“En Bancomer, el dólar ya rebasó los 20, pero no me afecta, porque soy de Banamex” Andrea Legarreta

El nombre de Javier Duarte de Ochoa quedará grabado para siempre en la mente de muchos veracruzanos. Ya sea porque fue quien encabezó la administración sexenal más corrupta en la historia de este generoso estado, cuyos habitantes se distinguen por su alegría, hospitalidad y resistencia a las desgracias; o porque fue el Gobernador en cuyo sexenio se registró el baño de sangre más ominoso a manos de una delincuencia organizada que actuó con toda impunidad; o porque bajo su mandato todas las instituciones del Estado terminaron destrozadas; o porque fue quien generó la deuda más escandalosa que hipoteca el futuro de todos los veracruzanos por décadas; o porque encabezó un gobierno sin idea de lo que es el arte de gobernar, rodeado de amigos y amigas, quienes con ocurrencias dañaron a todos los veracruzanos, o porque, como resultado de todos los desaciertos, fue el último gobernador priista tras 86 años de permanencia en el poder de ese partido.

El punto de quiebre se sintió la noche del pasado 15 de septiembre, cuando Javier Duarte de Ochoa, con el rostro descompuesto, desencajado, pero poniendo la arrogancia por delante, apareció en el balcón central del Palacio de Gobierno acompañado de su familia, la señora Karime Macías de Duarte y sus tres hijos, para dar el último grito priista de independencia.

Mientras que los priistas más distinguidos, los que guardan la esperanza de superar pronto este descalabro, con la nostalgia en la mente y el coraje en el alma (mentando madres), se mantuvieron celebrando el grito de independencia en sus domicilios, en reuniones privadas o fuera del país. Ya no se sumaron al coro de incondicionales del gobernante en turno porque éste, como lo fue Zedillo a nivel nacional, hizo todo lo que estuvo en sus manos para perder el gobierno y entregarlo a la oposición.

Abajo, en la explanada de la Plaza Lerdo, convivían decenas de miserables acarreados de las colonias más jodidas de Xalapa, a quienes regalaron hasta quinientos pesos por persona, a cambio de que acudieran al grito a hacer coro sin lanzar ofensas o rechiflas al Ejecutivo; de paso, se les ofreció, podrían escuchar en vivo al cantante grupero Espinoza Paz y disfrutar de algunos antojitos que buena falta les hacían para mitigar el hambre que les provocan los días que suman sin probar alimento.

Esa fue la escenografía de la simulación para el grito de la despedida priista.

Abucheos no son normales

Una compañera periodista nos decía hace algunos días que los abucheos a los gobernantes la noche del grito eran cosa normal. Nosotros le hicimos saber que no. Y lo decimos con toda seriedad y en uso pleno de la razón.

A don Rafael Murillo Vidal, no lo abuchearon; las familias jalapeñas que acostumbraban ir al centro, a la calle de Enríquez, a presenciar la ceremonia del grito, lo hacían como un paseo familiar para adquirir algún recuerdito para los chilpayates, como banderitas, sombreros, matracas, silbatos y otros que a los chavos les encantan. Luego a presenciar la actuación de algún cantante que venía del DF con su mariachi, se disponían a escuchar el grito y a soltar a todo pulmón los vivas, cuando el Gobernador arengaba, y a disfrutar de la pirotecnia, los cohetes multicolores, la cascada y el torito. Todo mundo se divertía.

De regreso a casa, en el camino, a echarse unos tacos de longaniza, de carnitas o de tripa de leche, no había al pastor, pero con los que se expendían era suficiente, bajándolos con un tepachito o una agüita de piña y, si no, Jamaica… y con eso. Los adultos bajaban los tacones con unas cerbatanas y ya en casa a pegarle al cortagrasa en serio, o sea, unos tequilitas. Esa era la fiesta, más familiar y patriótica que antrera e insegura como hoy.

