En Xalapa, no sé por qué razón, ha cundido la costumbre de tener perros en casa. Son ya innumerables los hogares que se sienten bendecidos con la presencia de estos animalitos, y a contrapelo también son innumerables los vecinos que no tienen mascotas pero que se ven obligados a soportar los ladridos, los olores y las heces de las casas de junto.
Y es que el perro es el mejor amigo del hombre, sin duda, pero resulta que el hombre no es el mejor amigo del perro.
Tener un perro en casa implica una larga serie de cuidados y precauciones que muchos propietarios (no sé si ofenda alguna sensibilidad al llamarles así, y deba referirme a ellos como “compañeros de vida”, “padres” o de alguna otra forma más correctamente política según ellos). Bueno, la cosa es que para quien tiene un perro existe una larga serie de condiciones que le permitan salvaguardar los derechos y la tranquilidad de sus vecinos, y eso muchos no quieren entenderlo.
Los canes, ustedes me perdonen, son animales irracionales. No saben de higienes ni de derechos de los otros. Por ello, necesitan ser “amaestrados”, “educados” para que hagan sus necesidades en un lugar conveniente y para que no ladren a deshoras. Menos, que vayan a morder a una persona, y mucho menos a un niño.
Y tienen que ser vacunados, peluqueados y bañados de manera consistente.
Miren, de manera similar a cuando alguien lleva de visita a un infante a una casa ajena, los perros tienen que ser obligados a comportarse con respeto a los adornos, los muebles y las piernas de los anfitriones de sus amos.
Si usted es de las personas que ha decidido “adoptar” un perro, debe tomar en cuenta la frase inmortal del Benemérito: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Y sí, quienes viven en la casa de junto, en la de enfrente, en la misma cuadra tienen derecho al silencio en el interior de su morada, a la limpieza del aire que respiran. También, a no ensuciarse los zapatos con las gracias que suelen dejar en la calle, casi en nuestra puerta, los canes y sobre todo los dueños de los canes, que no se acomiden a llevar una bolsa y levantar esas fuentes de infección.
Por fortuna, y un reconocimiento más al buen alcalde Américo Zúñiga, la comuna capitalina está multando a quienes dejen -perdón por la expresión- la caca de sus perros en la calle.
Ese ordenamiento debería ir también en contra de quienes dejan a sus perros en la calle. Sé el caso de una vecina del exclusivo fraccionamiento que lleva el nombre de una representante de la nobleza, que deja todo el día fuera a sus tres perros, tres engendros chihuahueños que con sus ladridos tienen enfermas de los nervios y del hígado a las señoras que permanecen en sus casas porque se dedican a las labores de hogar.
Tener un perro requiere cariño, cuidados, esfuerzo, gastos, pero sobre todo poseer una alta civilidad para evitar que nuestro gustito afecte a quienes viven cerca de nosotros.
Se están perfeccionando los reglamentos, se hacen asociaciones de amigos de los animales, el ayuntamiento tiene una dependencia especial para tratar el problema de los perros… tal vez sería necesario ir creando una oficina para dar tratamiento a los ciudadanos que no tienen perro, que no saben tratar con perros, que no quieren a los perros, y se ven obligados a soportar las inconsecuencias del amor por esos animalitos.
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