Cae la tarde y con ésta un chubasco –propio de la temporada- que empapa las calles de mi natal Xalapa… La vela de canela impregna con su aroma el ambiente. Degusto mi infusión favorita y, para enmarcar este ambiente de melancolía la música de Francis Poulenc.
El fenómeno del día es el hermoso arcoíris con el que amanecimos los xalapeños, del que hay miles de fotos y comentarios compartidos en las redes sociales. Lo que muchas personas han pasado por alto es que justo hoy veintiocho de junio, día mundial del orgullo gay, la naturaleza dibujó en el mismo cielo la bandera de la comunidad LGBTTTI (lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersexual).
Con este motivo el pasado sábado millones de personas marcharon en distintas partes del mundo, entre las que se encuentra México que celebró la edición número 39 de este evento, cuya finalidad es recordar los disturbios de Stonewall en Nueva York, de los que hoy se cumplen 48 años y que fueron parteaguas en la historia de Estados Unidos, pues por primera ocasión la comunidad LGBTTTI luchó por sus derechos contra quienes les señalaban y perseguían.
“Respeta mi familia, mi libertad, mi vida” fue el lema representativo de quienes marcharon en México.
Al ritmo de la sonata para cello y piano de Poulenc, quien por cierto es considerado por algunos críticos como el primer compositor en la historia que vivió abiertamente su homosexualidad; leo una y otra vez esas siete palabras: “Respeta mi familia, mi libertad, mi vida”. Siendo heterosexual me pongo de pie y aplaudo el lema de la marcha gay porque me pregunto si eso no es lo mismo que todas las personas deseamos, sin importar sexo, género, preferencia sexual; sin detenernos a revisar si se es virgen, célibe, impotente, se sufre frigidez o se disfruta de la promiscuidad, las personas en el mundo entero deseamos ser respetadas y para ello sobran nuestras preferencias sexuales, gastronómicas o musicales.
Me indigna y enoja que todavía en estos días en los que la humanidad celebramos con bombo y platillo los acelerados avances tecnológicos, que hemos explorado los cielos y océanos, que en más de cinco ocasiones hemos pisado la Luna y nos hemos aferrado a encontrar vida en marte, existan millones de personas con tolerancia cero, prejuicios tontos y heredados respecto de la preferencia sexual de las personas, mismos que provocan la comisión de discriminación, generando sociedades excluyentes que fracturan la humanidad. Lo anterior no es privativo de un sector social, educativo o económico, sino que se da en todos los estratos.
De unos años a la fecha, además de los señalamientos a la comunidad LGBTTTI se ha desatado el polémico debate respecto del matrimonio igualitario, las familias homoparentales, la posibilidad de adopción… En relación a lo cual he escuchado un sinfín de comentarios reprobables con los que les califican de realizar actividades “antinaturales”, les tachan de no ser buen ejemplo para los niños y cuestionando qué tipo de sociedad estaremos construyendo.
Martin Luther King decía que hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos; y aún en el 2017 seguimos sin saber cómo hacerlo, pues como sociedad nos preocupamos más por criticar y voltear a ver qué hace el vecino, nuestros compañeros de escuela u oficina, nos resulta natural enjuiciar con la lengua envenenada y nos hemos olvidado de mirarnos en un espejo.
La bondad y la maldad se da en las personas y no es excluyente de una preferencia sexual o de un gremio. Existen millones de casos de niños maltratados e incluso violados en las familias heteroparentales. ¿Qué nos da el poder de decidir quién es bueno o malo para amar, criar y educar a un niño?
Personalmente puedo decir que tengo el privilegio de contar entre mis amigos a muchas personas que pertenecen a la comunidad LGBTTTI y que son honorables, por demás inteligentes, leales, sinceros, con una gran capacidad de amar, de proveer, de quienes he aprendido un sinfín de temas tanto académicos como de vida; artistas cuyas obras me han conmovido hasta las lágrimas. Amistades con quienes he compartido los buenos y malos momentos, quienes me han demostrado su sensibilidad, su compasión y profunda humanidad, para lo cual, en ningún momento mi o su preferencia sexual han intervenido.
Y sí, es por ellos que me uno al lema y celebro el orgullo gay; y es por todas aquellas personas que han sido señaladas o discriminadas ya sea por su preferencia sexual, religión, posibilidades económicas, educativas, por su tono de piel, origen o cualquier otra causa que levanto la voz para invitarte a construir una sociedad no incluyente, sino humana; pues desde mi punto de vista, la necesidad de marchar o poner una marca en el calendario por el día de la mujer, del orgullo gay, de las personas con síndrome de down, por mencionar algunos, nos hace resaltar las diferencias y ello, consciente o inconscientemente, nos lleva a una sociedad excluyente.
Abogo por una sociedad humana en la que lo que importe no es si un niño es adoptado por una familia homoparental o heteroparental, sino que cada día más niños tengan la posibilidad de sentirse y saberse amados en vez de rechazados; en donde dejemos de juzgar la vida de los demás y hagamos un ejercicio de autoanálisis, en la que agradezcamos lo que tenemos –sea mucho o poco- y seamos generosos en amor.
Recordemos que no somos Dios y que, incluso él, nos dio el libre albedrío; nosotros no somos quién para enjuiciar ni coartar esa libertad a nadie.
La noche cayó, la infusión se terminó. Cambio la música, doy play a Imagine de Lennon, apago la vela y me despido con otra frase de Martin Luther King, como plegaria: Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas.
Liz Mariana Bravo Flores
Twitter: @nutriamarina
Xalapa, Veracruz