Las muertes de Génesis Deyanira Urrutia -originaria de Jáltipan y estudiante de la Universidad Veracruzana-, Leobardo Arroyo y Octavio García a manos de la delincuencia organizada han vuelto a mover las conciencias de los veracruzanos, atrapados entre la rabia, la indignación y el pánico.
Los jóvenes habrían desaparecido desde el pasado 29 de septiembre; sus restos fueron encontrados el viernes pasado, de la forma en que ni ellos ni sus familiares jamás hubieran imaginado. Pero estos tres jóvenes no son los únicos; en las últimas 72 horas, los medios de comunicación registraron al menos 20 muertes violentas. Es el rostro de la barbarie.
Mucho se ha escrito del tema de la violencia en el estado y de la incapacidad de las autoridades para prevenirlo, pero nada ha cambiado. Preso de su supervivencia política y legal, el gobierno se ha convertido en pasivo observador de la lucha encarnizada de los grupos delincuenciales; la sociedad, paralizada, poco aporta y menos se organiza para revertir una situación que no fastidia al gobierno sino a la sociedad misma. Nadie parece entenderlo.
El problema es que algunos sectores de la sociedad y del gobierno –principalmente en las áreas de seguridad y justicia-, se han involucrado con la delincuencia, sino es que han pasado a formar parte de ella. Así lo han reconocido unos y otros. Por eso es tan complejo resolver un problema que hoy nos devora a todos.
Por miedo o por necesidad, nos hemos convertido en una sociedad permisiva y cómplice. Y esto ha sido un campo fértil para un gobierno corrupto y corruptor, y para la expansión de la delincuencia organizada. Y en este escenario, los medios de comunicación han optado por convertirse en simples relatores para evitar el riesgo de la violencia y no comprometer sus intereses económicos.
Algo anda mal cuando las “familias” salen a las calles a protestar en contra de la libertad sexual y se quedan calladas ante la violencia incontenible, cuando la presunción de la autoridad nos vuelve culpables y nos despoja del derecho a la justicia. El futuro se nos agota.
La solución de la violencia no está sólo en manos del Estado, a menos que queramos el arribo de un gobierno represor y violento, que cancele derechos y garantías en aras de que la delincuencia se repliegue. Debemos de poner nuestra parte, denunciando aun cuando el temor nos haga pensar –con justa razón-, que nos estamos entregando a nuestro verdugo. Pero el silencio sólo nos convertirá en víctimas pasivas.
Lo que sucedió este fin de semana con estos tres jóvenes es una verdadera tragedia, pero no es la única; desgraciadamente, tampoco será la última. ¿Cuánto nos durará la indignación? Muy poco, hasta que conozcamos de la siguiente muerte, de la siguiente estadística, en este exterminio de una generación que sólo ha conocido la pobreza, la corrupción, la violencia… y la muerte.
La del estribo…
Con lo que se gasta cada semana en el mantenimiento de caballos pura sangre o lo que se paga a una sola de las empresas fantasma, bien se podría recuperar el parque Murillo Vidal, en el Paseo de los Lagos, ese espacio emblemático que hoy está en completo abandono.