Parafraseando el absolutismo monárquico de Luis XIV, Rey de Francia, ayer el Gobernador Yunes se aventó la puntada de decir, palabras más palabras menos, “la nota soy yo”. Acusarlo de que como gobernante se erige por encima del Estado y la ley es un debate verdaderamente estéril, además de que sería poco original: ya casi todos lo han acusado de eso.
Ante la decisión de que la política de comunicación social es precisamente que no hay política (en realidad, todo se resuelve al calor de los eventos y su magnitud), se ha establecido una nueva relación entre el gobierno, los medios y sus reporteros, en la que ha resurgido afortunadamente una prensa involuntariamente libre. Hoy muchos medios están ejerciendo un periodismo a plenitud, lo que habría que reconocerle al mandatario, aunque esa no haya sido –ni lo sea en el futuro- su intención.
Al parecer todo es nuevo. Ahora el propio Gobernador es quien dicta los boletines de prensa –claro, cuando sus encargos como vocero de la Fiscalía, Secretario de Seguridad Pública o dirigente estatal de algún partido político se lo permiten-, y asume el control absoluto de lo que es la versión oficial de los hechos, aunque esta tenga que ser rectificada continuamente.
La entrevista de banqueta de ayer estuvo sabrosa, salpicada de astucia y jiribilla por parte de los reporteros; está claro que a pesar de la larga noche de doce años de una versión oficial inverosímil, que costó miles de millones de pesos imponer, seguimos teniendo medios combativos, incisivos, que no tienen temor en cuestionar públicamente al poder.
Acusar que hoy los medios son más ásperos porque no cuentan con convenio de publicidad es de una perversión singular; sin embargo, si este fuera el caso de algunos, de la minoría, bienvenida sea esta coyuntura que los ha obligado a volver a la raíz del periodismo.
Y aunque por la misma razón, haya voces que quieran adjudicar este momento de apertura al nuevo gobierno estatal, la verdad es que se ha logrado a pesar de su intransigencia y opacidad. El gobierno no se ha planteado una prensa libre, sino más bien prescindir de ella, como una visión pragmática del poder. “Si no los necesité para ganar, tampoco los necesito para gobernar” es la conclusión a la que han llegado.
Que hoy la relación es distinta, es cierto; que hay mayor apertura informativa, también es cierto; que se puede escribir y decir al aire cualquier cosa en contra del gobierno, hasta ahora también es cierto. Pero insisto, no porque el gobierno así lo haya impulsado sino porque no tuvo alternativa. Es un mérito de los medios, aunque no de todos.
Ojalá y esto efectivamente fuera parte de una estrategia de comunicación política. Porque de esta forma, tendríamos a la totalidad del gabinete informando con libertad y no amordazados, bajo la advertencia de que el único que declara es el Gobernador. Habría información oportuna y suficiente de los hechos de violencia que se registran, sin tener que utilizar como excusa la secrecía de una investigación.
Un gobierno comunicante no tendría que decir sólo su verdad, para después salir a rectificarla ante la evidencia de la mentira. Este gobierno, como cualquier otro –como sucedió a Javier Duarte- debe entender que al final la verdad, o al menos una parte de ella, saldrá a la luz y entonces su capital político y autoridad se va a la basura.
Si el momento que hoy viven los medios es consecuencia de la apertura del gobierno, entonces ¿por qué le resulta tan incómodo al gobernador encontrarse con los reporteros? ¿Por qué mantiene una actitud retadora ante las preguntas incómodas? ¿Por qué descalifica cuando se hace pública una información que no conviene a sus intereses? ¿Por qué no deja declarar a nadie más de su gobierno?
La entrevista de ayer fue muy diáfana. Las cosas entre los medios y el gobierno no andan bien… o tal vez andan mejor que nunca.
“A ver, aquí habla el gobernador” sorrajó a reporteros, poniendo en claro que la agenda, su agenda, la impone él y no los medios. Y de la restricción declarativa no se salva ni el Fiscal, quien tuvo que ser rescatado, una vez más, del asedio de los medios cuando intentaba explicar sin argumentos, en un monólogo absurdo, las razones por las que los delincuentes peruanos fueron puestos en libertad.
Y ya encarrerado el góber refutó: “Lo que usted dice no es cierto. Yo di el boletín, yo lo dicté, y lo que se dijo es que el titular de tránsito –de Boca del Río- está en su casa, en buenas condiciones de salud”, respecto de la aclaración hecha por el propio funcionario municipal de que no había sido privado de su libertad, tal y como lo “habían dictado” en el boletín oficial. La cosa se puso buena, pues.
Por eso, mientras el gobierno decide qué hacer con su política de comunicación social, bienvenida sea la libertad –que no el libertinaje- de escribir lo que nos venga en gana. Es tiempo de hacer buen periodismo.
Las del estribo…
- Levantón de marinos en Boca del Río; asalto a elementos del IPAX y policías de Mecatlán. Nadie está a salvo. La llegada de la policía militar causa preocupación, no por la actuación de sus elementos, sino porque policías y marinos han sido rebasados, en el mejor de los casos.
- No es lo mismo ser borracho que cantinero. ¿A quién de sus compañeros de la Universidad Veracruzana intenta proteger Hilario Barcelata, director del IPE, al negarse a dar la información sobre el monto de algunas pensiones? ¿Acaso a él mismo, amigos y familiares?