(…) las palabras que usó el áspero Norte
para cantar sus mares y sus espadas
(J. L. Borges)
Dice la historia que la brújula fue inventada en China durante la dinastía Qin (221-206 a.C.), hipótesis que se tambalea ante el hallazgo, en los años sesenta, de una pieza arqueológica olmeca fabricada con un mineral imantado naturalmente, la hemantita. Estudios realizados en los Estados Unidos parecen demostrar que la pieza era utilizada para ubicar el norte, es decir, se trata de una brújula fabricada entre los años 1400 y 1000 a.C, alrededor de un milenio antes que la de los chinos. Estas noticias exaltan nuestro nacionalismo pero hay que reconocer que los Olmecas son tan distantes de nosotros como los chinos de la dinastía Qin, en cualquier caso, el ser humano ha requerido, desde tiempos inveterados, de instrumentos que le ayuden a saber qué punto del planeta está pisando.
Roberto Sánchez Picasso, guitarrista tamaulipeco, cuando estudiaba en Holanda requería una aguja de marear para entenderse en un mundo ajeno, para explicarse a sí mismo con todas sus angustias y sus preocupaciones pero también con sus dichas. El Norte, su segunda producción discográfica, fue esa guía, un álbum en el que confluyen el áspero norte mexicano y el antiguo Mar del Norte para desembocar en una poética que trastoca los estados anímicos y los transfigura en sensaciones sonoras que, al sobreponerse, forman un collage ante el que no podemos ser pasivos o indiferentes porque una vez que nos toma del oído, no nos suelta.
Un barco meciéndose apacible en el vaivén de un vals es la primera imagen que encontramos, la melodía avanza serpenteante hasta rematar en un crescendo que anuncia la virtud caleidoscópica de un disco que nos lleva de la saudade a la desazón, de la remembranza del remoto cielo de la infancia al grito munchiano ante los estragos de la guerra.
El guitarrista capitanea una tripulación que se completa con el contrabajo de MIhail Ivanov y la batería de Srdjan Ivanovic para formar un triángulo equilátero que hace valer cada uno de sus vértices con solos que suman su discurso a una narrativa en la que el jazz es hilo conductor pero se nutre de tinturas de rock, de blues, de música mexicana.
El Norte es la brújula que guía el retorno homérico a la tierra original, los 10 temas que lo conforman (uno por cada año que invirtió Odiseo en su camino de regreso) son las cartas de navegación que permiten un tránsito lleno de relieves, de texturas, de atmósferas diversas. Nueve relatos escritos por el propio guitarrista en el viejo continente y una mirada distante de la patria a través de la reinvención del Cielito Lindo, icono de la nostalgia, constituyen el itinerario que un viaje cuyo destino final es la esperanza pero en cuyo trayecto hay pasajes tan apacibles como The Wheeler o Azul y momentos inquietantes como El Norte, la pieza que da nombre al álbum, o Dot No War cuyos ostinatos son enérgicos reclamos contra la guerra, reiteradas exigencias pacifistas.
Campanita, el tema final, es un chisporroteo de luces que emanan de una rítmica enérgica y apabullante, pirotecnia vital que más allá de las angustias y las nostalgias, celebra la vida y se alegra del arribo al puerto de destino, la esperanza.
El Norte, de Roberto Sánchez Picasso Trío, puede conseguirse en las plataformas digitales, esos paraísos del tercer milenio. Consíganlo, es un disco para escuchar y escuchar.
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