No sabemos bien a bien cuáles sean, por ahora, los propósitos del gobernador electo respecto a la atención del desprecio a ese clamor estatal para investigar a fondo y castigar, en su caso, a poderosos del sexenio anterior y del que está terminando. Hay muchas consideraciones que pueden hacerse  respecto a lo peligroso de un precedente que hoy debe aplicarse a  unos y mañana a otros aunque, como en este caso, no haya habido en el gobierno alguno de la oposición y, por lo tanto, los mismos miembros más responsables del sistema denuncien la inmoralidad de su propio sistema que corrompe a funcionarios y es impotente para castigar a los corruptos. Pero, por otro lado, el no hacer nada es romper, apenas a unos cuantos días que comenzará un gobierno distinto (PAN-PRD), quizás la promesa y, por tanto, el compromiso más firmemente contraído por  Miguel Ángel Yunes. Así, recuperar la confianza de los veracruzanos  pareciera más ilusorio que la acción priista pudiera darnos.

Las buenas intenciones para recuperar al Estado veracruzano de este desastre en su economía, en su seguridad, desterrar la corrupción y darle paz y tranquilidad a la gente, no bastarán a ayudarnos a superar esta crisis angustiosa si el nuevo gobierno  no consigue, tan pronto como sea posible, la confianza pública, esa indispensable confianza sin la cual no es factible la obra de un buen gobierno, aunque sea por dos años,  y se frustren los propósitos mejor fundados y más certeros.

 El sistema priista que gobernó durante 87 años en Veracruz empezó a mostrar graves fisuras desde hace tres sexenios. Desde Miguel Alemán Velasco mucha de su magia quedó rota. Aquello de que ‘no soy bombero’; el Palacio de Gobierno cerrado con fuertes rejas y  las audiencias en el WTC en Boca del Río, desgarró esperanzas y convirtió la conformidad y la aceptación del modo de gobernar en resentimiento, en rencor, en rebeldía.  Con Herrera Beltrán volvió el populismo echeverrista para darnos un breve renacimiento, mellado muy pronto por las incongruencias y contradicciones porque  resurgió, también, con una fuerza descomunal como un huracán, la corrupción, la inseguridad, el saqueo y el quebrantamiento de las finanzas públicas afectando gravemente  a  instituciones como el IPE y la Universidad Veracruzana; pero también dañando los recursos para el campo, la salud, la educación y el deporte.  No hubo oficina que no haya  sido tocada por la mano corruptora de este gobernador quien para cubrir sus ilícitos, heredó la silla encantada  a un incondicional inepto y absolutamente desconocedor de la política que siguió, al pie de la letra, los pasos de su antecesor. Con un apetito insaciable de poder, de dinero y corrupción, ayudado por las mentes calenturientas de un grupo de jóvenes fidelistas  que se dedicaron a todo, menos a engrandecer  con obras, acciones sociales y políticas a Veracruz. La historia ya lo ha consignado.

 El derroche fue obvio; la podredumbre adquirió proporciones no previstas ni por los observadores más entusiastas. Las tempestades económicas fueron reforzadas por los desenfados del poder. Sus más altos funcionarios  hacían alarde de sus fortunas tan rápidas como mal habidas. La clase política priista no fue nunca tan servil, tan cortesana, tan rendida ante el poderoso de la hora. Pero las cañas se han convertido en lanzas.

Ha llegado la hora del compromiso. El gobernador electo se encuentra con un clamor estatal y nacional que requiere la investigación judicial de los funcionarios más reiteradamente señalados como enriquecidos monstruosamente en unos cuantos años. Y sólo así concibe el lema  ¡“Unidos para rescatar a Veracruz”!

Ya hay motivos suficientes para suponer que los funcionarios que se van y los que ya se fueron hayan cometido tropelías, abusos y deshonestidades. Esto es muy bueno, pero no suficiente para recuperar la confianza pública. Sin confianza de los gobernados, ya lo sabemos bien, no es posible un gobierno democrático ni moralizador. La palabra y las acciones la tendrán Miguel Ángel Yunes y su equipo de colaboradores.

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