Entra la llamada en el peor momento, como siempre: estoy en medio de una reunión de trabajo y el celular suena molesto e insistente. Respondo como puedo y una voz reconocible por su acento irreconocible (entre centroamericano y caribeño de Colombia, que es casi lo mismo) me dice que me va a hacer el favor de mi vida.
Tampoco es como para dejar a un lado cualquier oportunidad en este mundo inoportuno, y le pregunto cómo es que por primera vez en mi vida voy a recibir una ayuda totalmente desinteresada de un desconocido que ha llamado a mi teléfono sin que yo se lo proporcionara, y que sabe mi nombre y algunos de mis generales.
Me saluda, me pregunta cómo estoy, yo le digo que excelente, él me contesta que le parece magnífico, y antes de que los ditirambos en uno y otro sentido crezcan a alturas inmanejables me suelta la esperada información.
—Señor, le comento que yo le hablo en representación del Grupo Meriba (o Neriva, no alcanzo a escuchar muy bien el nombre) y hemos detectado que alguien ha intentado hacer un cobro sospechoso en su tarjeta de crédito de Banorte. Es un cargo por 450 pesos de una compañía de seguros norteamericana. ¿Usted autorizó esa operación?
Obviamente no autoricé esa operación, ni alguna otra, porque desde hacía una semana no había utilizado la mentada tarjeta.
Se podría sentir el tono de alegría, de felicidad, de victoria del empleado al otro lado del auricular, cuando… la llamada se cortó intempestivamente. Podría ser que el lugar en el que estaba tenía una mala señal -cosa tan corriente aquí en Xalapa- o que el otro celular estaba en esa condición, la cosa es que la llamada murió por inanición señalética.
Como hace la mayoría de los mexicanos comunes y corrientes, olvidé de inmediato lo que me había dicho, y no volví a pensar en el asunto… hasta que, horas más tarde, entró una llamada del mismo número, pero esta vez era una mujer la que hablaba, quien me dio las buenas tardes, me preguntó también cómo me estaba, me dijo que le parecía magnífico que estuviera excelente.
Y dale con que me iba a hacer un gran favor, porque había detectado que me habían tratado de hackear mi tarjeta de crédito y acababa de evitar que me hicieran un cobro fraudulento de 450 pesos.
Hasta aquí la cosa parecía bien, y una vez que recibió mi agradecida respuesta me empezó a soltar un largo rollo sobre los beneficios que obtendría si me acogía a los servicios de protección de su empresa. Hasta aquí nunca nadie me había dicho de algún costo por el servicio, y la dama 1 me pasó con una dama 2, quien me volvió a preguntar cómo me sentía, etc., ¡y me soltó el anzuelo!
El servicio de su compañía solamente costaba 350 pesos al mes, y si tomaba en cuenta que ya me habían hecho ahorrar 450 pesos, se pagaba solo y hasta salía yo ganando.
Fue cuando le dije que no me interesaba, y la corté drásticamente. Pero no me quedé ahí, llamé a mi banco y pregunté por el supuesto fraude que me habían tratado de hacer, y ahí me dijeron que no existía nada similar, que nadie había intentado cobrar algo de mi tarjeta.
¿Cómo ven? O sea que había agradecido de gratis un favor que nunca existió en la realidad, y si me dejo, me hubieran ensartado un cobro mensual de 350 pesos por un servicio que no sirve para nada, o sí: para defraudar incautos.
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