Alguna vez, hace un par de décadas, el periodista argentino Gregorio Selser recordó un graffiti recogido en alguna calle de Buenos Aires, en pleno proceso electoral: “Prostitutas al poder. Total, sus hijos ya están en el gobierno”. Tan espontáneo, tan imperecedero y tan universal.
Hoy empiezan las campañas electorales. Dadas las condiciones de deterioro de la política, los escándalos de corrupción, el descrédito de los partidos políticos, las inconformidades de los grupos y pre candidatos que no alcanzaron la nominación, el saltimbanqui de un partido a otro, todo parece indicar que seremos espectadores de un reiterado autoengaño.
Dice Tzvetan Todorov que “las afirmaciones hechas durante una campaña política no tienen como objetivo la búsqueda de la verdad, sino contribuir a la conquista del poder”.
¿Realmente los candidatos piensan que pueden convencer a los electorales de que harán lo que nadie ha hecho antes? ¿Qué lo harán sólo con imaginación porque las arcas municipales están vacías y las deudas por cobrar se acumulan? ¿De verdad pensarán que la gente les va a creer que a ellos no los mueve ningún otro interés que no sea gobernar con honestidad su municipio?¿Y qué harán con los episodios oscuros de su pasado reciente, ya sea por su cercanía con el duartismo o por la pesada losa que implica la administración de su esposo (a) que sólo intentan perpetuarse?
Tal vez por ello, como sucedió en Veracruz, como hoy sucede en el estado de México, la ruta más corta a la elección es la descalificación y la exhibición pública del adversario. En la sui géneris anti política tenochca, la regla de oro es exhibir la riqueza, la corrupción, los pasajes oscuros del candidato de enfrente, para que ante ello, los pecados propios sean perdonados, o al menos, ignorados.
De esta forma, desde hace mucho tiempo, los electores se han visto obligados a llevar al poder a una horda de corruptos, la gran mayoría, con la salvedad de que su hoja de servicios estaba menos manchada que la de sus contrincantes. O peor aún, escoger a un nuevo actor político, sin experiencia ni pecados inconfesables, que termina convirtiéndose en un rehén de los grupos y partidos políticos que lo impulsaron.
Producto de su propia desconfianza, los partidos políticos han llenado de candados los procesos electorales. Ya no se podrán hacer mítines, no se puede contratar publicidad en exceso –los medios electrónicos ya están asignados y contratados por el INE-, y cada gasto que se realice debe ser informado a la autoridad electoral.
Pero las campañas son para eso. Para romper las reglas. Para ejercer el engaño de manera legal. Se puede decir que se mejorarán las escuelas, que se rescatarán espacios públicos, que se mejorará el alumbrado y el servicio de limpia pública, que no habrá burocracia en los engorrosos trámites municipales. ¿Y si nada de eso se cumple? Qué importa, el propósito no era ese –siempre justificable por las circunstancias, la falta de recursos, las miles de necesidades-, sino hacerse del poder. Y eso ya se cumplió.
Los que quieren gobernar lo mismo ofrecen acciones que por ley están obligados a cumplir mínimamente -como el proporcionar seguridad o servicios públicos de alumbrado, agua o la rendición de cuentas- o aquéllas que ni siquiera son de su incumbencia.
Los electores recuerdan con mucha frecuencia a un candidato a legislador local que promete más empleo y mejores salarios, otro que busca ser alcalde ofrece regalar 2 mil 500 casas y un aspirante a Gobernador asegura que eliminará el pago de tenencia. Los dos primeros ni siquiera tienen esa facultad, lo que supone un gran cinismo, una gran ignorancia… o ambas.
Un ejemplo más. El gasto que representa una campaña electoral –sobre todo para los partidos políticos más importantes- suele ser muy superior al que se informa oficialmente. Los partidos y sus candidatos no escatiman esfuerzos y recursos, sin importar si estos salen de las arcas públicas o tienen un origen inconfesable. Si pierden, nunca lo sabremos.
Es muy difícil que la gente crea en las promesas de campaña ante la evidencia de los actos de corrupción cometidos por unos y otros. Es cierto, simulan que lo hacen para obtener un beneficio personal, momentáneo, de este caro circo en el que hemos convertido nuestra democracia.
Las campañas electorales y los candidatos carecen, en la mayoría de los casos, de confianza y credibilidad. Así, los ciudadanos hacen como que creen; y los candidatos hacen como que creen que los electores han sido convencidos, y todo se convierte en un gran montaje para llevar a la misma clase política –al final no importa por cuál partido lo hagan-, una y otra vez al poder.
¡Que empiece la función!
Las del estribo…
- Vaya cosa. Eso de ver al sindicalismo priista entregado a la causa del gobernador Yunes, sólo habla de los oscuros intereses de unos y otros.
- A Nicanor Moreira lo acusaron de inocente, luego de que la alianza PAN-PRD le negara la candidatura que le habían ofrecido. Pero resulta que “en su inocencia”, no se inscribió al proceso interno y pudo ser candidato por otro partido. En una elección de candidatos y no de partidos, pinta para caballo negro.