La de ayer fue la tormenta perfecta; un final digno de un gobierno de desaciertos y falta de oficio, agravado por la ausencia de un poder central responsable de operar la transición para garantizar la gobernabilidad en uno de los estados más importantes del país. Nada de eso sucedió. ¿Dónde quedó la política?
La presencia del gobernador Javier Duarte en el noticiero matutito de Televisa tomó por sorpresa a todos. Ningún actor político o miembro de su gabinete sabía lo que estaba por suceder. Se enteraron, una vez más, por la televisión. Ni sus más feroces críticos sospechaban que el fin había llegado.
Frente a su interlocutor, el gobernador informó que en el transcurso del día presentaría al Congreso del Estado una solicitud de licencia para hacer frente a todas las acusaciones y denuncias que enfrenta por parte de su archienemigo y sucesor. El anuncio hizo suponer a los más experimentados que se había echado a andar la maquinaria y que todo el proceso de transición transcurriría como un reloj suizo.
En otros tiempos, los de un régimen vilipendiado y aborrecido, no había espacio para el error, ni la insurgencia. La ruta era predecible: luego del acuerdo con el gobierno federal, el mandatario veracruzano anunciaría en cadena nacional su dimisión –es difícil pensar que Televisa haya abierto el espacio sin hacer una consulta previa a la Presidencia-, para luego viajar al estado y presentar su solicitud de licencia ante el Congreso.
Mientras esto sucedía en la aldea, y dada la importancia que reviste el tema, la Secretaría de Gobernación habría de establecer comunicación con los líderes de los partidos políticos nacionales, a fin de allanar el proceso legislativo en el Congreso estatal. En este tenor, atendiendo al acuerdo alcanzado, los dirigentes de los partidos en Veracruz comunicarían a sus bancadas la decisión sobre el sucesor del mandatario.
Al mismo tiempo, una vez recibida la solicitud de licencia, la Junta de Coordinación Política (Jucopo) convocaría a sus integrantes, los líderes parlamentarios, para acordar el procedimiento a seguir para dar trámite al nombramiento del nuevo Gobernador del estado, primero en calidad de provisional, y luego, en calidad de sustituto.
Siguiendo este guión, la Comisión Permanente o el pleno del Congreso –como hubiera acordado la Jucopo-, tendría que haber sesionado por la tarde, en una sesión aterciopelada, cumpliendo con los acuerdos alcanzados en la capital del país y ejecutados en el estado. El nuevo Gobernador tendría que haber tomado protesta con pleno respeto a su investidura. No habría entonces espacio para la rebelión.
Así, para las primeras horas de la noche, el nuevo Gobernador del estado podría estar celebrando su primera reunión de gabinete, con lo que iniciaría un periodo breve pero estratégico para recobrar la gobernabilidad del estado. En esta primera reunión, no sólo se establecerían las líneas básicas de trabajo para iniciar de inmediato el proceso de entrega-recepción y los puentes de comunicación con el equipo de transición del gobernador electo.
De esta forma, en un estado donde prevalecieran las buenas formas políticas, este jueves Veracruz tendría que amanecer con un nuevo gobernador despachando en Palacio de Gobierno, con una agenda llena, integrada a partir de la pacificación y la conciliación con los grupos políticos y organizaciones que se han venido manifestando en las últimas semanas.
Pero no. Alguna de estas tareas no se cumplieron. Y tal vez no se cumplieron porque no hubo acuerdos previos ni ruta crítica para la transición. Faltaron operadores políticos. En consecuencia, hubo una gran incertidumbre a lo largo del día, donde el propio gobierno carecía de certeza absoluta sobre la identidad del nuevo mandatario.
La sesión del Congreso que tendría que ser de trámite, se convirtió en un nuevo escenario de confrontación y lucha de intereses que amenazaba con romper la frágil institucionalidad del estado. Sólo se trataba de seguir el librito.
Lo que para el nuevo y flamante Gobernador (hasta las 10 de la noche seguía sin definirse) debió ser el día más importante de su vida política –ser titular del Ejecutivo en Veracruz aún por 47 días es un honor que pocos ostentarán- se convirtió en una larga agonía como consecuencia de que hace tiempo nos olvidamos de hacer política. Las consecuencias saltan a la vista.
La del estribo…
Cumplido el primer objetivo, el dirigente nacional del PRI ha enfocado sus baterías a Miguel Ángel Yunes. Su destino está por alcanzarlo. La novela veracruzana de gobernadores provisionales, interinos y sustitutos podría apenas estar empezando.