Héctor Yunes vuelve a la carga. Está empecinado en ser gobernador de Veracruz y pretende volver a intentarlo en el 2018.

Está en su derecho, es el sueño de su vida y si eso lo hace sentir mejor, debe insistir.

No debe olvidar, sin embargo, aquella lección que nos dejó Albert Einstein: «Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes».

Para que en 2018 no le vuelva a suceder lo mismo que este año, lo primero que debe hacer Héctor Yunes es revisar a detalle su comportamiento en la pasada elección. Debe hacer un examen exhaustivo, severo, sin autocomplacencias. Debe asumir que él fue el derrotado y dejar de repartir culpas a su alrededor.

Este fin de semana Héctor Yunes congregó a su organización política, «Alianza Generacional» y ante ellos hizo una reflexión sobre el descalabro de este año:

«En el voto de los veracruzanos, hubo un claro mensaje para el PRI, pero sobre todo para sus gobiernos. Hay mucho que mejorar para seguir a tono con la ciudadanía».

Desde esa visión, la ciudadanía de Veracruz votó contra el gobierno de Javier Duarte, votó contra el PRI, no votó contra Héctor Yunes.

Si el dirigente de Alianza Generacional no empieza por admitir la parte de culpa que le corresponde en la derrota (una parte sustancial, pues él fue el candidato, él fue la oferta del PRI y de los partidos aliados) poco podrá cambiar hacia el 2018.

La estructura del PRI no es nueva, se ha construido a través de los años, se ha consolidado en la experiencia electoral. Los priistas de cepa, los operadores, tienen muy claras cuáles son las reglas que se deben cumplir para ganar una elección.

Un candidato debe significar esperanza, debe alentar a los votantes y motivarlos a participar. Un candidato ganador debe ser la imagen que haga pensar a los ciudadanos que con él sí encontrarán soluciones.

Durante la campaña de Héctor Yunes, muchas fueron las quejas de los liderazgos priistas. Aquí pongo sólo algunas de ellas:

«Su grupo tiene secuestrado al candidato. Nadie se puede acercar a él si no es a través de Alianza Generacional», se quejaban algunos.

«Es una campaña muy floja. Tiene muy pocas actividades públicas al día y son varios los eventos que ha cancelado, con la gente ya congregada ahí por varias horas. Eso pega muy fuerte en el ánimo de los votantes», explicaban otros.

«Sus representantes en cada distrito, son políticos anquilosados, sin conocimiento de las nuevas estructuras, de los nuevos liderazgos. No conocen a nadie, y nadie los conoce a ellos», sentenciaban muchos.

Esos fueron errores cometidos por el candidato. En esas pifias nada tuvieron qué ver ni el mal gobierno de Javier Duarte, ni el priismo veracruzano. Si Héctor Yunes no lo entiende, si no asume que lo que a él le toca es corregirse a sí mismo y mejorar su estructura política, vanos serán sus esfuerzos.

No hay que perder de vista que en la construcción de su candidatura, la de 2016, Héctor hizo un compromiso con Pepe Yunes, a quien le dice «amigo». Le pidió que se sumara a su proyecto este año, y a cambio él lo apoyaría en el 2018. Nada bien han visto los priistas que con argumentos absurdos hoy pretenda deslindarse de ese compromiso.

Lo que los priistas le cuestionan a Héctor Yunes es que haya concentrado su campaña en denostar a su patrocinador, al gobernador de su partido, y haya dejado de lado la confrontación de propuestas, de trayectorias y de imagen pública ante a sus contrincantes.

Lo que le critican es que siendo su obligación sumar, haya discriminado, haya echado a un lado a liderazgos priistas legítimos, sólo porque alguien los calificó de «duartistas» o «fidelistas».

Ojalá sus palabras del pasado sábado sean el reflejo de que algo ha cambiado en su perspectiva:

«La elección pasada, nos dejó grandes lecciones. Una de ellas, es que la buena política suma y multiplica, que el que resta, pierde y el que divide lastima».

Ya debió aprender que no es lo mismo sumarse, que pretender que los otros se sumen a él.

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