Por Pedro Manterola
No es justo que te vayas, no es correcto, no es decente. Llegaste a donde no tenías que haber llegado, fuiste gobernador de un estado que nunca gobernaste, fuiste capitán de un barco que se hunde sin que haya navegado, administraste en tu provecho la riqueza y los inapreciables recursos de un territorio del que ahora pretendes escapar, sin rendir cuentas ni dar explicaciones.
No te vayas. Ni madres. Buscar la puerta de atrás es cosa de desertores, de cobardes, de traidores. Irse, huir, correr, fugarse, es lo que hace un forajido, un prófugo, un salteador, un abigeo, un malhechor, un fugitivo. Y tú no eres un cuatrero, tú eres el Gobernador de Veracruz, asunto nada menor que para ti debería ser un orgullo y que has convertido en una vergüenza y un oprobio para todos los veracruzanos. No te vayas, no sin decirnos dónde está el dinero, en cuáles carreteras, en cuántos puentes, en qué caminos, escuelas, becas y hospitales se han invertido los incalculables recursos destinados al progreso de Veracruz y los veracruzanos.
No corras, no te mudes a Madrid, no vueles a Barcelona, sin antes contarnos de los pensionados que defendiste, de las deudas que pagaste, los ciudadanos que atendiste, los maestros que apoyaste, los periodistas que salvaste, los agricultores que impulsaste, los estudiantes que alentaste, los votos que obtuviste, las madres que consolaste. No abandones a su suerte a etnias, empresarios, amas de casa, jornaleros, universitarios, pescadores, cañeros, madres solteras, padres de familia, diputados y compañeros de partido. No señor. Da la cara, como todo ser humano con honor, agallas y vergüenza.
No evacúes tu cuerpo sin que nos hayas narrado dónde nace tu odio por los habitantes de un estado que no se merecía tenerte en el Palacio. No señor. No somos el Haití de Duvalier, no somos el Zaire de Mobutu, no somos la Uganda de Idi Amin, tus modelos más evidentes a la hora de sentarte a gobernar. Indiferente ante los ciudadanos, sumiso ante ti mismo, insaciable ante el dinero mal habido, desdeñoso ante el futuro de millones de paisanos. Explicanos la diferencia entre pobres y miserables, es decir, entre 4 millones de veracruzanos y todos tus secuaces. No, no te puedes ir.
No te puedes ir sin que nos digas qué pasó con los jóvenes de Tierra Blanca, no debes huir sin revelar quién o qué te obliga a sostener a un fantoche como responsable de la seguridad de los veracruzanos, ciudadanos rehenes lo mismo de tu gobierno que de los delincuentes, muertos lo mismo en manos de sicarios que bajo la tutela de tus policías. Será porque para ti la seguridad es una farsa. Así todo se vuelve congruente.
Ni madres. No te vas. Cuéntanos primero cuántos partidos corrompiste, cuáles candidatos compraste, cuántos independientes adornaste, cuántas realidades ignoraste. Explícanos tu odio al adversario, esclarecenos las causas de tus traumas, el origen de tu rencor a Veracruz, el motivo que te transfiguró en el capricho más lamentable y lamentado de Fidel. Capricho que todos sabíamos destinado a fracasar, antojo con aires de chifladura, obsesión con sabor a bufonada.
No desaparezcas sin que narres con lujo de detalles como desaparecieron 35 mil millones de pesos. 35 mil millones, dice el señor Don Ojalá te toque la Cárcel, auditor superior de la federación, quien, según nos cuenta en cadena nacional, las cuentas no te cuadran.
Dinos cómo manoseaste a la autoridad electoral, cómo humillaste los derechos humanos, de qué magnitud es el daño que infringiste sin remordimientos ni arrepentimientos a la educación, al campo, a la burocracia, al medio ambiente, a la salud, dinos cómo y por qué tu ofuscación por pervertir la armonía, la paz y la convivencia civilizada entre ciudadanos diversos habitando una misma tierra.
No te largues sin que nos digas la fórmula para hacer de la tarea de gobernar tragedia, comedia, fraude, mentira y evidencia, todo al mismo tiempo, todos los días, en cada palabra, en cada acto fallido, en cada peso desviado, en cada muerto negado, en cada fosa, en cada secuestro, en cada discurso, en cada rueda de prensa.
No, nadie quiere que te vayas. A estas alturas, el afán por quitarte del lugar que nunca debiste de ocupar obedece a pura y llana desazón y estrategia electoral. Detrás de tu partida hay un cálculo de daños políticos y un recuento de votos perdidos, no respeto ni acatamiento a los inaplazables afanes de justicia que te persiguen por las calles. Parece tarde, porque has hecho tanto daño que la respuesta deberá estar en otra parte.
Tú no te vayas, ¿qué chingao se han creído? ¿Acaso hay alguien más capaz que tú para estafar leyes y ridiculizar legislaturas? ¿Quién si no tú es el maestro en el arte de simular democracia y fingir justicia? ¿Quién podrá ganarte a la hora de humillar oposiciones y domesticar antagonistas? No señor.
Si ahora no has podido, si en esta campaña parece imposible, tú vuelve a intentarlo. Demuéstrales a los que quieren que te vayas que el mal ya está hecho, que no tienes remedio, que tú eres la peste y la vacuna, la indigestión y la lavativa, la cuna y la mortaja. Que eres cataplasma y catacumba. Pero no te vayas. Ya nos chingaste, ahora te chingas. Pero no te vas.