Este fin de semana volvió la vida a los partidos políticos. Al cumplirse los plazos establecidos por la ley electoral para el registro de candidatos a presidentes municipales –así como de las planillas que habrán de integrar los cabildos-, decenas de aspirantes acudieron a presentar su documentación e iniciar el largo proceso que los llevará a ocupar un espacio en la boleta electoral. Ganar la elección ya será otra historia.
Como en cada proceso, llamó la atención el registro de candidatos que ya lo han sido por otros partidos, o peor aún, que han ejercido cargos públicos o de elección popular representando a fuerzas políticas distintas a las que ayer les dieron nuevo cobijo. Y también, como cada proceso, se llenaron de insultos y descalificaciones: políticos oportunistas, sin identidad ideológica, chaqueteros, traicioneros y cualquier cantidad de amistosos adjetivos.
En tiempos electorales, estas expresiones son muy comunes. En los partidos políticos, como una reacción a lo que asumen como una traición interna y la necesidad de descalificar a su eventual adversario; y en el electorado, porque asumen que los políticos, al no encontrar respuesta a sus demandas dentro de su partido, no tienen el menor pudor en irse a otro para continuar pegado a la ubre presupuestal.
En muchos casos, es posible que la razón le asista a ambos. Lo que no se ha dicho, es que los partidos políticos mantienen el monopolio de las candidaturas; si bien ya se reconocen a los candidatos ciudadanos, estos compiten en una franca y evidente desventaja frente a las organizaciones políticas.
De tal forma, quienes aspiren –por muy ciudadanos que sean- dependen en buena medida de la plataforma de los partidos políticos para competir electoralmente. Y esta premisa, los condiciona a jugar bajo las reglas internas de los partidos políticos, las cuales no están en sus documentos básicos sino en el acuerdo de sus cúpulas.
No es exclusivo de ningún partido político que cuando un cuadro destacado busca una candidatura, pero es contrario a la corriente que ejerce el poder al interior del partido, sus posibilidades son prácticamente nulas. Eso también explica –no sólo las descalificaciones- el éxodo de unos y otros a diferentes partidos políticos.
Y eso está sucediendo nuevamente. Ayer, el propio dirigente del PAN –hoy el partido en el gobierno- aseguró que no se satanizará a los priistas que busquen ser candidatos por la alianza PAN-PRD. En algunos casos, tanto Morena como el Movimiento Ciudadano han registrado a candidatos con un largo historial priista. Y también habremos de observar como la alianza PRI-PVEM registre aspirantes que han sido autoridad o miembros destacados de otros partidos.
En el PAN, por obvias y explícitas razones, el líder político en Veracruz es el Gobernador del Estado; si bien, se trata de un partido bastante pragmático que no suele plegarse al liderazgo gubernamental –recordemos que Felipe Calderón ganó la candidatura en contra de Vicente Fox, y Josefina Vásquez Mota en contra del propio Calderón-, lo cierto es que se ve muy difícil que una corriente distinta al neoyunismo destaque en este proceso.
Las principales plazas han sido ocupadas por su gente más cercana (el caso de su hijo en el puerto de Veracruz es el mejor ejemplo), con el propósito de allanar el camino a la elección estatal que iniciará este mismo año.
Lo mismo pasa en el PRI. Luego de doce años, la fidelidad sigue presente como una metástasis a pesar del rechazo de amplios sectores sociales y corrientes al interior del Partido. La derrota de junio pasado no fue precisamente a causa de un mal candidato, sino a la desastrosa administración de Fidel Herrera y Javier Duarte, y la incapacidad de Héctor Yunes de mostrarse distinto y ajeno a ellos.
La fidelidad ha vuelto a apoderarse del PRI. Los viejos operadores de Fidel Herrera están de regreso y su voz tiene nuevamente un peso específico en la asignación –hay quien acusa de venta y negociación- de las candidaturas. Por ello, veremos las mismas caras utilizando los mismos métodos, con el riesgo de obtener un resultado históricamente adverso.
Con el regreso de Fidel y el empoderamiento de cuadros como José Murat en la dirigencia nacional de la CNOP, el discurso anticorrupción se ha ido al bote de la basura. Y los electores se han dado cuenta de ello.
En el caso del PRD es un asunto de mera supervivencia. Las tribus locales, luego de pelear por años los pocos espacios de administración pública y la gratitud del gobierno priista en turno, hoy está a la disposición del gobierno estatal. En la alianza que han firmado con el PAN, serán simples mirones de palo.
Y de Morena hay poco que decir. Andrés Manuel vino a Veracruz a revisar la lista de candidatos y hacer cálculos electorales y económicos de cara a lo que será la última de sus batallas, el 2018. Aquí no hay más voz y voluntad que la de él; sin embargo, es evidente que el electorado ve en este partido una opción viable, aún cuando no conozca ni a sus candidatos. Con escuchar los mensajes vaciladores del Peje les basta. Sin duda, Morena tiene un lugar asegurado como una de las tres principales fuerzas políticas del estado.
Aunque como hemos dicho, no se trata en todos los casos, la pregunta es: ¿Qué hacer entonces si pesa más el gobierno interno del partido que las posibilidades reales de un candidato? ¿Es un acto de pragmatismo, cinismo o sentido común que partidos políticos busquen a buenos candidatos que no han encontrado espacio? ¿Se trata de la traición de los militantes o de un chantaje de los partidos políticos? Las respuestas deberán darla los electores a través de su voto.
La del estribo…
- Acostumbrado a dar la batalla en todos los frentes, el gobernador reculó prácticamente de inmediato luego de que la grey católica y sus huestes se lanzaron furibundos en contra de la nueva epístola Yunes para los recién casados. Y aunque ya la abrogó, la marcha por la familia está convocada para el próximo domingo. ¡Pues ni tan girito!