Un golpe Mortal es un golpe de Vida para Algunos
que no estuvieron vivos sino hasta morir,
que de haber vivido hubieran muerto
pero que al morir, Vivieron.
(Emily Dickinson. Versión de
Juan Afanador y Santiago Ospina)

Imaginemos un relato cuya protagonista sea una mujer extravagante. Supongamos que nació en la tercera década del siglo XIX, que a los 10 años ingresó a una academia en la que tuvo una sólida instrucción que le procuró conocimientos de literatura, religión, historia, matemáticas, geología y biología, y que le permitió un manejo solvente del griego y el latín.

Que su punto frágil fueron las matemáticas pero, a cambio, tuvo un gran sentido del humor y un talento narrativo que le permitieron escribir composiciones tan llenas de chispa que sus compañeras accedieron a intercambiarlas por las tareas de álgebra y geometría. Que tuvo una inclinación especial por la astronomía y la botánica.

Hasta ahí, nuestro personaje parece una jovencita normal, ahora imaginemos que a los 26 años decide enclaustrarse en la mansión familiar de la que no vuelve a salir sino un par de ocasiones para ir al oculista y que falta a la tercera cita porque decide no salir más. Que disfruta mucho la música pero rehúsa escucharla en el salón donde se toca, prefiere hacerlo, a solas, en un vestíbulo aledaño.

Que siempre viste de blanco y que jamás aparece ante la costurera sino que le pide a su hermana que sea ella quien se pruebe sus vestidos. Que envía a sus vecinos semillas de plantas cultivadas por ella y pasteles elaborados con sus propias manos acompañados de pequeñas notas enigmáticas. Que finalmente se recluye en su habitación y no vuelve a salir de ella durante los tres últimos años de su vida.

Que mientras vive se publican cuatro poemas suyos y poco después de su muerte su hermana encuentra 40 volúmenes encuadernados a mano que contienen alrededor de 800 poemas. Que en total escribió entre 1200 y 1800 poemas, algunos de los cuales fueron publicados y recibidos escépticamente por la crítica.

Que 30 años después de su muerte, su obra es revalorada y se convierte en una de las poetas más importante de su país, Estados Unidos.

Con todo esto tendríamos los ingredientes narrativos para escribir una buena novela pero si lo hiciéramos, estaríamos narrando la biografía de Emily Dickinson, la poeta estadounidense que actualmente es considerada una de las grandes exponentes de la literatura de nuestro vecino del norte, al lado de Edgar Allan Poe y Walt Whitman.

Tantos años de aislamiento, de falta de contacto con la vida, no le impidieron desarrollar una poesía que toca el alma del ser humano. En su prólogo a la Antología de la poesía norteamericana, editado por la UNAM, Agustí Batra afirma:

«La poesía de Emily Dickinson es epigramática y concisa; su intensidad proviene, no de experiencias acumuladas, sino de carencias vitales que se condensaban en metáforas de una audacia y una originalidad sorprendentes. No conoció el mundo, pero un universo vivió dentro de ella. Realmente, para que la maravilla se realizara solo necesitó una casa silenciosa, una ventana que daba al jardín y la llama de la pasión.»

Emily Dickinson nació el 1 de diciembre de 1830, acaba de cumplir 186 años, celebrémosla de la manera que, quizá, más le hubiera gustado, con una brevísima muestra de su vasta producción.

No hay mejor nave que un libro
para viajar lejos.
Y siempre es la poesía
un corcel ligero.
Los más pobres hacer pueden
esta travesía
sin pagar pontazgo.
¡Qué sencilla es la carreta
que transporta a un alma humana!

(Versión de Agustí Batra)

 

La Muerte es un Diálogo entre
el Espíritu y el Polvo.
«Disuélvete» dice la Muerte – El Espíritu: «Señor,
tengo otro Encargo»–
La muerte lo duda – Alega desde el Suelo –
El Espíritu se aleja
dejando únicamente como evidencia
un Abrigo de Arcilla.

(Emily Dickinson. Versión de
Juan Afanador y Santiago Ospina)

 

El corazón pide placer primero,
después, ser excusado del dolor
y luego esos pequeños anodinos
que ahogan el sufrimiento.
Y luego ir a dormir
y más tarde, si esa fuera
la voluntad de su Inquisidor
el privilegio de morir.

(Versión de Marcelo Dos Santos)

 

Despega la alondra y encontrarás la música
bulbo tras bulbo, revestida de plata
apenas entregada a la mañana de estío
guardada para tu oído cuando el laúd sea viejo.
Suelta la inundación, lo verás patente
borbotón tras borbotón, reservado para ti.
¡Experimento escarlata! ¡Escéptico Tomás!
Ahora, ¿dudas de que tu pájaro fuera real?

(Versión de Marcelo Dos Santos)

 

Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.

Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca admiradora.

(Versión de L.S.)

 

De las almas creadas
supe escoger la mía.
Cuando parta el espíritu
y se apague la vida,
y sean Hoy y Ayer
como fuego y ceniza,
y acabe de la carne
la tragedia mezquina,
y hacia la Altura vuelvan
todos la frente viva,
y se rasgue la bruma…
yo diré: Ved la chispa
y el luminoso átomo
que preferí a la arcilla.

(Versión de Carlos López Narváez)

 

Exultación es viajar
desde el interior al mar,
más allá de las casas ‑ y los valles ‑
el alma en la Eternidad ‑

Nacidos como yo entre las montañas,
¿Podrán los marineros entender
la intoxicación divina
de este viaje de placer?

(Versión de Alberto Blanco)

 

Es algo tan nimio llorar –
es tan mínimo un suspiro
y a pesar de este tamaño
¡mujeres y hombres morimos!

(Versión de Alberto Blanco)

 

Se dice que
la palabra está muerta
cuando se pronuncia, yo digo que
comienza a vivir
ese día.

(Versión de María Isabel Calo)

 

Si logro salvar un corazón de romperse,
no viviré en vano;
si logro borrar de una vida el dolor,
o enfriar una herida
o ayudar a un esfumado petirrojo
a regresar a su nido de nuevo,
no viviré en vano.

(Versión de María Isabel Calo)

 

Ésta es mi carta al mundo
-que nunca me escribió-,
las sencillas noticias
que, majestuosamente,
la Natura me dio.

En manos que no he visto
su mensaje entregó.
Si la amáis, compatriotas,
juzgadme con amor.

(Versión de Agustí Batra)

 

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