En la medianía del siglo XX, una voz iconoclasta rugió para fracturar el cerco de la cortina de nopal que, a semejanza de la cortina de hierro soviética, mantenía a nuestra plástica constreñida a los designios del nacionalismo pretendidamente socialista: la voz de la Generación de la Ruptura cuya figura más emblemática fue José Luis Cuevas, el enfant terrible .
De manera acaso premonitoria, Cuevas creció en el callejón del Triunfo, en la planta alta de la fábrica de lápices y papel El Lápiz del Águila, cuyo administrador era su abuelo, de ahí obtuvo los primeros insumos para iniciar un oficio que lo llevaría, en solamente un par de décadas, a conocer el mundo y a ser conocido por él, el dibujo.
Desde niño estuvo cerca de los lugares más sórdidos del centro de la Ciudad de México, así que vivió sus primeros años entre prostitutas, proxenetas, traficantes, teporochos, balas y puñales, de ese mundo de tinieblas extrajo la materia prima con la que dibujó, cotidianamente, nuestra herida.
Con visión cosmopolita, en La cortina de nopal, manifiesto publicado en 1956, se pronunció «contra ese México ramplón, limitado, provincianamente nacionalista, reducido a su alcance, temeroso de lo extranjero por inseguro de sí mismo» y sentenció «quiero en el arte de mi país anchas carreteras que nos lleven al resto del mundo, no pequeños caminos vecinales que conecten sólo aldeas»
En los 83 años que estuve en la tierra, supo construirse como personaje contestatario, provocador, virulento, megalómano y contradictorio (escribió: «Entre más grande sea la superficie en la que un pintor realice su obra, mayor reconocimiento oficial recibirá, pero yo prefiero un boceto pequeño, hecho a vuela pluma por Picasso, que los millones de metros cuadrados de pintura inútil que nos legó el inefable Diego Rivera», pero hizo La Giganta, una escultura monumental) e hizo de nosotros habitantes de un mundo en el que, a decir de Víctor Sosa, «se representa la épica del instinto, de las bajas pasiones y del desmembramiento de lo real»
Ayer, lunes 3 de julio, murió, en esta columna lo recordamos con un poema que le dedicó Octavio Paz y que publicó en su poemario Vuelta.
TOTALIDAD Y FRAGMENTO
Octavio Paz
a José Luis Cuevas
En hojas sueltas
arrancadas cada hora
hoja suelta cada hora
José Luis
traza un pueblo de líneas
iconografías del sismo
grieta vértigo tremedal
arquitecturas
en ebullición demolición transfiguración
sobre la hoja
contra la hoja
desgarra acribilla pincha sollama atiza
acuchilla apuñala traspasa abrasa calcina
pluma lápiz pincel
fusta vitriolo escorpión
conmemora condecora
frente pecho nalgas
inscribe el santo y seña
el sino
el sí y el no de cada día
su error su errar su horror
su furia bufa
su bofa historia
su risa
rezo de posesa pitonisa
la filfa el fimo el figo
el hipo el hilo el filo
desfile baboso de bobos bubosos
tarántula tarantela
tarambana atarantada
teje trama entrelaza
líneas
sinos
un pueblo
una tribu de líneas
vengativo ideograma
cada hora
una hoja
cada hoja
página del juicio final
de cada hora
sin fin
fragmento total
que nunca acaba
José Luis dibuja
en cada hoja de cada hora
una risa
como un aullido
desde el fondo del tiempo
desde el fondo del niño
cada día
José Luis dibuja nuestra herida
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