En su columna del viernes anterior, Joaquín López Dóriga enumera las arcaicas costumbres del PRI y reprocha que el partido no se modernice.
“En la era de internet y las redes (el PRI) sigue con las formas y los tiempos del siglo pasado… Elige a sus candidatos con la misma métrica presidencial de la primera mitad del siglo XX y algunos siguen viendo al país desde ese distante mirador, incapaces de modernizarse, de ponerse al día…”, dice el periodista.
Y tiene razón.
Si a los beisbolistas les sigue funcionando el famoso librito, al PRI ya no. ¿Por qué no? Porque las reglas del juego ya cambiaron. Pero los jerarcas del partido siguen recurriendo a él como si sus palabras fueran verdades bíblicas.
El PRI es un partido arcaico y achacoso que sigue promoviendo la revolución, la justicia social y todas esas jaladas que llegaron a su cenit en el sexenio de Echeverría, pero que en la actualidad son obsoletas.
Tiene rato que Andrés Manuel López Obrador, Margarita Zavala, Ricardo Anaya y hasta Miguel Ángel Mancera, recorren la legua en busca de agenciarse votos y voluntades. Pero en el PRI están a la espera “de los tiempos” y éstos son los del presidente. Y éste recurre al librito que le dice que aún no es tiempo de señalar al candidato.
Arcaísmo puro.
Por casi cincuenta años el mandatario en turno esperaba “los tiempos” porque sabía que nadie le haría sombra a su candidato. De Lázaro Cárdenas a José López Portillo los tiempos del PRI y del presidente eran los que marcaban el rumbo de la nación.
Pero eso se acabó. Sin embargo, en el PRI no lo entienden así a pesar de las señales de alarma.
El primer aviso se los dieron en 1987 cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo encabezaron un movimiento de oposición al interior del partido que terminó con su salida y la de decenas de priistas de primer nivel.
Y nadie entendió el mensaje en el PRI.
El segundo calambrazo se los dio otra vez Cuauhtémoc, que ganó la presidencia de la República en 1988 y se la robaron.
Fue en ese año que el PRI debió autoevaluarse y refundarse. Pero no, a la dirigencia le valió gorro haber ganado (una vez más) tramposamente. Le levantaron la mano a Carlos Salinas y se fueron a festejar.
¿Resultado? El tercer mensaje ya no fue un calambre sino la expulsión del PRI de Los Pinos, lugar al que regresaron doce años después más corruptos, más fulleros, más ladrones, más desvergonzados y más cínicos.
En los últimos ocho años, al menos diez gobernadores del tricolor se convirtieron en consumados cleptómanos que dejaron en la vil inopia a sus estados. Otros siguen robando a la vista de todos.
¡Qué mejor señal de alarma que ésta para comenzar a cambiar!
Si en efecto Peña Nieto está recurriendo al librito del PRI, debería saber que éste ordena hacer una purga de vez en cuando para uno, calmar la frustración de la raza agraviada y darle un poco de justicia y dos, para ganar votos. ¡Para ganar votos!
Pero como el presidente no ha hecho lo uno, difícilmente obtendrá lo otro.
El candidato del PRI ya debería andar en campaña prometiendo lo que prometen todos, para ver si así se salvan de la carambiza que les espera el próximo año. Pero siguen esperando “los tiempos” para darlo a conocer, como si al solo conjuro de su nombre fueran a arrasar.
Menuda estupidez la del partido y de su líder Enrique Peña Nieto, si piensan que la ciudadanía votará como lo hacía la borregada en el siglo anterior, que salía a sufragar en masa por el siguiente ladrón sexenal.