Pero volviendo al asunto de los abucheos al gobernante, esos no se daban. Hernández Ochoa, como lo hemos platicado en este espacio, bajaba del balcón a saludar de mano a unos cincuenta ciudadanos, todos trataban de llegar hasta donde se encontraba, lo felicitaban y regresaba al Salón de Banderas; a Acosta Lagunes, grupos de estudiantes de humanidades, que ya se organizaban como luchadores sociales y comenzaban a protestar por irregularidades del gobierno, fueron los que comenzaron las rechiflas y los gritos de protesta, que no se generalizaban entre los asistentes; Don Fernando Gutiérrez Barrios revirtió esa tendencia de la protesta. Con su notable trabajo político consiguió que los asistentes al grito, todos voluntarios, en los dos años que le tocó, le aplaudieron cuando terminó la arenga y, como los grandes directores de orquesta, lo obligaron a salir al balcón después de que ya se había metido con un aplauso que no cesaba, un encore que Don Fernando agradeció saludando con su mano derecha a los veracruzanos reunidos frente al Palacio de Gobierno.

De igual forma, Patricio Chirinos Calero fue respetado por la audiencia, los seis años que le tocó dar el grito; para el primero, su equipo de “negociadores políticos” detectó algunos grupos que se preparaban para la rechifla, y pronto se encargó de nulificar los descontentos y sus seis gritos, fueron de lo más tranquilo, con xalapeños que lo respetaron.

Y qué decir de Miguel Alemán Velasco, un gobernador de lujo para los veracruzanos; su presencia junto con la señora Cristian Magnani de Alemán era impresionante. La noche del 15 parecía que estábamos en un set cinematográfico en el corazón de Xalapa. Abajo, en una pasarela montada sobre la Plaza Lerdo, el desfile de cantantes de primer nivel, televisos, amigos de la pareja Alemán-Magnani, haciendo de la fiesta mexicana una noche especial de show artístico y, arriba, en el palco central, la iluminación estaba lista para la hora señalada. Apenas daba su grito el Presidente de México y enseguida salía Don Miguel al balcón empuñando la bandera nacional y, junto su señora esposa y el silencio, signo de un gran respeto, se hacía para dar paso a las frases del grito. Luego la pachanga.

Fidel Herrera Beltrán fue más populista. Los primeros años contrató señoras que se dedican a la venta de antojitos y las puso a chambear por cuenta del erario estatal. Eran cuando menos cincuenta y no se daban abasto, todo mundo quería echarse una gordita picada, un molotito, una de frijolito con polvo de aguacate, una garnachita, todo recién hecho, mientras Harry Jakcson, director de Acción Social al inicio de esa administración, con su equipo se encargaba de repartir entre la muchedumbre gorras rojas y unas banderas de regular tamaño, de manera que cuando Fidel salía al balcón central todo era aplaudirle al benefactor.

Pero toda esta tradición priista, que seguramente la continuará el próximo gobierno porque se trata de una fiesta del pueblo, no política, se acabó para el PRI la noche del pasado jueves 15 cuando un desgastado y cuestionado Javier Duarte soltó el último grito priista de independencia en Veracruz.

Los veracruzanos, felices porque nos tocó nuestra segunda independencia, la del fidelato, que durante doce años nos esclavizó, llenó de cadáveres todos los rincones del estado, nos dejó en la miseria y a merced de la delincuencia y se van con todo en la más ofensiva impunidad… ¡Viva El Tío Fide, viva Duarte! ¿No, verdad?

Reflexión

Al hacer un llamado urgente al gobierno federal para que intervenga en Veracruz ante la terrible ola de violencia que se ha desatado, el gobernador electo Miguel Angel Yunes Linares recordó: “Debemos tener siempre presente que la delincuencia organizada llegó a nuestro Estado de la mano de Fidel Herrera y que éste encomendó a Duarte la protección de los grupos delincuenciales, que operan no sólo con impunidad y protección, sino también con el apoyo de los altos mandos de Seguridad Pública y de la Fiscalía General.” Escríbanos a mrossete@nullyahoo.com.mx formatosiete@nullgmail.com www.formato7.com/columnistas