A la luz de los últimos acontecimientos y la situación por la que atraviesa la mayoría de los medios de comunicación del Estado, la pregunta que debe estar merodeando la cabeza de quienes han ejercido por años esta profesión y de aquéllos que están en las aulas preparándose para hacerlo en los próximos años: ¿Es buena idea ser periodista en Veracruz en estos tiempos?
Lo primero que tendríamos que hacer es explicar las múltiples paradojas que encierra. La primera de ellas, tal vez la más importante, es entender la razón de por qué, si nuestro estado es el lugar más peligroso para ejercer este oficio, es al mismo tiempo, la entidad del país con el mayor número de medios y periodistas.
Pero no sólo eso. Si las empresas dedicadas a los medios están atravesando una complicada situación económica, lo que se refleja en salarios vergonzantes y nulas prestaciones sociales ¿por qué las aulas siguen llenas de estudiantes que desean estudiar comunicación y/o periodismo?, a sabiendas que no gozan de ninguna garantía de un trabajo digno y bien remunerado.
Habría que saber qué impulsa dedicarse a una profesión, en la que en la última década han sido asesinadas docena y media de personas, sin importar si son dueñas de medios muy importantes o pequeños, columnistas, reporteros asalariados o independientes, fotógrafos, si escriben sobre asuntos de política o de nota roja, si viven en la capital del estado o en algún otro municipio. Habría que preguntar al gremio si estos riesgos ¿son sólo una percepción, si son reales, y qué hace tan atractivo pasarlos por alto?
Pero habrá quien diga que tampoco es una buena idea dedicarse al periodismo en una sociedad que lee muy poco, que consume muy pocos medios y que prácticamente no conoce a quienes lo ejercen. Una sociedad donde los empresarios no tienen una cultura de la publicidad y consumo de medios que permita a las empresas romper su vínculo de dependencia con el poder en turno. ¿Cómo hacerle en una sociedad donde la gente no lee y la iniciativa privada no le interesa anunciarse?
El periodismo es una profesión muy compleja. Curiosamente, no todos los que trabajan en un medio de comunicación ejercen el periodismo. Y habrá quien diga que es una pasión que se lleva en la sangre, que es una adicción, que es una especie de misión en la vida, pero en realidad se trata de una profesión como cualquier otra. Los médicos, los abogados o los arquitectos seguramente tendrán los mismos argumentos emocionales respecto de su profesión. No estamos tocados por Dios, aunque muchos -víctimas de su egolatría- así lo consideren.
Pero no vamos a naufragar en la teoría, la práctica y la ética del periodismo. Eso corresponde a los teóricos, a los famosos, a los académicos que van más allá del ejercicio cotidiano, de la nota, del reportaje y la entrevista incómoda. No nos toca a nosotros discutir sobre la filosofía del periodismo, sino más bien, ocuparnos de lo que sucede en Veracruz.
Aunque se lastime a las buenas conciencias, lo cierto es que el gobierno no mata periodistas. Hasta ahora no hay una sola insinuación o evidencia que nos conduzca a esa conclusión. Pero también es cierto que no hay ninguna garantía institucional para que se ejerza la profesión a plenitud; la delincuencia organizada ha entendido –a diferencia de otros sectores sociales- el peso específico de los medios e intenta servirse de ellos o callarlos cuando es necesario. Es cierto: el gobierno ha sido responsable por omisión y negligencia.
Pero también es cierto, muchos periodistas en el estado en realidad no lo son. No tienen la formación ni el conocimiento. No conocen la profesión, no ejercen la ética y no tienen compromiso más que consigo mismos. A ellos no les preocupa las cosas que le pasan a los periodistas, el ejercicio pernicioso del poder, ni los agravios que se cometen en contra de la sociedad a la que dicen informar, porque en realidad para ellos sólo se trata de un negocio.
A mí me parece que las sociedades, en especial la veracruzana, necesitan de buenos periodistas. Y de verdad que en Veracruz los hay, pero en contrario al Coronel de García Márquez, no tienen quien los lea. Muchos medios de comunicación –ante la urgente necesidad de sobrevivencia- se han convertido en una especie de correo interno entre la clase política. Mandan mensajes, descifran códigos, participan de los procesos de tomas de decisiones, pero casi siempre alejados de sus lectores o de su público objetivo.
No se trata de ejercer el poder –como sugería Edmund Burke en aquélla nomenclatura del cuarto poder- en clara alusión a la importante influencia que tienen los medios de comunicación entre la sociedad y opinión pública y, sobre todo, en muchos gobiernos y sus representantes. Como la democracia, no existe periodismo bueno y malo, sólo existe el periodismo. La categoría aplica para quienes lo ejercen y deciden entre la autocensura, la prostitución del oficio o quienes se preparan todos los días para ejercerlo con pulcritud y decencia.
Así, los periodistas no estamos para ejercer el poder, porque eso le corresponde al gobierno. Tampoco estamos para legitimar al poder, que para eso están sus gabinetes de prensa y la actuación de sus funcionarios. Tampoco debemos ser la voz crítica de la sociedad, porque entonces estaríamos suplantando una de las obligaciones más conspicuas del ciudadano. Los periodistas estamos para informar, para escudriñar, para cuestionar, para sustentar una opinión que les permita a las personas conocer su entorno, y formar su propia opinión, construir su propia demanda.
No debemos servir al poder ni servirnos del poder. Eso no nos hace mejores ni peores periodistas que a otros, pero mancilla a la profesión. El periodista sólo debe dedicarse a hacer periodismo y debe gozar de las garantías plenas para ello. Lo demás sólo es una hoguera de vanidades.
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