“Suena el reloj, comienza el día, besa a su esposa, sale de prisa. Saluda al jefe, que ni lo mira, de nuevo lo comió la rutina…” Desde que desperté esta mañana di play en mi memoria a la voz de Silvina Tabbush entonando Un hombre más y la he repetido una y otra, y otra vez hasta ahora, como suelo hacer por días o meses con las canciones que me gustan.
Justo en el auto traigo el CD que me regalara la Argentina allá por el año 2000 durante una entrevista que me concedió en La Corte de los Milagros. Me traslado. Doy play ahora al disco y me dispongo a desayunar.
Sin importar si es lunes, miércoles o domingo, pocas cosas hay que me gusten tanto para empezar el día como un chile huevillo, o lo que es lo mismo, huevito revuelto nadando en salsa roja picosita, con cuadritos de queso panela que flotan junto con las rodajas de aguacate, acompañado con una tortilla infladita, recién salida del comal y con frijoles en medio.
Mientras doy placer a oído y paladar, entre la voz de la oriunda de Rosario se mezcla la acalorada discusión de un quinteto de señoras quienes, en la mesa contigua, debaten si es o no correcto llevar a los niños pequeños al cine. La cuestión me resulta interesante. Aguzo el oído. Algunas están a favor y otras en contra de que les permitan el acceso a las salas a quienes lleven niños pequeños o bebés.
Como una mujer soltera que, por decisión, a sus 35 años no ha tenido hijos, que paga una entrada, goza y no quiere perder ni un segundo de la proyección en la pantalla grande, o de cualquier otro evento cultural o artístico a los que asiste con el afán de disfrutar… sí, confieso que es muy molesto escuchar el llanto de un bebé, los gritos o las carreras que pegan los pequeños en medio de la función y, en el peor de los casos, el susurro de sus padres suplicando que se comporten, mientras el resto de asistentes insiste con el tradicional ¡shhhh! para que guarden silencio.
Como tía de una pequeña de siete años, lo cierto es que mil veces he querido llevarla a un concierto, obra de teatro, al cine, una exposición e incluso a un fandango y, en algunas ocasiones, las ganas y el permiso de sus papás nos han permitido compartir momentos inolvidables; mientras que, por otro lado, está el hecho de que muchas parejas, para poder salir, necesariamente ocupan llevar a sus hijos pues no tienen con quien dejarles, sumado a que la economía e inseguridad del País no están para contratar de la noche a la mañana a una niñera que les cuide en casa.
Pongo sus voces en mute para viajar a mi niñez. ¿Qué hacían Papá y Mamá con mi hermano y conmigo cuando infantes?
Cierto es que en muchas ocasiones contamos con personas que nos cuidaran, ya fueran los tíos, padrinos, abuelos o quien ayudaba a Mamá con la casa; sin embargo, recuerdo también muchas otras veces en que fuimos a eventos artísticos, a alguna función de los entonces Cinema Pepe, Carmela Rey y Claudio Estrada y miles de ocasiones nos vestimos de gala para ir al concierto de la Orquesta Sinfónica de Xalapa; mientras que, por otro lado, desde que tengo memoria mi hermano y yo nos sentamos muy callados y en orden a escuchar alguna conferencia de Papá.
¡Ahí está la clave! Para nosotros ir a esos eventos era todo un acontecimiento que comenzaba desde días o semanas antes al elegir qué ropa llevaríamos a la sala de conciertos o exposiciones, cómo me iba a peinar Mamá para la gran noche. Platicaban con nosotros respecto de lo que veríamos o escucharíamos, la compostura que debíamos guardar y, la advertencia era: si te portas mal nos vamos.
Para aquellos casos en donde servirían vino de honor, nos explicaban que los bocadillos eran para todos y que debíamos tomar uno a la vez y con moderación; y desde luego no nos quitaban la vista de encima ni un momento.
Esperábamos el evento con ansias. Sabíamos que al salir nos llevarían a cenar algo que eligiéramos. ¡Ese era el día, el gran evento! Por supuesto que no queríamos arruinarlo portándonos mal.
Esas visitas desde niños a las salas de cine, del Teatro del Estado, de La Caja y muchos otros foros nos forjaron no solo cultura general, sino la pasión por disfrutar y conocer cada día más del mundo artístico.
¿Por qué privar a los niños de ahora a eso que es tan enriquecedor y que, estoy convencida, construye mejores sociedades?
La exaltada voz de una de las señoras que participan en el debate me obliga a volver a escuchar: “Si no quieren oír llorar a mis hijos en el cine que se queden en sus casas, para eso está Netflix”. Me atraganto. No debo ser imprudente, pero mis ojos están por saltar de su órbita. Respiro un poco y me percato de que me acaba de dar la respuesta: El problema no son los niños, sino los adultos que no saben educarles, que apelan a la tolerancia de la sociedad dejando que los pequeños hagan o deshagan lo que quieran en lo público y en lo privado, que piensan que porque ellos tienen derecho a ir a una función con sus bebés, los demás no tenemos derecho de disfrutar la película escuchando cada uno de los diálogos sin interrupción del llanto.
Personalmente defiendo que, desde bebés, los seres humanos estemos en contacto con la cultura y el arte, incluso desde el embarazo se recomienda poner música cerca del vientre para la estimulación y desarrollo del ser que crece dentro; sin embargo, hago una súplica a los padres que optan por inculcar este gusto y modo de vida a sus hijos para que, desde temprana edad, les enseñen a comportarse, a saber disfrutar y, cuando el pequeño haya desviado la atención y necesite salir, ser prudentes, respetar al resto de la audiencia y abandonar el lugar.
Terminé con el chile huevillo y he generado la respuesta personal al debate que continúa en la mesa contigua. Rueda de Silvina Tabbush se terminó hace un buen rato, y yo, como una mujer más, debo ir a mis labores cotidianas.
Liz Mariana Bravo Flores
Twitter: @nutriamarina
Xalapa, Veracruz