Son dos fiestas que conforman la columna vertebral del espíritu celebratorio de los veracruzanos, entre las que se entreveran cientos -tal vez miles- de ferias, conmemoraciones y otras tradiciones alegrantes.
Una es histórica, definitoria, fundacional. La otra se asienta en costumbres remotísimas, pero se ha proyectado pujante en la modernidad.
Ambas son reconocidas internacionalmente, e implican una buena derrama económica para nuestro estado.
El Carnaval de Veracruz.
La Cumbre Tajín.
Y ambas peligraron por la masacre docenal, y sobre todo por la devastación duartista, que no dejó dineros para nada, menos para fiestear, lo que tanto nos gusta a los veracruzanos.
El Gobierno actual confesó que no había recursos para apoyar el Carnaval ni la Cumbre. Ya no habría esas cantidades impresionantes para promover (no promocionar) los dos eventos. Nada de maletas con 25 millones de pesos en efectivo para darlas a una supuesta empresa (¿fantasma también?) que haría la difusión (¿recuerdan esa otra mentira?).
La emergencia financiera es de tal dimensión que nos llegó a pegar hasta en el gusto profundo, así como dio bajo la línea de flotación de nuestra economía y arrasó con nuestras expectativas de crecimiento y calidad de vida en lo inmediato.
Pero aunque no tenga dinero, nuestro pueblo posee imaginación y experiencia, y esos dos recursos inagotables han hecho que nuestras fiestas más famosas no se hayan perdido este año. Y no sólo eso, sino que estén renaciendo en el sustento de su origen real.
Imaginación y experiencia… las mismas que derrochó Luis Antonio Pérez Fraga -el jarocho que más ha sabido de carnavales en toda la historia- porque fue nombrado Presidente del Comité de Carnaval y supo cómo hacerlo. Esta versión del Carnaval que acaba de pasar se va a volver entrañable porque rescató su esencia de fiesta popular, y no obstante mantuvo su nivel de festividad internacional.
Imaginación y experiencia… las mismas que está empeñando el arquitecto Ernesto Aguilar Yarmuch para que la Cumbre Tajín siga creciendo, aunque ya no habrá el derroche descomunal que aprovechaba la familia política de Javier Duarte, tanto para divertirse como para llenarse los bolsillos con los dineros desviados.
Hubo el Carnaval y volvió a ser el más alegre del universo. Y eso fue posible gracias a que al frente de la organización por fin pusieron a alguien que le sabe, que no es un improvisado.
Gracias al licenciado Antonio Pérez Fraga, el Pollo que tantos queremos.
Habrá igualmente una Cumbre Tajín decorosa, que retomará la riqueza de nuestra tradición totonaca, mística y voladora, pegada a la naturaleza pródiga en la que se desarrolló, pero una Cumbre también digna porque para no extrañar volverán a venir artistas de fuste a coronar las noches de los nichos. Y esta vez podremos escuchar el entusiasmo roquero de Gloria Trevi y el inmortal sonido de Celso Piña y su acordeón mágico.
Y por eso le daremos las gracias al arquitecto Ernesto Aguilar Yarmuch y a su capacidad organizativa, que la tiene como pocos.
Dos fiestas que se pueden hacer sin pegarle al presupuesto público; dos fiestas que ahora se hacen sin robar, sin corrupción, sin avideces ni soberbias.
El Carnaval de Veracruz y la Cumbre Tajín, nuevamente de y para el pueblo jarocho… y nuestros invitados.
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