—¡Señor, señor! ¿Cómo está usted? ¿Se acuerda de mí? Soy el “Marchista Profesional”. ¿Recuerda que una vez me sacó en su columna, hace como un año? Soy Juan Pueblo —nuestro personaje, vestimenta de campesino, mirada pícara, hombre de sonrisa feliz.

—Claro, amigo. Es usted el que se dedica a alquilarse y alquilar a su mujer, sus hijos y hasta a la abuelita para engrosar marchas y manifestaciones en Xalapa. ¿Y cómo le ha ido últimamente?

—Mal, señor, la verdad. La profesión está de capa caída. Después de la buena temporada que tuvimos con la campaña del Gobernador, ahora nos está yendo de la patada.

—¿Y eso? Yo pensé que con tantos bloqueos y tomas de oficinas que ha habido aquí, usted habría estado muy ocupado y con usted toda su familia.

—Mire, de faltar, no nos ha fallado la chamba. Ha habido mucha, como nunca. Hasta el grado de que hemos tenido que trabajar de manera vespertina y hasta nocturna, porque ahora los plantones tardan hasta varios días…

En ese momento, mi conocido dejó ir la vista hacia el infinito, desapareció de su rostro la sonrisa perenne, se puso entre serio y triste (“saudade”, le dicen a ese sentimiento los brasileños) y dejó que la congoja se apoderara de su ánimo.

—Chamba no nos falta, sobra, — me explicó— pero el problema es que ¡nos la han quedado a deber! No nos pagan. Viera usted qué confusión, que nosotros marchamos para exigir que le paguen a los empleados, a los contratistas, a los proveedores, a los líderes, y éstos no nos pagan a nosotros. Se me hace que vamos a tener que hacer una marcha por nuestra cuenta para lograr que nos den lo que se nos adeuda.

La picardía volvió a aflorar, indetenible, y entonces pasó a explicarme lo que estaba haciendo en los últimos días, que me maravilló francamente. Ahí les va:

—Fíjese, patrón, que como no veíamos claro con lo de los pagos, me junté con otros colegas ahí en la calle y fuimos a hablar con un licenciado de apellido Hernández, que nos salió muy bueno para las ocurrencias. Por recomendación de nuestro abogado, nos constituimos como un grupo organizado, la Amasemeca, S.C. (Asociación de Marchistas al Servicio de las Mejores Causas, Sociedad Civil) y empezamos a levantar demandas ante la Secretaría del Trabajo. Nos explicó el licenciado Hernández que, aunque no trabajamos en una oficina ni tenemos horario ni contrato firmado, es posible… ummm… documentar que tenemos una relación de trabajo con los que nos contratan para engrosar las marchas, como usted dice.

—Y seguro van a tener éxito, porque a ese licenciado lo conozco y sé que es muy bueno, y porque además las leyes laborales protegen más al trabajador que al patrón —le dije, pensando en animarlo.

—No, y ni se imagina lo que nos acaba de descubrir don Rafael. ¡Vamos a patentar las marchas! Nos dijo que hay una empresa que se llama Mansonto o Musanto, creo, que patentó todas las semillas, y en adelante cuando quiéramos sembrar le vamos a tener que pedir permiso para hacerlo… y encima pagarle. Y de ahí se le ocurrió la idea de que pusiéramos un patente por las marchas. ¿Se imagina? Si nos dan la patente, en adelante quienes quieran hacer una manifestación en Xalapa, vestidos o encuerados, van a tener que pagarnos los derechos. A ver si con eso cuando menos nosotros los de la Amasemeca salimos del bache. Ya ve cómo están de difíciles las cosas en Veracruz.

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