Y al final, Héctor Yunes se quitó la máscara. Confirmó lo que muchos sospechaban: Que la competencia fue un teatro y que desde el principio tenía un acuerdo con su primo hermano Miguel Ángel Yunes Linares.

Ni hablar, la sangre llama.

Este miércoles el senador embistió una vez más contra Javier Duarte, el enemigo común de él y de su pariente, el gobernador electo. Se dijo convencido -y deseoso- de que «pronto se consolidará la expulsión del gobernador Javier Duarte de Ochoa de las filas priistas».

Además de eso, Yunes Landa garantizó que desde su posición en la Cámara Alta no será «un obstáculo» para el próximo gobierno, el de su primo hermano Miguel Ángel Yunes Linares.

Su argumento de que lo que él busca es que le vaya bien a Veracruz, cae por su propio peso. En todo caso debió anticipar que será un opositor crítico, severo, pero responsable. Anticipar que no será obstáculo, es admitir que no habrá de oponerse a la forma de gobernar de su pariente, que lo dejará hacer.

En este mismo espacio se planteó a principios del presente año esa extraña circunstancia: Que dos parientes tan cercanos, tan unidos por la sangre, por el trato, por la convivencia, fueran en busca del mismo tesoro.

Héctor Yunes pujó con fuerza para alcanzar la candidatura priista, al grado de mentir respecto a las tendencias y mediciones previas. Antes de ser designado candidato, afirmaba que en todas las encuestas, «incluidas algunas del PAN que me filtraron», aparecía él a la cabeza.

«Siempre he estado arriba», afirmaba. «El que a veces se me ha acercado es Miguel, pero cada vez le saco más ventaja».

Lo cierto es que al iniciar formalmente las campañas, Yunes Linares llevaba una ventaja de hasta 14 puntos a su primo hermano. Esa diferencia se redujo de forma dramática en el primer mes, no por mérito del candidato priista, sino como consecuencia de la «campaña de contrastes» (otros le llaman «guerra sucia») que impulsó Javier Duarte, ese al que ahora quiere Héctor Yunes que expulsen del Revolucionario Institucional.

La exigencia de Yunes Landa a Manlio Fabio Beltrones era que Javier Duarte financiara su campaña pero sin condiciones. Quitó al dirigente del PRI en la entidad, por su cercanía con el Gobernador. Se propuso no incluir a ningún duartista como candidato al Congreso (aunque al final las cifras le obligaron a reconsiderar algunos casos); no permitió que metieran las manos los «operadores» del Gobernador, y su discurso como candidato fue siempre tan crítico contra el gobierno estatal -o más- que el de su primo hermano, el panista.

Su campaña fue gris, tirando a floja. Le programaban dos o tres actividades públicas por día, muchas de las cuales eran canceladas de última hora. No escuchaba a nadie que no fuera de su círculo más cercano, de sus soldados de «Alianza Generacional», verdaderos desechos de la política estatal.

Hoy está claro que todo eso fue planeado. Héctor Yunes entregó la gubernatura incluso antes de que iniciara su campaña. Era un acuerdo familiar para ganar el poder, y al mismo tiempo cobrar venganza de su nuevo enemigo, «ese chamaco que se cree gobernador».

A muy temprana hora, el 5 de junio, Héctor Yunes sabía que los resultados no le favorecerían. No se desmoronó, no se mostró contrariado. Incluso hay quien afirma que se fue a dormir a buena hora.

¿Cuánto de lo que le dieron para la campaña (700 millones de pesos fueron los que recibió del «primer priista de Veracruz», pero no fue el único que aportó) realmente se gastó?

¿Con cuánto se quedó?

¿Cuánto recibe mensualmente del secretario de Administración y Finanzas del PRI estatal, Hugo Eliud Meraz Barreda, una más de sus imposiciones?

A Héctor Yunes le fue tan bien con esta campaña, que quiere repetir.

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