Durante muchos años, el despilfarro y la corrupción de los gobiernos estatales y municipales encontraban de forma alguna ocultarse en las cifras y los informes oficiales. Así, la inexistencia de obras “concluidas” siempre tenía una explicación física y presupuestalmente razonable.
Así, por ejemplo, la temporada de lluvias y los frentes fríos representaba un calvario para miles de veracruzanos asentados en zonas vulnerables -que perdían buena parte de su patrimonio a pesar de que sabían el riesgo que corrían-, pero era la época en que las cuentas gubernamentales se ponían al día. Me explico.
A pesar de que suena a leyenda urbana, es una lacerante realidad. Y se ha presentado en los gobiernos de todos los colores y sabores.
Muchas veces, las obras se planeaban para integrarlas al presupuesto. Estas se aprobaban e iniciaban su proceso administrativo de ejecución. Pero resulta que, en los hechos, ésta nunca se realizaba o, en el mejor se los casos, se construía con la peor calidad y al mayor costo posible, lo que quedaba al acecho de las auditorías de autoridades de nivel superior.
Pero en eso llegaba la tormenta y ¿qué creen?, pues que la obra pública se la llevaba el río. Y así, todo cuadraba, en todo caso, era culpa del fatídico destino que siempre se interpone entre la pobreza y el desarrollo. Historias así se cuentan cada día, en cada lugar.
Pues resulta que ahora en el Congreso local parece estar pasando algo similar durante la pasarela de comparecencias, con motivo del último informe de gobierno. Sin excepción, todos los secretarios de despacho achacan sus dolencias a la malaria llamada Secretaría de Finanzas.
Que si las obras no se realizaron, que si los programas no se cumplieron o que si los servicios públicos no se prestaron, no ha sido responsabilidad de las instituciones encargadas de proporcionarlas, sino de la Secretaría de Finanzas que, como la tormenta tropical de cada año, se lo ha llevado todo.
Y nadie tiene la menor duda de que así ha sido. Por la vía de la licuadora, la Sefiplan resultó ser la envidia misma de Houdini en el difícil arte de desaparecer las cosas –aunque aquí, en realidad no desaparecieron el dinero, sólo lo cambiaron de lugar o lo convirtieron en propiedades y cuentas bancarias–. Escondió el dinero y acumuló las deudas. Se pagaba a modo y a quien convenía.
Sin embargo, esta coartada ha servido a los funcionarios de primer nivel –como lo han hecho otras autoridades– para esconder sus errores, sus omisiones y hasta sus propias tropelías en contra del presupuesto estatal. Lamentarse no es suficiente ante las demandas no resueltas de la población.
Hasta hoy no hay más villano que la Sefiplan. Y en esta lógica, es difícil creer en la teoría del “asesino solitario”. Si las denuncias públicas y penales han sido interpuestas hasta ahora, lo menos que les resulta a los titulares de las secretarías de despacho es la responsabilidad de la omisión. Que, ahora, todos acusen a todos, no habla más que de la descomposición total del grupo que gobernó en la última década.
Nunca se dijo el verdadero estado de la administración, y aunque era evidente la instrucción superior de ocultarlo, decirlo ahora resulta un despropósito que raya en la perversidad y el cinismo.
Es triste escuchar a los secretarios de despacho decir, una y otra vez, que las fallas no son su responsabilidad y que sólo son atribuibles a la entidad encargada de manejar el presupuesto. Si esto es cierto, ¿por qué no se denunció en su momento? ¿Por qué no presentaron las renuncias obligadas? ¿O acaso el desorden era una oportunidad para cometer el crimen perfecto: enriquecerse sin responsabilidad alguna? Eso es algo que deberán aclarar la Contraloría y el Orfis en su momento.
Por lo pronto, ha ocurrido lo que se esperaba. Las comparecencias han sido un bochornoso espectáculo donde sólo se exponen miserias humanas y administrativas, tanto de quienes no tienen la más peregrina idea de lo que se trata –y asumen que la curul en sí misma los enviste de conocimiento universal– como de quienes no saben cómo esconder la mayor podredumbre conocida hasta ahora.
Parece que a Veracruz ¡se lo llevó el río!
La del estribo…
Los cambios a nueve días del inicio de la nueva administración suenan más bien a graciosa huida.