He encontrado a mucha gente que opina que el triunfo de Donald Trump no es tan preocupante para México y los mexicanos como podríamos temer. Aducen quienes piensan así que no es lo mismo el candidato Trump que el presidente Trump, que en las campañas se dicen muchas cosas que no se piensan cumplir, y que en ellas se opera con una virulencia que por lo general se reduce ostensiblemente cuando el ganador obtiene la victoria y llega al puesto.

Tienen algo de razón… pero no toda.

Y digo lo de “algo” porque si bien es cierto que Donald Trump como jefe del gobierno norteamericano llegará con una serie de acotaciones a su poder, con un Congreso -aunque con mayoría de su partido- que actuará como un dique de contención para medidas extremas y hasta con un Poder Judicial realmente autónomo que tiene la capacidad de echar para atrás órdenes presidenciales, ciertamente tendrá atribuciones para cambiar la tendencia de muchas políticas públicas que de una manera u otra operan en favor de los inmigrantes.

Trump ganó su campaña con un discurso fuerte y hasta insultador en contra de las minorías inmigrantes, en particular la mexicana. Ese mensaje de odio prendió entre el electorado WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant; de raza blanca, origen anglosajón y religión protestante), entre los güeros, que todavía son mayoría y controlan electoralmente al país, y fue el camino por el que este energúmeno alcanzó la victoria.

Así que me cuestiono: Si le funcionó el esquema, si lo hizo ganar, ¿por qué lo cambiaría?

Los gringos votaron por el empresario porque les prometió que endurecería las políticas en contra de los indocumentados, sobre todo nuestros connacionales. Y como le cumplieron con el voto, ahora él no será menos.

Con todo y su actitud liberal y abierta, Barack Obama deportó a cerca de millón y medio de mexicanos, casi el 14 por ciento de los 11 millones de indocumentados de nuestro país que permanecen en Estados Unidos.

Con Trump las cosas serán peores, y se teme que empiece una serie de deportaciones masivas, que podrían llevar a que sean regresados hasta cuatro millones de indocumentados, con desastrosas consecuencias para la economía mexicana, que no tiene empleos suficientes para acomodar a esos paisanos, y que además perdería un flujo considerable de las remesas que alimentan nuestra divisas y nuestro mercado interno.

Días negros les esperan a las minorías en Norteamérica: redadas, abusos, despidos, maltratos y el peligro la deportación como consecuencia inevitable.

Y en el país, ¿qué haremos con tantos desempleados, que serán un ejército de clientes o cómplices para el crimen organizado? ¿Por qué? Porque esos millones que vendrán de regreso son personas en edad de trabajar, varios de ellos adictos, y todos necesitarán dinero para sobrevivir o para comprar drogas. Y si no tienen manera de ganarlo más o menos honradamente, pues recurrirán a la violencia, al asalto, al robo.

Estamos ante el peligro inminente de que la inseguridad se termine de volver inmanejable, que vivamos en la ley del más fuerte o el más sanguinario.

¿Que Trump no será tan malo?

No, ¡Será peor!

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