. Lo que Yunes Linares parece haber olvidado es que la desinformación siempre ha sido un instrumento para la intriga. Y él ha decidido encabezar un gobierno que no informa.
En esta desconfianza infinitiva, siempre será muy difícil que nos pongamos de acuerdo en algo, lo que le facilita la tarea a cualquier régimen.
La del estribo…
- Cuando los extremos se juntan. Luego de ocho meses, todos tienen claro que al Gobernador le gustan los medios pero no los periodistas; por eso el interés sólo en los nacionales y los aliados. Pero a la vista de los ejes temáticos de los Diálogos Ciudadanos convocados por Hipólito Rodríguez, los medios tampoco están en su radar. Habrá que esperar para saber a quién detesta el presidente municipal electo, si a los medios o también a los periodistas.
- A decir de los resultados de las mesas temáticas rumbo a la XXII Asamblea Nacional del PRI, este sábado podríamos tener el retrato hablado de quien será su próximo candidato a la Presidencia. Como en el palenque, “quiten los candados y abran las puertas señores para que juegue nuestro mejor gallo.”